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Expresiones

Disfruta el capítulo uno de la primera parte de 'La carta secreta de Darwin'

El científico y escritor Fedro Carlos Guillén une su pasión por la literatura, la historia y la ciencia en su nueva novela que hoy publica su primera entrega

Fedro Carlos Guillén / Foto: Paola Hidalgo | 29-09-2018

CIUDAD DE MÉXICO.

Apasionado por la historia de la vida privada, el científico y escritor Fedro Carlos Guillén (1959) sigue con interés todo tipo de cartas. Ahora une su pasión por la literatura, la historia y la ciencia en su nueva novela La carta secreta de Darwin, que hoy publica su segunda entrega.

LA CARTA SECRETA DE DARWIN, NOVELA POR ENTREGAS DE FEDRO CARLOS GUILLÉN

PRIMERA PARTE

UNO

Viernes 18 de junio de 1858

Darwin recibió el correo en esa mañana de agonizante primavera. Su salud no mejoraba, desde su viaje alrededor del mundo había sentido un malestar que los médicos no acertaban a diagnosticar. Después de jugar con uno de sus hijos el científico analizó el legajo; se trataba de comunicaciones personales, ensayos de algunos colegas e invitaciones diversas que llegaban desde todo el mundo. Una de ellas llamó su atención ya que el remitente era Alfred Russell Wallace con quien ya había intercambiado correspondencia pero que había desaparecido de su radar hacía ya meses.

Charles era ya una celebridad en los medios científicos, su viaje alrededor del mundo hacía casi treinta años a bordo del Beagle, la publicación de un diario en el que relataba sus observaciones y la persistente búsqueda de explicaciones acerca de la forma en la que los organismos se modifican en el tiempo le habían acarreado notoriedad y por ello era muy habitual que su estudio estuviera siempre repleto de notificaciones que su mayordomo ordenaba sistemáticamente entrenado ya para determinar cuál era la de mayor valor para su patrón.

La mansión de Down, el hogar a unos 20 kilómetros de Londres que Darwin había elegido para vivir con su numerosa familia hacía diecisiete años en 1842, no le parecía una casa hermosa. Sin embargo, esta valoración se compensaba con la cercanía de la capital inglesa de la que el naturalista se había alejado como alguien se aparta de una plaga.

Alfred, como Darwin lo llamaba, era un joven naturalista que trabajaba hacía algunos años en el Archipiélago Malayo recolectando especímenes y que le producía simpatía por sus denodados esfuerzos de generar magníficas colecciones de animales diversos: aves, mamíferos y reptiles, muchos de ellos desconocidos en Europa. Utilizó su pequeña daga de metal para abrir el sobre e inició la lectura de una carta escrita con letra pulcra y ordenada. En la medida que avanzaba, su semblante se fue transformando hasta convertirse en un rictus. Llamó a su mayordomo italiano, para pedirle un jerez a pesar de que raramente bebía, dio un sorbo a su copa y se llevó las manos a la cabeza… todo estaba perdido.

 

 

 

 

 

 

Capítulo 1. 

(Capítulos 2, 3 y 4)

 
 
 

 

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