Ya no tengo lágrimas
Estamos en guerra. Eso avisa el subconsciente que mira la televisión detrás del cuerpo supuesto que habitamos, porque lo dicho por el locutor que presenta en TV el horror no tiene nada que ver con los alebrestados golpeadores llevando en sus brazos sillas de metal y pegando con ellas en las cabezas de los contrincantes, igual que la policía borda las sienes y los cogotes con la punta de las botas o las trancas que les exige el reglamento.
Como yo soy de pueblo, debo seguir creyendo en la patria, la bandera, el Ejército, la democracia y, por supuesto, en Dios. Así, hay en mí un “conmovedor” patriotismo, como lo calificara mi amado René Avilés Fabila, situación que deja estupefactos a 99% de mis amigos, todos ya ateos y con quienes rezábamos lo que nos enseñaron en nuestras casas. Yo, perdón por los yo, es necesarísimos para situar mi retraso mental (acuérdense de la superfeminista que me preguntó si creía en Dios, a lo que contesté con el brazo en alto al estilo de la primaria; y para que ella me dijera “bueno… como eres tan inteligente…”).
Me enloquece creerme periodista y dejar pasar la fatuidad estúpida de Trump y su familia de carnaval al revés… flaca, fúnebre y diabólica.
Ruiz Massieu nos dijo a un grupo de priistas de aquel entonces: “A ustedes ya se les olvidó Luis Donaldo... pues les advierto que los demonios andan sueltos…”. Como creo todo y soy tan inteligente… “inteligente”, me revuelco en mis paraísos ficticios.
La realidad siempre, o casi, nos sitúa afuera del ridículo al cual caemos algunos con una facilidad asombrosa.
Es la guerra… el descrédito de los partidos políticos, del mío ante el cual sigo teniendo la misma postura conmovedora… (así me enseñaron en mi casa).
Y tengo ante mí el magnífico pretexto humanitario de que en un país donde no viví de la famosa novela Las tribulaciones de un chino en China… existe hoy el Año del Perro, ese animal que está atado a mi corazón mientras viva o vivamos juntos.
El perro es elogiado por los millones de chinos que pasaron a mi lado rodando sus bicicletas o los obreros mundiales jalando la carreta y a su vez jalados por las sufridas mulas que a ver qué día nos hacen siquiera un día de homenaje…
Vi todo en China, me ensarté en las tumbas vestidas con delantales, en las figuras inolvidables de los guerreros de arcilla, sus caballos y sus carros de fuego, en el gran palacio del emperador que tuvo que usar por primera vez en la historia anteojos… En las damas que van por la calle elegantísimas como geishas o comiendo apresuradas sus tazones de tallarines o lamiendo preciosas sus barquillos de nieve exacta a como leemos en las novelas la palabra nieve. (No tengo nada que ofrecer a cambio, soy pobre como perro, pero algo haría por comer otra vez un pato laqueado…).
Pero no vi ni un perro.
Aquí en México han disminuido, es verdad, en colonias como la mía, la San Miguel Chapultepec, pero sus inmensos sufrimientos no.
Y en honor de los perros evoco tres que me laceran la memoria: Uno que me miró largamente echado en la puerta de un restaurante de Popo Park, salí para hablarle y descubrí asustada que tenía las patas traseras paralizadas…
El otro, idéntico, tal vez el alma y la figura del de al pie del volcán, también me pidió comida… era impresionantemente calaca, un esqueletito que vivía sus últimos días en Florencia… tampoco caminaba, se arrastraba.
Para cerrar mi tercero con el último, el que me siguió jalando aire y papeles sucios hasta el baño de una tienda a la orilla de la carretera de Guanajuato a la Ciudad de México.
Ninguna mujer bajó la vista para compadecerlo por lo menos, bendecirlo…Yo no lo cargué por miedo a lastimarlo, además mi esposo, que me esperaba en el auto, habría adelantado el divorcio para unirse a quien lo merece más… el perrito se quedó atrás y lloré… era el tiempo en que todavía tenía lágrimas.
