Chevrolet Corvette, amo del tiempo

La octava generación del Chevrolet Corvette carga sobre sus hombros una de las historias mejor contadas de la industria automotriz de los Estados Unidos, un superdeportivo americano que inventó la fórmula que hoy lo encumbra como un objeto de deseo en el mundo entero

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Fotos: Salomón Ramírez / Producción: Liz Durán

CIUDAD DE MÉXICO.

Esta historia no co­menzó aquí, sino en el Olimpo de los autos, ese lugar mito­lógico al que algunos privilegiados tienen ac­ceso por los méritos que han hecho en vida y el Cor­vette, desde hace mucho tiempo tiene su acceso ase­gurado para brillar ahí por el resto de la eternidad.

Y es que, cada que apare­ce una nueva generación en escena, la crítica es muy dura con este deportivo, aunque cada una de las siete gene­raciones que le preceden a la actual han tenido su encanto y aportación a su evolución.

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Tenemos a la octava ge­neración frente a nosotros rodeada por sus antepa­sados, y es evidente el ro­mance que este deportivo tiene con la aerodinámica; las enormes entradas de aire y branquias laterales que re­frigeran el motor encumbran el tratamiento que le dieron los ingenieros de Chevrolet, digno del pináculo de esta historia que inició en 1953, y que ha dado una de las bata­llas más dignas de la que se tenga registro en la historia de la cultura estaduniden­se. El auto es una flecha y se mueve como tal.

El diseño de esta belleza americana es el resultado de la mudanza del motor de la parte delantera a una posi­ción central, detrás del con­ductor, algo inaplazable, un proyecto que se tenía entre manos desde 2007, pero en­tre varios años de reflexión y otros tantos de desarrollo no es sino hasta ahora que lo podemos poner a prueba, lo cual representa todo un hito en la ingeniería de este biplaza, con las respectivas consecuencias en el desem­peño y experiencia de mane­jo que esto conlleva.

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Al final, el resultado pue­de presumir capacidades que superan las posibilidades de otros tiempos, y que hoy fueron posibles de alcanzar gracias a los adelantos tec­nológicos propios de nuestra generación.

Nuestra primera vez al volante de esta bellísima eje­cución no fue aquí sino en Spring Mountain, una pista donde los clientes de la mar­ca aprenden a manejar este vehículo para conocerlo y sacarle todo el provecho.

Cabe destacar que en ese circuito las instrucciones de un piloto profesional y las condiciones de un traza­do bañado por la lluvia nos permitieron tocar el cielo y comprobar que, más allá de la crítica, lo que tenemos en las manos es evolución pura, con hechos que destruyen a las palabras.

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Con la curva acercándo­se vertiginosamente y noso­tros con el pie hundido en el acelerador, aprendimos a guardarle el respeto que se merecen las 470 libras-pie de torque, emandas del mo­tor V8 6.2 litros pues, de no entender cómo funcionan, éstas pueden jugar en con­tra de quien está al volante, si no se tiene la pericia y ma­nos suficientes para que tal empuje juegue a tu favor.

Con las pupilas dilatadas y el corazón bombeando san­gre con fuerza recordamos que estamos a bordo de un deportivo puro ca­paz de ir hasta a 312 km/h y no en una pretenciosa carrio­la, el cual incluso, si no te gustan las emociones fuertes, también te invita a divertirte permitiéndote modificar la puesta a punto, para que el auto te asista.

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Ya en México, circulan­do por las calles de la ciudad el Corvette atraía más mira­das que una modelo, incluso, cuando lle­gamos a la autopista, don­de los autos se abrían para dar­nos el paso, en cuanto pudimos in­crementar la velo­cidad, bastaron unos cuantos metros para acelerar a fondo y enfren­tar las curvas con la adre­nalina a tope.

En ese momento pudimos apreciar en todo su esplen­dor la suspensión magnética adaptativa que monta de se­rie, la cual permite regular, en fracciones de segundo y la ri­gidez del auto, para adaptar­se mejor a las condiciones de la carretera.

