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Fela Fábregas en mi vida

María Luisa Mendoza

María Luisa Mendoza

Junto de mí había una butaca vacía, de pronto, el ruido clásico del estiramiento del asiento sonó, volví la cara y eras tú, elegante como siempre, exacta como siempre, qué muchacha tan bonita que fuiste a honrarme con tu presencia y en el intermedio, al levantarnos, me di cuenta que estabas embarazada; traías un vestido de alforzas color mamey con un levísimo encaje en la parte alta, eras una modelo de Nueva York, y entonces me viste a la cara, de pie ya las dos, me dijiste: “China, haces tan bonita pareja con tu compañero, que me urge que te embaraces, ¿te gustó mi vestido? Pues tengo como 30 en el ropero esperándote todos, te los regalo para tu o tus dulces esperas”, yo no lo podía creer. Iba a recorrer el mundo vestida de Nueva York, iba a tener todos los hijos que tuvo Fela, cinco, seis, veinte, no sé.

Casada con el señor teatro, Manolo Fábregas, la luz interior de la vocación heredada, el miembro sobresaliente de una estirpe de actores, sobre todo el nieto de Virginia Fábregas, la gran señora, la emperatriz de una parte de la historia del México de antes; casada tú con él cumpliste una misión que no era secreta; volverlo el hombre más importante de la escena de México, poniendo sobre las tablas milagros de la dramaturgia como El diluvio que viene. Qué barbaridad, Fela, qué obra.

Tú me diste la voz de Dios y te lo agradezco. Yo que todo el día hablo con él y no me contesta, le pido por piedad y ni me voltea a ver; esa noche prodigiosa oí su voz, era perfecta, la llevaba y la traía una paloma de a de veras que nunca entendí si fue amaestrada por ti, por Manolo o por alguno de tus muchachos, o porque nomás se le dio la gana a Dios. El teatro se estremeció igual que aquel Violinista en el tejado, recordando al mítico pueblo judío, la sala entera vibró, pero con una vitalidad, con una energía que pensé que se nos iba a venir encima. Solamente en el recinto de la Cámara de Diputados pude experimentar el temor agridulce de que la voluntad emotiva de un pueblo pudiera lograr atraer hacia nosotros el techo de los salones. Fue maravilloso, Fela, tú lo sabes. Y vestido tras vestido que comprabas en Saks nos deslumbrabas. Nadie hubo como tú, con tu vigor, con tu presencia, te quise mucho, te agradecí tu amor. Yo voy por la tierra prodigando mi invento, ese de que nadie me quiere, claro que sí, mis padres, la gente mía me regaló pedacitos de hostia de felicidad. ¿Te acuerdas de las obleas con las que cubrían en Celaya la cajeta que vendían en una cajita de madera? Pues así de translúcida y dulce fuiste, Fela querida.

Ahora, creo que están de moda las mujeres, yo no entre ellas, claro, el gran deslumbramiento es la juventud que he perdido, todas llenas de hijos y de amores triunfan en los foros de la Tierra, a mí no me tocó.

Creo que ya no puedo ni escribir, yo no sé qué voy a hacer, pero esta mañana cuando abrí el periódico y te vi retratada y supe que te habías ido, me apretaste mi pobre corazón ya de por sí hecho garras. No te veía nunca, pero en la historia de mi vida quedan las cenas íntimas en el salón de tu departamento, que construiste para recibir a los amigos de ustedes, de tu marido, tuyos y de tus niños, que crecían a paso veloz e iban siendo la sensación de las tablas.

Dios mío, si tú me llamas yo voy corriendo detrás de cada uno de ellos, pero no solamente porque son hombres con cara de hombre y guapos, sino porque simplemente tienen un don de ternura que en ti era evidente, como se ríen, abrazan y festejan la vida de los demás, mi pobre vida en las últimas.

Te quiero mucho, hubiera sido la primera que hubiera estado en la fila de adelante, pero ya no tengo ni siquiera piernas con qué seguirte, estoy muy dada al cuaz, debí verte más para tomar el ejemplo de la fuerza de voluntad de lo que es ser mujer en un pueblo de hombres, de lo que es ser gran inventora, una hermosísima dama.

Aprovecho para decirte que tu salita me es inolvidable con el gran cuadro al óleo de tu suegra Virginia Fábregas, con los pequeños pastelillos que sacabas de un hornito con las copas de vino y la risa de todos nosotros ¿sabes por qué? Porque éramos jóvenes.

Yo por lo menos sí me acuerdo, la juventud es única, la recupero en tus hijos, en el recuerdo de todo, en mis aplausos en el telón que subía y bajaba, en los hombres que amé en tu teatro, que se casaron conmigo y se descasaron. Fela, no falta mucho, no fui a tu velorio porque creo que ya no existo, no había ni siquiera butaca para mi silla de ruedas… ¡adiós, preciosa, gracias!

 

Escritora y periodista

marialuisachinamendoza@yahoo.es

 

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