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Expresiones

'La carta secreta de Darwin' (Capítulos 23 Y 24)

Fedro Carlos Guillén une su pasión por la literatura, la historia y la ciencia en su nueva novela que hoy publica su nueva entrega

Fedro Carlos Guillén / Foto: Paola Hidalgo | 08-12-2018

CIUDAD DE MÉXICO.

El científico y escritor Fedro Carlos Guillén sigue con interés todo tipo de cartas. Ahora une su pasión por la literatura, la historia y la ciencia en su nueva novela que hoy publica su nueva entrega.

VEINTITRÉS

Pedro Pablo y tío Luisito, que portaba lo que él autodefinía como un “turbador gazné”, entraron al restaurante hindú de la colonia Condesa. Se iban a encontrar con los padres de Enrique, el chico que había embarazado a Martina. Llegaron con diez minutos de anticipación y se enfrentaron a un hombre gordo con un tono de piel que recordaba las notas sostenidas de un piano de cola. En la planta baja hallaron una especie de galería con objetos traídos de la India que al tío le parecieron horrorosos. No era claramente su ambiente, pero su sobrino le había pedido compañía y no tuvo corazón para negarse.

Preguntaron si había espacio para fumar y la respuesta de fue lacónica y clara: “¡no!” Pedro Pablo parpadeó y ahora preguntó por el lugar que reservó con anterioridad. En este caso el hombre señaló con el dedo pulgar y dijo en un español escalofriante: “¡Arriba!”. Mientras el tío subía, él se rezagó un momento y llegó a algún acuerdo con el dueño, las escaleras hacia la planta alta eran muy estrechas, a su derecha en la parte superior había un cuarto con cama, televisión, revistas, medicinas y la puerta abierta, “debe ser del velador”, tranquilizó San Juan al tío. Les asignaron una mesa en la que los rayos solares caían a plomo. Después de un momento subió un mesero, al verlo los comensales en masa lo llamaron, lo que les permitió anticipar que lo volverían a ver en veinte minutos. Tío Luisito dijo:

–Esto está muy raro.

Después de una pausa en la que observó una deidad de brazos múltiples agregó:

–Voy a mear.

Regresó a una velocidad sorprendente sólo para decir con gesto de fastidio.

–El baño no sirve, yo de aquí me largo.

Pedro Pablo sonrió y lo calmó negociando:

–Recuerda que yo pago el Huasteco.

La oferta tuvo un éxito total y tío Luisito se sentó contemplando un vaso que parecía pisapapeles.

La cita, que a Pedro Pablo le parecía una pérdida de tiempo, la habían propuesto los padres del muchacho, un par de “artistas” -así se definían- que vivían en la colonia Condesa. A Pedro Pablo el barrio siempre le había parecido digno de un análisis fenomenológico. Le sorprendía la arrogancia endogámica de sus habitantes, la tasa de perros extraños que los dueños paseaban los fines de semana con un celo digno de mejor causa, en muchos casos atados a una bicicleta por lo que los canes vivían literalmente con la lengua de fuera. Los colonos de la Condesa normalmente portaban atuendos propios de una demanda penal y la serie de restaurantes étnicos en los que uno podía comer un pollo vietnamita o unos percebes indostanos. Tío Luisito había ganado calma con su ron y miraba en todas direcciones, muy sorprendido de que hubiera una señora horrenda conocida como la diosa Kali.

Cuando llegó la pareja, tío Luisito emitió un suspiro; se trataba de un hombre y una mujer relativamente jóvenes, ella portaba unos pantalones que le recordaban con vaguedad a una cortina veneciana, un tatuaje de un dragón chino le recorría el antebrazo, la blusa era de manufactura indígena, probablemente guatemalteca, la mujer, de cualquier manera, era alta y guapa. Luisito analizó al hombre; era también alto, ligeramente calvo, pero con el pelo largo, portaba pulseras de cuero en la mano derecha y un pequeño tatuaje inescrutable en el brazo izquierdo. La barba era muy cerrada, con una piochita abajo del labio inferior y una playera negra con una leyenda que no entendió.