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El trabajo de la transmi­sión de doble embrague de ocho velocidades es extraor­dinario y es la primera vez que este auto echa mano de una caja de este tipo. Este componente se manipula a través de las paletas de cam­bios ubicadas detrás del vo­lante, y es responsable de regular el torrente de poten­cia que se manda al eje trase­ro, como marcan los cánones de los deportivos de verdad, a nuestra disposición tenemos 495 caballos de fuerza, y és­tos son suficientes para ir de 0 a 100 km/h en 3.35 segun­dos, cual flecha.

Más adelante encontra­mos el piso algo húmedo y, sin darnos cuenta nos des­plazábamos a una velocidad fuera de la ley, así que pisa­mos con fuerza el freno que detuvo el auto tan bien como acelera.

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Gracias a la puesta a pun­to, ayudada por una larga lis­ta de asistencias electrónicas que evitan que éste sea un auto nervioso e incontrolable pudimos constatar en carne propia que los récords im­puestos en el Nurburgring y la titularidad como Peace Car en las 500 millas de Indianá­polis se las ha ganado a pul­so y que es un auto digno de reconocimiento..

El impresionante y có­modo habitáculo, propio del estilo americano, los acaba­dos y hasta el sistema de in­foentretenimiento delatan un auto listo para competir en las grandes ligas, un digno heredero de más de 60 años de evolución.

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EL HISTÓRICO DEPORTIVO AMERICANO

La época de la posguerra abrió una bonanza económica para Estados Unidos, lo que fue rápidamente aprovechado por firmas europeas, especialmente las de deportivos.

Las importaciones de Porsche, Ferrari, MG y otras firmas con coupés de altas prestaciones le dieron un importante boom a este mercado, mismo que hizo que las firmas locales comenzaran a trabajar en el desarrollo de modelos que pudieran competir con estas máquinas europeas.

Uno de ellos fue el Corvette, el deportivo americano más vendido de la historia con 1.7 millones de unidades y 67 años de producción sin interrupciones, que lo coloca como uno de los grandes nombres de la industria automotriz de Estados Unidos.

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En 1951, Harley Earl, director de Diseño de GM, recibió la autorización para comenzar a trabajar en un deportivo biplaza que pudiera retar a esos veloces autos.

Si bien era un proyecto importante, las cabezas de General Motors no quisieron hacer una gran inversión en el modelo, así que pidieron que la plataforma fuera la misma que usaban el resto de los autos Chevrolet, así como el motor de seis cilindros en línea 3.82 litros, el cual recibió algunos retoques para sacarle 150 hp.

Al no tener GM en ese momento una transmisión manual que soportara esta potencia, se le colocó una automática de dos cambios, que enviaba el poder al eje trasero.

El habitáculo del vehículo fue echado más cerca del eje trasero para tener una relación de pesos 53% adelante, con el enorme motor 47% atrás y con ello ofrecer un manejo más estable y emocionante.

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GM lució el concept car de este modelo en enero de 1953 en el Waldorf-Astoria de Nueva York, dentro de su evento Motorama y tuvo tan buen recibimiento entre el público, que de inmediato comenzó a trabajar en la versión final, que salió de la línea de producción el 30 de junio de 1953.

Esta primera generación era convertible y en el primer año vendió 300 unidades, mismas que se fueron a 3,640 para 1954 y que llegaron a más de 14 mil en su útlimo año modelo (1962), antes del arribo de la segunda generación en 1963.

Ese primer Corvette sentó las bases del legendario biplaza de General Motors, un modelo que en sus distintas configuraciones y años ha tenido la dura labor de pelear con algunos de los deportivos europeos y japoneses más importantes de la historia y que ahora enfrenta un nuevo capítulo con una configuración de motor central, que cambia radicalmente lo que sabemos de este auto, un emblema del motor americano.

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