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Expresiones

'La carta secreta de Darwin' (Capítulos 40 y 41)

El científico y escritor Fedro Carlos Guillén sigue con interés todo tipo de cartas. Ahora une su pasión por la literatura, la historia y la ciencia en su nueva novela 

Fedro Carlos Guilén | 15-02-2019

CUARENTA

La muerte del tío Luisito los sorprendió de madrugada. Pedro Pablo dormía cuando escuchó el ruido de un cristal que se rompía. Despertó alarmado y corrió hacia el baño de la planta baja. Halló a su tío desmadejado en el piso, Agamenón a su lado. La bata deshilachada un poco abierta y un vaso roto que seguramente usaría para tomar agua. Por alguna razón le recordó la imagen de Glenn Close en una posición muy similar en la película El misterio Von Bulow. Era evidente que estaba muriendo, la rigidez de la parte occipital sobre el mosaico así lo delataba, Pedro Pablo le acarició la frente y le quitó el reloj, un viejo Bulova que lo había acompañado años y al que le daba cuerda todas las noches. Se dio cuenta de que algo murmuraba, acercó su oído y escuchó:

–Agarra al perico.

Fueron sus últimas palabras.

Martina no se había despertado y él, veterano de una muerte en casa, hizo las llamadas correspondientes y esperó hasta que escuchó el timbre. Había cerrado el baño con llave para que su hija no se enterara de mala manera. Preparó café y un desayuno frugal que, después de atender al médico legista, llevó al cuarto de Martina. Fue uno de los momentos más difíciles de su vida, finalmente le anunció que Luisito había muerto. Fue como desfogar un dique que llevaba contenido demasiado tiempo, la chica se deshizo en llanto y San Juan sólo pudo pensar que si alguna razón hay para ser padre, perfectamente podría ser esa.

Martina fue la que llevó la peor parte, a diferencia de su padre que esperaba hacía años un desenlace así y de alguna manera lo tenía asumido, el zarpazo de la muerte del tío al que adoraba profundizó su depresión. Sin embargo, el funeral, quizá como era de esperarse, fue una fiesta geriátrica. Los amigos del tío rescataron una foto ampliada en la que se le veía joven y divertido vestido de beisbolista: empuñando una caguama más grande que sus malos pensamientos. Se veía feliz. Llevaron un trío miserable que cantó melodías de arrabal, las favoritas de Luisito como “Quinto Patio” de Luis Alcaraz, todos entonaban: Por vivir en quinto patio desprecias mis besos un cariño verdadero sin mentiras, ni maldad. Sus compañeros más cercanos insistieron, con la anuencia de Pedro Pablo, en introducir en el féretro una botella de Huasteco Potosí y una caja de fichas de dominó que Sergio, Roberto y Omar depositaron respetuosamente. La escena final era digna de una película de Fellini; con ancianos borrachos en un panteón recibiendo la lluvia de julio mientras cantaban a la muerte.

Cuando Pedro Pablo regresó a casa absolutamente extenuado se dirigió a la habitación de su tío y abrió el viejo baúl de cuero cuyo contenido siempre le intrigó. Encontró tarjetas postales viejas, algunos ejemplares de una revista para caballeros, fotos de Martina cuando era niña que lo hicieron sonreír, una brújula, dos relojes de leontina, una máscara de luchador y cachivaches diversos. Llamó su atención una libreta voluminosa de papel arrugado y la abrió. Era notable cómo la calidad de la letra iba decreciendo conforme avanzaban las entradas, la primera tenía más de veinte años de antigüedad. Observó muchos apuntes, algunas narraciones, reflexiones y citas. La última entrada tenía fecha de dos semanas atrás:

Esto ya se va acabar y ya quiero que se acabe. No me arrepiento de nada y me voy en paz, ni debo ni me deben. Como tienen que ser las cosas.

Le conmovió esa certeza premonitoria de Luisito y hojeó un poco más atrás, halló algunas citas acerca de la vejez en una columna vertical:

El secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad. García Márquez

Los primeros cuarenta años de vida nos dan el texto; los treinta siguientes, el comentario. Schopenhauer

La vejez existe cuando se empieza a decir: nunca me he sentido tan joven. Renard

Muchas personas no cumplen los ochenta porque intentan durante demasiado tiempo quedarse en los cuarenta. Dalí

Cuando me dicen que soy demasiado viejo para hacer una cosa, procuro hacerla enseguida. Picasso

El anciano es un hombre que ya ha comido y observa cómo comen los demás. Balzac

La última frase estaba subrayada y quizá –razonó Pedro Pablo- daba cuenta del estado de ánimo de su tío. Es probable que considerara que su cuota de vida se había cumplido a cabalidad, “vaya que si lo había hecho”, pensó San Juan con media sonrisa.

Recordó en ese momento una cita de Carlos Fuentes: “Qué injusta, qué maldita, qué cabrona la muerte que no nos mata a nosotros sino a los que amamos”. Otra libreta de menor tamaño llamó entonces su atención, la abrió cuidadosamente, ya que el papel estaba deteriorado y miró con asombro…

El tío Luisito conservaba un diario.

CUARENTA Y UNO

Mónica llegó a Venecia con el cuerpo de Mauro Crivelli para enterrarlo. El síncope mientras dormía había sido fulminante. Recordó la premonición de su esposo en Praga y se estremeció, algún consuelo halló en la placidez de su muerte. Dispuso, junto con Isabella, de algunas de las pertenecías de su esposo para conservarlas como recuerdo y el resto fue entregado a un convento para obras de caridad. Nunca se percataron que la carta de Darwin iba traspapelada en la babel de ropa y que durante más de 100 años seguiría un rumbo de botella de mar hasta llegar a Campo San Maurizio, para su encuentro final con Pedro Pablo San Juan.

Mónica Gilardi falleció de muerte natural, en Venecia, el 28 de agosto de 1914, exactamente un mes después del estallido de la Primera Guerra Mundial.

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo 1. 

(Capítulos 2, 3 y 4)

 
 
 

 

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