–Pinches hippies –murmuró.

Recibió de inmediato un rodillazo de su sobrino quien inició la conversación mientras extendía la mano.

–Es mi tío Luis y yo soy Pedro Pablo, padre de Martina.

La mujer, que por lo visto llevaba las riendas, respondió:

–Yo soy Federica y él es mi compañero Axel –la voz era profunda e intelectual.

–¿Cómo que compañero? –preguntó tío Luisito mientras se intoxicaba con unas lentejas muy raras.

Federica parpadeó una fracción de segundo:

–Sí, Axel es mi pareja, nosotros no creemos en el matrimonio, ¿entiendes?

–La verdad, nada –fue la réplica con atragantamiento de curry– pero es un problema suyo y yo aprendí desde niño, hace ya muchos años, que uno no debe de meterse en lo que no le importa… ande yo caliente ríase la gente, no interrumpo más.

Pedro Pablo advirtió un potencial desastre e intervino:

–Bueno, pues aquí estamos, aunque les anticipo que no necesitamos nada y que la decisión que se tome respecto al embarazo de Martina será de ella con todo nuestro apoyo, pero por supuesto los queremos escuchar y saber qué es lo que tienen que decirnos.

Tío Luisito volvió a interrumpir:

–¿Y la sal?

Pedro Pablo elevó los ojos al cielo:

–La tienes que pedir –fue la réplica.

–Ah, caracho, ¿y eso por qué?

–Es una disposición de las autoridades para evitar la hipertensión.

–¿Y si la pido, me la traen?

–Claro.

–Pues qué pendejos –con un gesto pidió un salero y se volvió a concentrar en la comida.

Pedro Pablo sonrió y miró fijamente a sus interlocutores dando a entender que les correspondía algún movimiento.

Axel estaba a punto de decir algo cuando Federica lo interrumpió con un gesto imperativo.

–Creemos en la libertad de los adolescentes, a Enrique lo hemos criado siempre en ese ambiente, nunca lo hemos forzado ni lo forzaremos a nada. Él toma sus decisiones y Axel y yo lo apoyamos. Sin embargo, en este caso él tiene, y nosotros también, muchas dudas acerca de su responsabilidad y queremos compartirlas contigo. No es que escabullamos el problema, pero necesitamos algún tipo de certeza.

Un leve hormigueo sacudió la sien de Pedro Pablo.

–¿Dudas? No entiendo bien.

–Te seré muy franca –el “te” excluía a Axel, que claramente era una figura decorativa– Enrique no está seguro de ser responsable y creemos que hay que hacer una prueba de ADN, si resulta positiva nos haremos cargo de la mitad de los gastos, pero no queremos un compromiso mayor. Estoy seguro de que me entiendes.

La sien latió con mucha más fuerza.

–Déjeme establecerlo con mucha claridad, por supuesto que es responsable, Martina no miente y ésa es mi mayor carga de preocupación, ya que si mi hija decide tener a su hijo, llevará una carga genética indeseable, la de un irresponsable incapaz de enfrentar sus asuntos escudado en las faldas de un par de entes divagantes que no harán más que convertirlo en un bulto con la determinación de un caracol de jardín. No tenemos ningún interés en prueba alguna, ni en volverlos a ver. Para su fortuna, Martina está rodeada de cariño que se ha ganado, independientemente de la decisión que tome, saldrá adelante, lo que creo que no puedo decir del caradura de su hijo. Me parece que esta comida ha terminado, pero como soy un hombre que anticipa algunos hechos, me hice cargo de la cuenta.

Tomó de la manga a tío Luisito, que estaba a punto de darle un trago a su Huasteco, y se incorporó junto con su pariente dando las buenas tardes y saliendo hacia la calle de Ámsterdam, en la que parejas jóvenes, exitosas y alternativas paseaban a sus perros de colección.

