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Expresiones

'La carta secreta de Darwin' (Capítulos 25 y 26)

Fedro Carlos Guillén une su pasión por la literatura, la historia y la ciencia en su nueva novela que hoy publica su nueva entrega

Fedro Carlos Guillén / Foto: Paola Hidalgo | 15-12-2018

CIUDAD DE MÉXICO.

El científico y escritor Fedro Carlos Guillén sigue con interés todo tipo de cartas. Ahora une su pasión por la literatura, la historia y la ciencia en su nueva novela que hoy publica su nueva entrega.

VEINTICINCO

El intento de robo en el tren había unido a Mónica y a Crivelli, los dos eran lobos esteparios sin muchas cuentas que rendir más allá del compromiso docente que ella mantenía, pero que de ninguna manera significaba una atadura. Mauro se sentía muy atraído, pero titubeaba profundamente; su falta de experiencia en lances amorosos y cierta reserva que sus paranoicos sensores detectaban, eran un obstáculo difícil de vencer. De cualquier manera, continuaron su viaje hacia el sur y llegaron a Roma, que desplegaba su antigua grandeza ante sus ojos.

Habían viajado siempre juntos pernoctando de forma separada y decidieron fingir que eran hermanos para evitar tener que dar mayores explicaciones. Hallaron un hostal cerca del Vaticano, ya que tenían curiosidad por escuchar a Leon XIII, el primer Papa electo después de la pérdida de los Estados Pontificios, dirigirse a la multitud en la Plaza de San Pedro. Recorrieron las espaciosas plazas romanas y se maravillaron ante la magnitud del Coliseo durante una visita guiada, el calor del verano era sofocante y Mauro pensó que Mónica se veía muy hermosa portando un paraguas blanco que la protegía de los rayos del sol. Visitaron la Fontana de Trevi y escucharon la explicación de cómo Agrippa, general y político romano, construyó el acueducto que alimenta la fuente un siglo A. C.

Mauro se dio cuenta, después de media vida de flema británica, que extrañaba el bullicio, la gritería vocinglera y el desenfado italiano. La explosión culinaria que experimentaron en las cálidas noches la recordarían siempre. Una tarde, Mónica decidió visitar a unos familiares lejanos y consideraron que no era prudente que él la acompañara, por lo que optó por pasar la tarde tomando café y observando a la gente en una pequeña plaza cercana al hotel. Entonces reflexionó acerca de su vida; ¿se había equivocado al dejar Venecia? No lo sabía. Ahora que estaba en Italia los costos se hacían más evidentes; se había perdido la muerte de su padre y la riqueza de una vida que ahora descubría y que le estuvo vedada en el monástico ambiente de Down. Es cierto que aprendió muchas cosas, entre ellas la de reconocerse como buen cocinero, y logró conocer ciudades y lugares que probablemente nunca hubiera visto de no salir de Venecia, pero ahora Roma, con su arrebato de colores y sonidos, le permitía entender que lo que le quedaba de vida tendría que ser diferente. Extrañaba las angostas calles de su ciudad y los sonidos que recordaba ya vagamente. Su estancia en la mansión Darwin le había permitido conocer a uno de los hombres más importantes de su siglo, la familia le había aceptado sin reserva y evocaba con una sonrisa la diversión que su acento provocaba en los niños, así como las “lecciones” de italiano que le daba algunas mañanas al pequeño Leonard Darwin.

Esa tarde, Mauro Crivelli fue ganando determinación, tenía el dinero suficiente para abrir un negocio, pero necesitaba compañía. La idea de proponer matrimonio a Mónica fue germinando lentamente mientras pasaban las horas y al llegar la noche lo había decidido. Ello dio paso a una enorme ansiedad, ¿y si lo rechazaba? ¿Qué haría? Prefirió no pensar en ello y tomarse un último café entes de regresar al hostal e irse a dormir.

Por la mañana se levantó muy temprano tratando de encontrar una joyería, pero su búsqueda fue infructuosa, no tenía tiempo ni ganas de esperar a que un orfebre le fabricara un anillo, así que regresó abatido pensando que era muy mala señal. Encontró a Mónica desayunando, se veía muy guapa con su vestido blanco, se sentó a su lado, ella notó su nerviosismo.

–¿Qué pasa, Mauro? No te ves bien.

Crivelli se removió incómodo en su asiento:

–Ayer que fuiste de visita estuve pensando toda la tarde, creo que he desperdiciado una buena parte de mi vida y estoy dispuesto a enmendarlo. Decidí usar mis ahorros para abrir un restaurante en Venecia, un lugar sencillo con ingredientes honestos sin trampa alguna y atención personal.

