María Luisa Mendoza

María Luisa Mendoza

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Lo intangible…

¿Cómo aprendí que lo intangible es lo que no se toca? Igual que muchas bobadas de ese jaez, como el humo del cigarro, el suspiro, el sueño, quizá el amor, porque si nos tocamos el corazón en esos ahogos del enamoramiento, me canso de su realidad angustiosa y divina, como chupar un chamois o un membrillo verde que te quiero.

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Recuerdos de ayer y hoy… (II)

La política me era cercana porque mi padre seguía siendo un priista leal que nos traía a las oficinas del PRI, que eran estas oficinas de Excélsior; ahí estaba el PRI, y mi contacto con el partido de la derecha no era otro que mis queridas vecinas, las Limón Lascuráin. En mi casa el mantel olía a pólvora como en los poemas de Octavio Paz, se hablaba a la hora de la comida de Juárez, Lázaro Cárdenas y las sucesivas luchas por la Presidencia.

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La filosofía de los enfermos

Han de haber enormes tratados al respecto. Todos mis colegas han de saber los mayores secretos de la enfermedad y su reacción en médicos y viceversa, pero cuando el que se denomina “esto” le toca alguna vez decir sus experiencias en ese laboratorio doloroso, que espera siempre sea de tránsito a la recepción inscripción y el inicio de lo que con el alma colgada del mecate de la ropa limpia a esperar que se seque, ese grito mañanero de angustia que es como retorcer la ropa empapada, toda la experiencia fuera de la cama debajo de las cobijas arrastrándose en la escalera para bajarla, pujando como tameme para subirla, eso se hace presente en el ejercicio de la terapia

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Fela Fábregas en mi vida

Era la luz Fela Fábregas, esa luminosidad incomparable de los teatros antes de subir el telón, estaban llenas las butacas de entusiastas, todo estaba listo y yo solitaria, como casi siempre, esperaba vestida, perfumada y nada más me faltaba un sombrero para que empezara la función

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Madre sólo hay una

Si me hubiera atrevido, como era mi deseo original, a escribir sobre mi madre, tal vez una buena columna y un rubor de haber perdido la pena de tratar algo tan íntimo me aliviaría un poco los muy malos días que he atravesado… con valentía, es verdad...

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De las oquedades y las letras

Últimamente la oquedad me visita como en las depresiones y sus principios, es algo invisible que duele, un pensamiento férreo en la blandura de la carne, sube y no baja, se mete entre las sábanas cuando quieres dormir, y pienso en los alcohólicos porque dan ganas de beber, hasta de reintegrarse a la fatiga de fumar como antes de que me muriera por cuarta vez (¡y sobre el mar!).

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Los recuerdos en medio del tifón

Retobo a la desesperanza, puesto que amo tanto la vida. Simplemente, volver los ojos a las joyas que he recogido en el camino, como el perrito de barro color verde bandera soportando sobre sus cuatro patas a otro, pero más pequeño, de color rosa mexicano y éste, a su vez, no más recién nacido, blanco como la nieve.

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La nube negra

Yo sí creo en la nube negra. Vuelvo la cara al cielo y casi la veo, pero no es para tanto, se esconde. Pero es evidente que por ahí anda. Que tiene que hacer tanta desdicha, aunque sean boberías. No creo que deje de funcionar la computadora nada más porque se le da la gana. Tapado el teléfono nadie puede llamarme ni para una desgracia, ya no digo una felicidad porque eso ya no se usa. Cuando éramos chicos no había cosas horrorosas o nuestra cabecita las capturaba y las borraba de inmediato

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Cuando éramos ricos, todos petroleros

Cuando éramos chicos nos sentíamos de veras seres bendecidos con la fortuna, porque así nos habían educado: “El petróleo es nuestro”. En el pizarrón, si dibujábamos la República Mexicana siempre era en forma de cono de la riqueza, y así veíamos los campos florecidos del Bajío.

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Techo mío y piso suyo

Dos hombres del pasado saltan a mi cabeza al sentarme frente a la computadora a escribir mi columna... dos rostros aparecen ante mí al sentarme a escribir mi semana dulcemente atroz, recamada de achaques y de recuerdos, mi eterna saudade con la que subsisto en el tedio de observarme si ya me siento mejor: Salvador Novo y Rafael Solana

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Invierno e infierno y yo recordando

“¿Cuánto apuestas a decirme un personaje del cine de nuestra infancia en un dos por tres?”, le pregunto a mi perrita Clotilde que, con sus ojos de tragedia viuderil, me responde inmediatamente: ¡El juez Hardy!... abuelo de… insisto… ¡de Mickey Rooney

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Ya no tengo lágrimas

Estamos en guerra. Eso avisa el subconsciente que mira la televisión detrás del cuerpo supuesto que habitamos, porque lo dicho por el locutor que presenta en TV el horror no tiene nada que ver con los alebrestados golpeadores llevando en sus brazos sillas de metal y pegando con ellas en las cabezas de los contrincantes, igual que la policía borda las sienes y los cogotes con la punta de las botas o las trancas que les exige el reglamento.

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Las escritoras mexicanas sí nos hallamos

Los mexicanos decimos que “nos hallamos”, mas no porque nos hubiésemos perdido en una esquina, sino porque algo nos gustó al grado de renunciar a cualquier otra búsqueda y porque ésa es nuestra santa voluntad. Me acuerdo de un pintor que contraté para blanquear toda mi casa, pero tuve que ir de viaje a mi tierra (¿pues a dónde más?) y a la semana del regreso me lo encontré parado en la puerta de entrada con la cara relumbrando de limpia.

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