VEINTICUATRO

Martina se preparaba para su graduación, era un proceso fúnebre porque había compañeros tan idiotas que preferían una gran fiesta en un salón del Centro a un viaje. A la chica le deprimía un poco la idea de dar la cara frente a todos, ya que si bien había sido envuelta en un manto de solidaridad, se sentía incómoda utilizando un vestido “de noche”. La fecha pactada era el 15 de junio, su padre saldría a Londres al día siguiente, un compromiso ineludible pero que se ofreció a cancelar, Martina se negó, sentía que entre la necesidad de tomar una decisión que el tiempo agotaba, la entrada a la Universidad, la ausencia de su madre y la desaparición de su amiga, su carga era demasiada y necesitaba cierta soledad para tomar una determinación.

Pedro Pablo había regresado muy alterado de la comida con los padres de Enrique, venía acompañado de un trastabillante tío Luisito que juraba no volver a comer alpiste para animales. La abrazó y le dijo:

–Vaya par de idiotas –su ceño se frunció ligeramente –sé que todos cometemos errores, créeme que lo sé, Martina, pero ¿Enrique?

Tïo Luisito interrumpió.

–Además se vestían rarísimo, el marido un mandilón y, ¿qué madre es eso de “venganos”?

Padre e hija intercambiaron una mirada cómplice y no pudieron evitar una sonrisa.

–“Veganos”, Luisito, “veganos”, son aquellos que se abstienen del uso o consumo de cualquier producto de origen animal.

–No entiendo nada.

–Esta gente no come absolutamente nada que provenga de un animal, ni huevos ni leche y derivados, mucho menos carne y pescado. Tampoco se visten con ropa que provenga de pieles ni asisten a espectáculos en los que aparezcan seres vivos como focas, leones o toros.

Tío Luisito miró a la nada y exclamó mientras se dirigía al estudio en compañía de Agamenón.

–¡Con razón se ven tan jodidos!

Pedro Pablo retomó la conversación con su hija, le urgía un cigarro, pero había decidido no fumar en casa para evitar riesgos:

–¿De qué será tu plática en Londres?

–Hablaré de comportamientos aparentemente inexplicables en algunas especies. Mira, los bobos de patas azules son un grupo de aves marinas que viven a lo largo de la costa occidental de México hasta la zona media de América del Sur. Después de un complejo ritual de reproducción anidan en la arena costera y la hembra pone de uno a tres huevos con la peculiaridad de que lo hace con algunos días de diferencia, lo que determina que siempre exista una cría mayor que otra. En condiciones de escasez de alimento, la cría mayor agrede a picotazos a la menor provocándole inclusive la muerte, ante la plena complacencia de los padres. ¿Por qué -se preguntaría un biólogo evolutivo- invertir energía en la producción de una cría con el costo que ello tiene para luego permitir su muerte? La respuesta radica en la disponibilidad de recursos, los investigadores habían concluido que el éxito reproductivo de una pareja aumenta sacando adelante a la cría mayor cuando el alimento no es abundante, que permitiendo que dos crías débiles sobrevivan con alta probabilidad de que ambas eventualmente mueran.

Martina asentía interesada.

–¿Qué es el éxito reproductivo?

Pedro Pablo disfrutaba mucho la curiosidad de su hija.

–La elegancia de la teoría de Darwin se basa en su simplicidad, logró comprender que en un escenario de recursos limitados sólo los más aptos saldrían adelante. No tenía conocimientos de genética, pero con el paso del tiempo su teoría dio origen al término “adecuación”, que no es otra cosa que la representación genética de un individuo en siguientes generaciones, esa es la medida del éxito evolutivo.

–No entiendo bien.

–Es sencillo, si eres el más apto tus probabilidades de reproducirte son mayores. Nosotros medimos el éxito por diversos factores, la inteligencia, el poder adquisitivo o la felicidad que son componentes muy subjetivos, entre los bichos la adecuación es esa medida y es completamente objetiva.