–Eso es maravilloso, Mauro, pero no entiendo bien, parece una decisión correcta ¿Qué es lo que te preocupa?

El pulso de Mauro se aceleró.

–No sé cómo decirlo Mónica, déjame expresarlo así y disculpa mi torpeza. Me encantaría que me acompañaras el resto de mi vida en Venecia.

El semblante de Mónica se transformó y clavó la vista en la mesa, en un gesto que a Mauro le pareció un pésimo vaticinio.

–¿Qué me estás proponiendo, Mauro?

–Algo simple y complejo, no soy bueno para estas cosas, que unamos nuestros destinos, que te cases conmigo.

Mónica asintió lentamente mientras lo miraba fijo a los ojos. Meditó un instante y replicó.

–Esto es muy inesperado. ¿Tomarías a mal que lo pensara?

Mauro respiró, la respuesta era una victoria sobre sus presentimientos.

–De ningún modo, te agradezco que por lo menos lo hagas y tomes en cuenta mi torpe petición.

Mónica le sonrió.

–Eres un buen hombre, Mauro, un poco serio tal vez. No es una decisión fácil, había pensado en que no establecería nunca más una relación. Así que dame un par de días. ¿Te parece?

–Estoy de acuerdo, no mencionaré más el tema hasta que estés lista para responderme.

A lo lejos las campanas anunciaban la misa de Laudes.

VEINTISÉIS

Pedro Pablo reflexionaba en el avión de Aeroméxico que lo llevaba a la ciudad de Londres, invitado por Jack Drummond, uno de sus mejores amigos y colegas. Pensaba en la fiesta de Martina, había sido un momento muy emotivo, se dieron cita en el ex convento de San Hipólito después de una ceremonia matutina en la que su hija recibió un premio al mejor ensayo escolar. El lugar, situado en el centro histórico, era una construcción del siglo XVI con un espacioso patio colonial. En la mesa que les correspondió se sentaron Martina, Alonso, los padres de éste, de alguna manera guardando las formas, el tío Luisito y Pedro Pablo, que se hizo cargo de las bebidas, ya que no estaban incluidas en un acto que le pareció de limpia piratería moderna. Martina estaba radiante y cuando se abrió la pista lo sacó a bailar “Yo no sé mañana”, consciente de sus dos pies izquierdos hizo lo que pudo, que no era mucho, y cedió el puesto a Alonso, que lo hacía mucho mejor. Se proyectó un video que el propio Alonso había realizado y después llegó la tristeza, cuando se hizo un recordatorio de Ana, con videos y fotos en las que se veía alegre y feliz. Las esperanzas de hallarla se iban desvaneciendo lentamente. Luisito recitó “Por qué me quité del vicio” y en un arrebato lírico sacó a bailar a la directora de primaria, una octogenaria conocida por todos como la “Miss Lupita”. Los adultos se retiraron alrededor de las doce de la noche para dar lugar a la fiesta de los graduados. En el auto su tío, que iba ligeramente desvencijado, le tomó el brazo y le dijo:

–Sobrino, te quiero un chingo.

Se había decidido que a su regreso Martina y él determinarían qué hacer acerca de su embarazo.

El viaje a la capital inglesa era también una buena oportunidad de sondear un poco más sobre el affaire Darwin, asunto que había abandonado los días que estuvo en México. Llevaba consigo la carta veneciana y quería indagar un poco más por qué ante él se presentaba un dilema que, sentía, superaba sus responsabilidades. El lugar histórico de Charles Darwin tenía ya uno de los más sólidos cimientos posibles y el hallazgo de Pedro Pablo podría comprometerlo todo.

Al llegar al aeropuerto de Heatrow se encontró con su amigo Jack que lo llevó a su hotel, el Sanctuary House en Tothill street, a unos doscientos metros de la Abadía de Westminster. Cenaron juntos e intercambiaron ideas y avances de su trabajo. La charla estaba prevista para el viernes, por lo que Pedro Pablo comentó con su colega que el par de días previos quería hacer una investigación en la sección de correspondencia del Museo Británico para regresar el sábado, adelantando su vuelo, pues deseaba estar con su hija. Al terminar la cena decidió, dado que no tenía sueño, caminar por la ciudad. Londres siempre le había parecido una ciudad ligeramente aséptica, pero con zonas que disfrutaba mucho. Se encaminó a Strand, donde había grupos de jóvenes borrachos tomando en la calle. Pensó en lo triste que era que jovencitas de menor edad que Martina caminaran divagantes por las calles. Por Fleet llegó a San Pablo y decidió que era un buen momento para regresar al hotel después de una caminata fumadora que le permitió poner en orden sus ideas.

