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Expresiones

'La carta secreta de Darwin' (Capítulos 2, 3 y 4)

El científico y escritor Fedro Carlos Guillén sigue con interés todo tipo de cartas. Ahora une su pasión por la literatura, la historia y la ciencia en su nueva novela que hoy publica su tercera entrega

Fedro Carlos Guillén / Foto: Paola Hidalgo | 06-10-2018

CIUDAD DE MÉXICO.

Apasionado por la historia de la vida privada, el científico y escritor Fedro Carlos Guillén (1959) sigue con interés todo tipo de cartas. Ahora une su pasión por la literatura, la historia y la ciencia en su nueva novela La carta secreta de Darwin, que hoy publica su tercera entrega (capítulos 2, 3 y 4).

LA CARTA SECRETA DE DARWIN, NOVELA POR ENTREGAS DE FEDRO CARLOS GUILLÉN

DOS

Ana estaba furiosa, su madre la tenía harta, ¿cuál era la pinche necesidad de controlarlo todo? Que si el novio estudia, los cigarros, el alcohol, la debacle en matemáticas. Todo era un problema. Su padre las había abandonado hacía un par de años para irse a Estados Unidos con una alumna veinte años más joven que él y le costaba superar su frustración. Todo esto se sumaba para producir en Ana una conducta sombría y rebelde. El sábado por la noche llegó una hora más tarde de lo autorizado y le quitaron el celular como castigo. Su cita con Adolfo, el psicólogo escolar, que le parecía un pendejo, fue una pérdida de tiempo: “tienes que ser más tolerante” le dijo después de que ella le contó a detalle lo poco que su madre entendía...

Cuando salió de su casa hacia el colegio poco antes de las siete de la mañana, testigos la vieron subir al Metrobús en dirección al sur. Cuando su madre llegó de trabajar Ana no estaba, una situación que devino en catástrofe en el momento que habló con Martina, la mejor amiga de su hija y supo que nunca había llegado a la escuela. La llamada al número de reporte de personas desaparecidas fue infructuosa; no se encontraba en algún hospital ni detenida, su círculo más cercano no tenía la menor idea de dónde podría estar o actuaban en alguna forma de complicidad incomprobable por lo que decidió finalmente llamar a la policía.

Eran las once de la noche.

TRES

“Se recomienda que hagas la prueba solamente después del retraso del período, ya que es en este momento aproximadamente que los niveles de beta hCG son suficientemente altos para ser detectados por las pruebas de embarazo.”, fue la desmoralizante indicación que Martina leyó en el instructivo del examen de embarazo. “Mierda” pensó, hacía casi una semana que debería llegar su período y por primera vez se asustó. La visita a la farmacia la hizo pasar por un mal momento, no sabía a quién acudir y soportó estoica la mirada suspicaz del dependiente en la que se traslucía, por lo menos eso creyó, un dejo de reproche.

Se sentía estúpida, desde muy pequeña había aprendido todo lo que se debe saber acerca de la sexualidad, sus padres la criaron en un ambiente liberal y en escuelas con criterios laicos. Ambos biólogos e investigadores en la UNAM siempre se interesaron en darle la mejor educación posible a su única hija. Eran tiempos felices que se convirtieron en una lluvia torrencial cuando la madre de la chica se enteró que iba a morir. Una noche de septiembre entró a su recámara y habló con ella largamente y con enorme dulzura. Martina recordaba ese día en que descubrió que existe una rara enfermedad llamada “insomnio cerebral fatal”, perteneciente a la familia de las encefalopatías espongiformes y que por una absurda lotería atacó a su madre. Era incurable y en muy corto plazo la llevaría al coma y a la muerte. Martina se sentía perdida, la veía decaer rápidamente y al momento en que finalmente falleció dormida, sintió un vació enorme, su comportamiento se hizo errático al grado de que su padre, también muy afectado, la llevó a una terapia que ella calificó apocalípticamente como “una mamada”.