–¿O sea que Samantha es más exitosa que tú?

Martina se refería a una amiga de su madre que tenía siete hijos.

Pedro Pablo asintió:

–En términos evolutivos sin la menor duda, pero recuerda que los seres humanos violamos las reglas que Darwin comprendió. Un individuo que nace ciego en la naturaleza no tiene la menor oportunidad de sobrevivir y nosotros en cambio tenemos médicos y atención hospitalaria que, afortunadamente, nos permiten violar las reglas de la selección natural.

Hizo una pausa, observó largamente a su hija y decidió cambiar de tema:

–Anatole France dijo: “prefiero los errores de entusiasmo a la indiferencia de la sabiduría”, una frase que en general suscribo, sin embargo, Martina, eres responsable de lo que ha pasado.

–Ya lo sé, Pá, no sabes lo mal que me siento, además con ese pendejo. Estaba como ida por lo de mamá –algunas lágrimas corrían por sus mejillas.

Pedro Pablo asintió.

–Y yo ausente por completo, en mi enorme egoísmo me refugié en el alcohol y te descuidé. También lo siento. No supe manejar lo de tu madre, uno nunca está listo para eso.

–¿Y Gabriela? –preguntó Martina, sin dobleces.

Pedro Pablo pensó que, en efecto, hacía mucho que no se comunicaba a fondo con su hija, pero era un proceso que tenía que impulsar decididamente:

–¿Qué te digo, hija? Gabriela es una buena mujer y de alguna manera ha ayudado a que salga un poco del desastre que he vivido, pero la verdad es que no me siento listo para iniciar algo más formal. Así como la gente mete la punta del pie para probar la temperatura del agua en la que se zambullirá, yo apenas estoy tentando, ya que no quiero quemarme de nuevo. Además, en este momento requieres todo nuestro apoyo y esa es la prioridad. No sabes cómo siento tener que irme otra vez de viaje, pero simplemente no me puedo zafar, ya que soy uno de los conferencistas principales.

–Lo entiendo, Pá, en serio, estaré bien, todavía queda hasta principios de julio para decidir.

–¿Qué has pensado?

–Estoy súper confundida, sé que fui una irresponsable y a veces creo que asumir las consecuencias es tener al bebé, pero también creo que justamente para evitar eso hay leyes que me protegen. Entiendo que un hijo que nace en condiciones en las que la madre no ha madurado, como es claramente mi caso, tiene desventajas de las que no tiene culpa. Entonces es mi responsabilidad y debo afrontarla, pero hay un futuro poco prometedor para el niño y para mí. Aunque falta tu opinión, ¿te gustaría un nieto?

Pedro Pablo la miró fijamente. Sabía que Martina enfrentaba una carga descomunal:

–Déjame contarte algo. Tu madre y yo nos casamos relativamente jóvenes, ella siempre fue mucho más cumplida y eficaz en los estudios que yo. Para no calificarme como huevón, te diré que era disipado. Al momento de la boda, Natalia ya estudiaba un posgrado, mientras yo apenas terminaba la tesis de licenciatura. Empecé a dar clases en una escuela preparatoria para niños que se sentían noruegos, mientras ella ya trabajaba investigando en la UNAM. Fue una época muy feliz, vivíamos en un departamento del tamaño de un dedal con algunas carencias, pero planeando cuidadosamente el futuro. Ahorramos para irnos de viaje, aprovechando un congreso, estuvimos en Israel, Egipto y Francia, vivimos anécdotas divertidas como el día que la manoseó un comerciante egipcio ofreciendo un descuento o cuando sobrevivimos a una invasión masiva de abejas en las afueras de Versalles.

Martina sonreía.

–¿Los picaron?