Al día siguiente se levantó temprano, debido al jet lag que siempre lo acosaba. Checó, a través del correo electrónico, que la casa estuviera en orden, contestó algunas comunicaciones y bajó a desayunar. La comida inglesa le parecía intratable así que comió con frugalmente. Siempre había sentido curiosidad por ver el cambio de guardia en Buckingham, que se encontraba muy cerca de su hotel. Llegó a las once de la mañana, justo cuando iniciaba el desfile de una banda vestida como coronel de República Bananera. Una nube de turistas, cargados con todos los equipos posibles, filmaba el evento que le pareció raro y anticuado. De pronto escuchó gritos y vio gente que corría, en la parte que delimita la glorieta frente al Palacio y la zona peatonal un hombre gritaba mientras empuñaba sendos cuchillos, uno directo a su cuello y el otro en el pecho. De inmediato entendió que se trataba de un activista que gritaba consignas en un idioma incomprensible, usaba un tocado en la cabeza y ropa de menesteroso, tendría unos cuarenta años de edad y se veía exaltado. La policía a caballo de inmediato lo aisló mientras impedían que los turistas se movieran. Fue una escena muy tensa hasta que llegó una patrulla de la que bajó un hombre vestido de civil que accionó una especie de paralizador a distancia hacia el activista, quien cayó entre convulsiones modestas. Tras someterlo, lo subieron a una ambulancia y todo volvió a la normalidad. Pedro Pablo nunca había visto algo así y mientras caminaba hacia Plaza Trafalgar reflexionó sobre lo convulso que era todo; había leído en algún lado que la enorme mayoría de los conflictos bélicos de la historia tenían un origen religioso y simplemente le era difícil de entender. No era un hombre creyente, desde que tenía uso de razón consideró que el concepto de “Dios” era vago e inasible y en muchos casos había servido a causas impresentables. Sin embargo, respetaba a aquellos que tenían alguna creencia. Cuando era niña, Martina había sufrido una especie de bullyng por su ateísmo. Pedro Pablo y Natalia fueron a la escuela a tratar de obtener una explicación y la que les dieron los orilló a cambiar de plantel: “es que así son los niños”. El hecho es que el mundo se movía en direcciones por lo menos equívocas y a veces costaba trabajo tomar partido. Prendió un cigarro en la escalinata de uno de los enormes leones que resguardaban al Almirante Nelson y subió al Metro, observó a la gente que representaba un paisaje multiétnico impresionante, el signo de los tiempos. Descendió en Tottenham Court Road, la estación más cercana al Museo Británico, la entrada era gratuita y se enfrentó, como siempre, a la piedra de Rosetta, hallada en la expedición Napoleónica a Egipto en 1799. Los ingleses la obtuvieron como botín en 1801 y desde 1802 se expone en ese museo. Paradójicamente, sus textos en jeroglífico, demótico y griego antiguo permitieron al francés Jean Francoise Champollion descifrarla en 1822. Sin embargo, a San Juan no le interesaba la pieza icónica, él buscaba cartas; siempre le habían interesado los manuscritos originales y se aterrorizaba ante la bastarda idea de leer en una tableta, sólo lo hacía cuando no tenía más alternativa. Sabía perfectamente que en el sitio http://www.darwinproject.ac.uk/ podría hallar más de diez mil cartas transcritas de Darwin, pero él precisaba verlas, sentirlas, analizar los recovecos de humor de la caligrafía y es por ello que estaba ahí. Su amigo Drummond poseía cierta influencia y se había encargado de que le dieran acceso a versiones facsimilares. En la enorme sala de lectura halló lo que buscaba casi de inmediato, se trataba de una carta firmada por Darwin dirigida a Wallace, fechada el 6 de abril de 1859.

No sabe Ud. cuánto admiro su espíritu, en la manera en que Usted ha tomado todo lo que se hizo en la publicación de nuestros trabajos. En realidad, ya le tenía escrita a Usted una carta, diciendo que no publicaría nada antes que Usted lo hiciera. Pero justo antes de enviarla recibí una de Lyell y Hooker urgiendo que les mandase alguna clase de manuscrito, y permitiéndoles actuar como a ellos les pareciera justo y honorable en relación con nosotros dos, cosa que hice.

