La nube negra

Yo sí creo en la nube negra. Vuelvo la cara al cielo y casi la veo, pero no es para tanto, se esconde. Pero es evidente que por ahí anda. Que tiene que hacer tanta desdicha, aunque sean boberías. No creo que deje de funcionar la computadora nada más porque se le da la gana. Tapado el teléfono nadie puede llamarme ni para una desgracia, ya no digo una felicidad porque eso ya no se usa. Cuando éramos chicos no había cosas horrorosas o nuestra cabecita las capturaba y las borraba de inmediato
 

Bien me acuerdo del principio, el borrón en el cielo rumbo a la nube negra de la que hablo. Fue el día en que un ser muy amado, quien me debía amor y protección, negó haberme dicho tal cosa que valiome el principio de mi pena, de mi sentido de marginación, de las dudas. De allí en adelante todo fue un tropiezo, ni siquiera entendería la trompetroa y el inglés y el francés, hagan de cuenta japonés e irlandés. Las exclusiones de lugares públicos y privados, también estuvo la maña orden del día y no soy tonta para inventar que no me acuerdo o como entre sueños… Me han de haber dolido mucho, puesto que a estas alturas sigo mirándome las palmas y los dorsos de las manos, sin dar pie con bola, aunque gente mía me lo recuerda con señales y no de humo.

Digo; todo me sale mal. Como soy diestra, manejo los objetos de mi buró con la mano izquierda y así se me resbalan cucharadas de azúcar, libretas de direcciones, recortes de periódicos, invitaciones, dinero contante y sonante.

Estoy escribiendo por segunda vez mi artículo porque se me desapareció al irse la luz eléctrica, en la mañana cuando tomé mi terapia en la pierna derecha, que tanto me duele, en el camino, en un taller desdichado me rompieron la silla de ruedas a lo estúpido y el chofer ni pío dijo, y mi hija Vivi y yo nos quedamos heladas bajo el sol ante el sinvergüenza que ni siquiera se disculpó.

La nube negra me sigue por la vida, por eso no he de haber entendido la trigonometría. Ahora me ha dado por doler toda la galaxia de estrellas desde la cintura y hasta la punta del dedo gordo que late acompasadamente. Me he acordado cómo conocí a don Emilio Azcárraga, el grande… yo era compañera del colegio de Caren, su hija, con quien hicimos muy finos juegos como el entonces de moda pumchimbag plantado en su jardinzote, pero esto es para contarles que nos íbamos a comer a la franja con pasto que pasaba enfrente de la casa de Carmela.

Era maravillosa la aventura: comer entre automóviles que pasaban a todo dar y las nanas sirviéndonos… también estaba Emilito, aún niño, encantado con nuestras puntadas.

Por cierto, tengo el dedo gordo del pie enfermo con latidos muy dolorosos y yo le digo a mi doctor si no será “gota” como la que tenía don Emilio en esos días. Entre paréntesis, en otra ocasión nos sirvieron a la hora de la comida –en el comedor como la gente decente— unos elototes hervidos maravillosos y en cada punta tenían un tenedorcito coronado con un moño de colores… Nosotros los comíamos en la banqueta a dedo limpio y sabían igual.

¿A poco los buñuelos son tan deliciosos en la calle como en el gran salón de la casa de Ángela Malo? ¿O los churros medidos con metro de madera…? ¿O la nieve sacada con una cucharota de un bote rodeado de hielo con sal y servida en un barquillo que nos comíamos hasta la colita?

Las habas, los chayotes, los zapotes, las chirimoyas, y para no terminar, las tunas rojas, verdes y sobre un cacho de hielo.

Y a propósito del hielo, leí un artículo de la NASA, sensacional, en el cual nos enteramos que hallaron 70 huellas de dinosaurios de cien millones de años de haber existido. Son huellas de mamíferos y reptiles. Dicen que hay huellas de mamíferos del tamaño de una ardilla y otros tamañotes como tanques de guerra. Tiempos mágicos desaparecidos en el tiempo ¿cómo no nos vamos a esfumar nosotros los humanos?... Y acá en la soleadas nos interrogamos de nuestra extrañeza al perder el amor…. ¿Qué digo? La amistad, la lealtad, la juventud, la memoria…

No puedo imaginar la nube negra del principio, ésa que me está destruyendo lentamente. Esas criaturas prodigiosas ya no están porque es la ley de la vida y porque así lo quiso mi Dios.

Mi nube negra apareció hace años, pero como una es chiquita, la desdicha no duele. Hoy, antes de levantarme, medito y estoy segura que ya me alivié: saco las piernas al aire tan contenta como el jibarito que no vende ni un aguacate…

No, no puedo caminar, soy en realidad una anciana, gasto un dineral en médicos, medicinas y auto de alquiler. Hace años que no estreno ni calcetines, y como frugalmente no como, los pobrecitos expatriados sin casa ni perro ni revolcadero.

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