–Estábamos a punto de entrar al palacio de Versalles y llevábamos un lunch que decidimos comer en unas bancas a la entrada. Como bebida elegimos un refresco de lata que se llama Orangina, aparentemente un poderoso atractor de abejas. Nos sentamos y sacamos las baguettes y los refrescos mientras una familia inglesa nos veía atentamente. Al terminar depositamos la basura en un bote con bolsa de plástico y tu madre encendió un cigarro, fumaba casi tanto como yo. Mientras tanto, veía preocupado cómo un modesto enjambre se daba cita en torno a las latas. En ese momento se activaron mis botones de alarma, ya que Natalia llevaba la colilla a medio apagar y la depositaba en el bote del que emergió una débil columna de humo. Los ingleses se pusieron de pie y empezaron a tomar fotos, segundos después y atrás del humo salió un enjambre furioso que nos hizo correr los cien metros en menos de diez segundos. Fue muy divertido, pero, en fin, estoy divagando. Pasaron los años y nos logramos hacer de un ahorro que nos permitió pensar en comprar una casa pidiendo un préstamo bancario. Hicimos los trámites justo cuando decidimos que estábamos listos para tener un hijo o una hija. Sin embargo, las cosas, como en una novela, se complicaron. Exactamente el día que Natalia, con cinco meses de embarazo, se graduó del doctorado, yo tuve que ir al banco a recoger el cheque del préstamo, al llegar a la fiesta fue una celebración muy alegre hasta que pasadas las siete de la tarde todo se interrumpió; habían atentado contra Colosio, el candidato Presidencial del PRI.

–¿Y qué pasó?

–Pasó todo y más, yo tenía un cheque en pesos y una deuda en dólares. Al día siguiente, un jueves, los bancos cerraron y el sistema financiero amenazó con colapsarse. Hablé solo y estuve a punto de hacerme católico o musulmán, lo que fuese. Afortunadamente el viernes todo quedó resuelto y pudimos liquidar la casa, a la que nos cambiamos un par de meses antes de que nacieras. Prácticamente el mismo día que murió tu abuelo en el accidente que ya conoces.

Cuando se acercaba el momento de tu nacimiento visitamos al ginecólogo, un joven doctor que nos atendía en Polanco, examinó a tu madre como se examina un motor de cuatro tiempos, movió la cabeza lentamente y dijo “hay algo que no me gusta”, lo que evidentemente nos puso un sustazo tremendo. Ordenó internar a Natalia al día siguiente y así lo hicimos. Recuerda que no había mucho dinero, por lo que tuve que ir a cobrar algo que me debían. Regresé al hospital y hallé a tu madre postrada, atravesada por tubos y con muy mala cara. Me asusté y llamé al doctor que puso una cara peor que la de Natalia; se estaba desprendiendo la placenta, algo peligrosísimo. ¿Sabes Martina? Fue un momento terrible, ingresaron a tu madre a un quirófano y yo salí a fumar lleno de confusiones, recordé a tu abuelo que acababa de morir y pensé que ése era el riesgo que corría Natalia, pasaron las horas hasta que Luisito salió adonde yo estaba sentado, me abrazó y me regaló un puro, mientras decía:

–Felicidades cabronazo, es una niña.

Corrí al interior del hospital. No podía ver a Natalia, pero sabía que estaba bien después de una cesárea de caballo, así que esperé a que te llevaran a los cuneros. Te vi de lejos y lloré muchísimo. Cuando finalmente me dejaron cargarte vi que eras hermosa y sentí ese apego que no cesa hasta la muerte. Así que respondiendo a tu pregunta hija mía, que ya es hora de dormir y mañana será un día largo, estoy bien con una hija y así soy feliz.

Martina sonreía de nuevo, una idea se alojaba en su mente.

–¿Sabes? Lo que me cuentas está padrísimo y creo que me gustaría vivirlo de esa manera, creo que empiezo a considerar la opción del aborto.

Pedro Pablo asintió lentamente, sabía que era una decisión brutal, pero también que quizás era lo mejor para su hija.

 

 

 

 

 

Capítulo 1. 

(Capítulos 2, 3 y 4)

 
 
 

 

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