Era lo que necesitaba, halló algunas rarezas más como las compras de fósiles que Darwin realizaba a Sudamérica a través del argentino Francisco J. Muñiz y que delataban el celo del científico inglés y su avidez por cualquier información posible. En su libro de notas hizo la siguiente transcripción:

Pueblo Bajo de Farnborough, febrero 26 de 1847. Condado de Kent. Sr. Dr. D. Francisco Xavier Muñiz.

Respetable señor:

La carta del 30 de agosto, con los papeles que tuvo Ud. la bondad de mandarme, llegó a mis manos hace muy poco tiempo, debido a la enfermedad y ausencia de Londres de Mr. Morris por quien fueron dirigidos.

He oído recientemente a Mr. Morris que Ud. deseaba deshacerse de sus restos fósiles por medio de algún arreglo pecuniario, lo cual no he podido comprender bien en la carta que Ud. me escribió. He dado a Mr. Morris mi opinión sobre este punto, así es que no la repetiré aquí. Pero diré solamente que el único plan practicable creo que sería el que Ud. mandase sus fósiles aquí, a algún agente para que disponga de ellos.

Su espécimen sobre el Muñiz-feliz debe ser horrible. Sospecho que será un Machaerodus del cual hay algunos fragmentos en el Museo Británico, procediendo de las Pampas. Procuraré hacer traducir su escrito y publicarlo en algún periódico científico.

La relación de Ud. sobre el terremoto en las Pampas me sorprendió; nunca había oído de ninguno en parte alguna al Este de la Cordillera, a no ser en Córdoba.

Si Ud. quiere informarme si lee el inglés, seré feliz en mandarle una copia de mis observaciones geológicas en Sur América, recientemente publicadas, indicándome un conducto para hacerlo. Creo que no valdría la pena de mandárselo sin saber si Ud. lee el inglés.

Presentaré su tratado sobre la Fiebre Escarlatina al Real Cuerpo Médico de Cirujanos. No puedo adecuadamente expresar cuánto admiro el continuado celo de Ud., colocado, como lo está, sin los medios de proseguir sus estudios científicos y sin que nadie simpatice con Ud., en los progresos de la Historia Natural. Confío que el gusto de seguir sus tareas le proporcione algún premio para tantos esfuerzos.

Hace algún tiempo que Ud. tuvo la fineza de mandarme por Mr. E. Lumb, algunos informes muy curiosos, y para mí de mucho valor sobre la vaca Ñata.
Agradeceré cualquiera otra información sobre cualquiera de los animales domésticos de la Plata, como el origen de algunas razas de aves, chanchos, perros, ganados, etc. También estoy muy interesado en tener una breve descripción de las costumbres y formas o hechuras de los chanchos, perros, etc., en su estado silvestre y particularmente sobre las crías silvestres, cuando se toman los animales jóvenes para criarlos. ¿Será tan manso un cachorro de perro cimarrón si es criado con cuidado, como cualquier otro perro doméstico?
Algunas informaciones sobre todos estos puntos me serían muy útiles; y siempre que Ud. tenga tiempo de escribirme, se servirá Ud. dirigir sus cartas a donde indica el encabezamiento de ésta.

Sinceramente deseo a Ud. prosperidad en sus admirables labores, y si en algún tiempo puedo servir a Ud. de algo, me será grato hacerlo.
Con el mayor respeto quedo de Ud. S. S.

Charles Darwin.

P. D. Había omitido mencionar que el profesor Owen ha oído decir que una colección de huesos ha llegado a París, hace algún tiempo, de Buenos Aires.

Pedro Pablo salió a fumar su enésimo cigarro y decidió que era momento de rendirle una visita a Mr. Darwin, siempre admiró su celo y capacidad analítica. Su incansable esfuerzo por acopiar evidencia, en la carta transcrita era obvio que ya se interesaba en los elementos de la domesticación que más adelante serían un puntal de su teoría. Encaminó sus pasos a la Abadía de Westminster y halló la tumba en el ala derecha de la nave, al lado del matemático y astrónomo John Herschel, su gran amigo, y muy cerca del sitio donde reposaban los restos de Newton. La lápida en el piso era de un laconismo ejemplar:

CHARLES ROBERT DARWIN

BORN 12 FEBRUARY 1809

DIED 19 APRIL 1882

San Juan movió la cabeza lentamente y una sonrisa curvada se esbozó en su rostro. Aún tenía un día libre antes de su charla, por lo que regresó a su hotel para revisar sus correos y planear su viaje al día siguiente con destino a Down. Mandó un mensaje a Martina y se fue a dormir.

 

 

 

 

 

Capítulo 1. 

(Capítulos 2, 3 y 4)

 
 
 

 

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