Fueron meses confusos, Pedro Pablo se notaba extraviado, sin rumbo, ella nada podía hacer para ayudarlo ante su propio naufragio. Una rabia sorda la poseía, su rendimiento escolar decayó y el alcohol y las tachas llegaron a su vida como una forma paliativa de su soledad. En una salida nocturna tomó de más y Enrique, un adolescente, que siempre la había parecido muy guapo, la besó en el auto, la sensación era cálida y agradable. Así perdió la virginidad en una condición que la apenaba y que de alguna manera le hizo ver el sinsentido de lo que hacía. Ahora se encontraba sola en el baño de su casa (su padre estaba en un congreso en Europa) con el dispositivo en la mano. Temblorosa lo aplicó y esperó los tres minutos con una ansiedad inédita…

Estaba embarazada.

Su boca se curvó en un gesto muy lejano a una sonrisa.

CUATRO

En nuestra opinión, hemos mostrado que existe una tendencia en la naturaleza a la progresión continuada de ciertas clases de variedades hacia formas cada vez más alejadas del tipo original –una progresión a la que no parece necesario asignar límites definidos-, y que el mismo principio que produce este resultado en estado natural explica también por qué las variedades domésticas tienen la tendencia a revertir el tipo original. Esta progresión a pasos diminutos, en diversas direcciones, pero siempre controlada y equilibrada por las condiciones necesarias, sin las cuales no puede preservarse la existencia, puede, en nuestra opinión, corresponderse con todos los fenómenos presentes en los seres organizados, con su extinción y su sucesión en eras remotas, y con todas las extraordinarias modificaciones de forma, instintos y hábitos que exhiben.

Wallace había terminado su ensayo y estaba satisfecho, se recuperaba de unas fiebres de monzón que lo habían inmovilizado un par de semanas en las que no hizo más que pensar en un tema que lo inquietaba: la transformación de las especies, tema del que ya había intercambiado correspondencia con Darwin, quien le respondió que su teoría acerca de la evolución era imposible explicarla en la extensión de una carta. Había llegado al Archipiélago Malayo hacía ya cuatro años con el fin de formar colecciones de aves, reptiles y sobre todo insectos que enviaba a Europa para comercializarlas entre coleccionistas y museos y así ganarse la vida.

Wallace recordó su estancia en el Amazonas al que arribó en 1848 y sonrió al recordar su destino de perdedor. Cuando viajaba de regreso a Europa proveniente de Pará y con fecha exacta 6 de agosto de 1852, el barco en el que viajaba se incendió. Estuvo diez días a la deriva hasta que fue rescatado y las colecciones que había embalado cuidadosamente se perdieron en el fondo del Océano Atlántico.

Su llegada a Singapur le presentó un exótico mosaico de razas, religiones y costumbres. El gobierno y la guarnición de la ciudad eran de nacionalidad inglesa pero la mayoría de los habitantes tenían otro origen; chinos, hindús, árabes y portugueses. El muelle de la ciudad era un hervidero de navíos de guerra, barcos mercantes, buques malayos y juncos chinos. El joven inició su recorrido por el Archipiélago Malayo, un conjunto de islas entre las que se encontraban Borneo, Sumatra y Las Molucas, con el fin de realizar sus colectas exhaustivas en medio de un clima que no daba tregua con lluvias permanentes y temperaturas ecuatoriales. Para 1858, Alfred había ya colectado miles de ejemplares que enviaba sistemáticamente a colecciones europeas.

Al día siguiente, Alfred se dirigió al puesto de correos de Ternate en donde hizo el envío de su ensayo a Darwin, luego regresó a su trabajo esperando con cierto temor una respuesta del científico que tanto admiraba.

El calendario en la oficina postal marcaba: 12 de marzo de 1858.

 

 

 

 

 

Capítulo 1. 

(Capítulos 2, 3 y 4)

 
 
 

 

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