Me gusta tanto vivir que hasta el alegato gocé

Ando como ventolera escribiendo una columna que no escribo. Esta niña que fui, reumática, con eternas eccemas, designada para estar en la cama la mitad del año enferma de todas las molestias propias de las niñas nerviosas

Tantos días, tantas semanas, que cuando me levantaban no sabía caminar… simplemente porque en aquel tiempo los males se curaban en una dieta feroz.

Ni siquiera a pan, sólo agua… me acuerdo que mi nana Enedina me traía la chichita del bolillo a escondidas y me lo comía electrizada de felicidad bajo las cobijas. Loca furiosa escribiendo en la cabeza, nada más porque no tengo fuerzas para hacerlo realmente, y lo que sí sé es que cada una de ellas, de las columnas, de los artículos pues, era mejor la una que la otra, y ahora que se me vino el tiempo encima no me queda más remedio que el relato de una maravilla pérdida en la desmemoria. Hasta el horrendo sueño que me hizo despertar llamando a gritos a mi mamá y mis dos perros, en ocho patas de pie mirándome asustadísimos, y afuera de las cortinas del balcón, las estrellas como si nada. El sueño es la víbora de cascabel, que irremisiblemente me pica en el pecho y muero de inmediato. Me levanté arrastrándome en la pobre forma en la que me traslado semi inútil, cambié las sábanas porque parecían la piel de la serpiente, ni modo, y me puse un camisón blanco y me lavé todo lo lavable con el agua helada de la madrugada. Afuera no se oía nada, ni el maldito motor, ese misterioso que me traje arrastrando de mi mala suerte y me he cansado de preguntarle a mis vecinos si ellos lo perciben todo el santo día como yo, bueno, digamos la mitad del día y de la noche y dicen, irrebatiblemente, que no. La única muchachita maravillosa es la señorita Trelles, la hija del grande del futbol que acepta la existencia de esa maldición, ha investigado, ido y venido, hecho acciones para aliviar mi ansiedad, con poco éxito desde luego.

Si me fuera dado reproducir mis escritos imaginativos, yo sería en este momento la periodista más célebre de mi país y sin necesidad de haber nacido en donde la Peregrina de la canción ni nada. Pero no me tocó hundirme en las enfermedades no propias de mi sexo ni nada, ni eso, sino sufrir una pésima operación quirúrgica, de regalo tener la pierna descuacharrangada a la salida del hospital, iniciar una terapia que no cesa desde hace unos cinco años, calculo, mal probablemente. A continuación, Julia López me regaló un cuadro bellísimo que colgué en mi sala y una tarde llamome para preguntarme la medida y, por supuesto, ahí voy hecha la mocha bajando la escalera metro en mano, pero antes, al saltar de la cama donde leía, la pierna derecha se me enredó con la sábana y oí clarito “crack”… el hueso tronó y yo tuve todavía fuerzas para dormir con la fractura al aire y cuando llegó mi doctora a hacer los ejercicios de la mañana, doña Tere Ulloa, se asustó al verme la lesión, me trepó a su auto y me llevó al hospital más cercano, y más caro por supuesto. Otra mala operación quirúrgica. Otra terapia. Hasta llegar, al fin, con el doctor Luis Mario Ibarra, quien empezó una nueva, tal vez retardada curación, en la cual sigo con la pata para arriba, la pata de lado, la pata marchando, la pata llevándome la hilacha.

El doctor bien amadísimo por mí, y que me hubiera salvado si todo lo hubiera hecho él, se murió… mi fisioterapista, doña María Angélica Vélez, quien iba bien avanzada en la mejoría de mi pobre extremidad, se murió también. Como ven, nada más falto yo, y claro, Teresa, mi hermana. Y salvaguardando el apellido de mi padre y del suyo, el doctor Mendoza, apellido vivo en mis dos sobrinas Mendocinas, doña Viviana y doña María Luisa, como yo; pues allí se estancaron los doce apellidados como les digo, nacidos en la casa que construyó en Tres Guerras, Celaya, y mis tías vendieron de piedra en piedra.

Y ya me voy yendo con cuidado porque a veces pienso (a pesar de los elogios de los ancianos rememorantes del estado de Guanajuato) que agonizo un poco a los lectores de mi periódico, donde estoy para servirlo, no para dejar caer trozos de mi novela personal. En verdad, os digo, que lo que me ha absorbido estos días ha sido el alegato, llamémosle así, de los postulantes, digámosles así, a la Presidencia de la República… mí, tu República ¿o acaso tenemos otra? Se trata de sacarla adelante con casta y todo. Lo que yo piense del uno o del otro en realidad no importa o, por el contrario, importa mucho. En fin, para empezar, la mujer me pareció muy bien, plantadota con su seguridad, femenina, severa y guapa, ¿qué más quieres? El discutido Peje me perturbó mucho cuando se distrajo y me devolvió la imagen de los hermanos Marx con su atril en movimiento y su mal actuada distracción… en lo demás, El Peje estuvo muy bien y te lo firmo, como decíamos de chicos. El Bronco me divirtió, me gusta su tipo mexicano norteño y su firmeza para lo del corte de mano, que si bien no es gracioso, sí es visiblemente atrevido. Siento no agradar del joven del PAN, desdichadamente fui diputada federal y soporté las peroratas de su partido y los finales casi de “la misa ha terminado, vayan con Dios”. Hay una plenitud cuando escucho a Meade, porque me parece el aire en el que crecí, la forma y el fruto de mi tierra en un entonces muy antiguo… para mi edad, cincuenta años son muchos y el elegante y mesurado candidato del PRI me es grato. Yo siempre doy las gracias al donaire y a la buena educación.

¿Qué sigue?... Veamos la semana que entra, muchacho.

Escritora y periodista

marialuisachinamendoza@yahoo.es

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