Recuerdos de ayer y hoy… (II)

La política me era cercana porque mi padre seguía siendo un priista leal que nos traía a las oficinas del PRI, que eran estas oficinas de Excélsior; ahí estaba el PRI, y mi contacto con el partido de la derecha no era otro que mis queridas vecinas, las Limón Lascuráin. En mi casa el mantel olía a pólvora como en los poemas de Octavio Paz, se hablaba a la hora de la comida de Juárez, Lázaro Cárdenas y las sucesivas luchas por la Presidencia.

Luego vino mi arranque como periodista en el mítico periódico El Zócalo, con Kawage, ofreciendo lecciones de periodismo y manzanas frescas en plena redacción (ahí fue la primera vez que yo escuché el nombre de Marcel Proust).

Gran lector Alfredo, nuestro compañero y director, dándome la bendición de estar siempre acompañada de Marcel, Odette, la abuela, la madre y las innúmeras novias del niño que jugaba en Le Bois de Boulogne (el bosque de Bolonia de París), empezando por Albertina, aquella nínfula que encabezaba la pandilla de Las muchachas en flor, corriendo por las playas francesas, dejando atrás una estela de belleza todavía ahora aspirante y fresca.

Entonces, entre Paz, Juárez y Cárdenas aparecía en el paisaje el brillo deslumbrante de la Facultad de Filosofía y Letras, en San Cosme, con la irrupción de los maestros de la República Española, que nos cubrieron de sapiencia los cafés de las polveaditas en el restorancito del Patio de Mascarones.

Y ahí también, los primeros grandes amigos literarios que tanto bien me dieron y tanta soledad heredaron. Pero la política proseguía; yo era la valiente comentarista joven, hasta el maestro Daniel Cosío Villegas me floreaba, volvía una mexicana provinciana, sin chofer a la puerta, a ser importante, dominando el castellano e inventando las palabras que mis directores respaldaban, neologismos hoy famosos y que ya se revolvieron en la ensalada de la vida gramatical.

Quién diría, y en este momento de la política, que no he renunciado a ella, que mi culminación fue ser diputada federal por el Estado de Guanajuato, que prosigo en el priismo, que tengo mi candidato desde la primera vez que oí el nombre José Antonio Meade, porque se parece mucho a mis tíos de Salvatierra y de Acámbaro, de Celaya y de Silao, hombre probo, íntegro, honrado y principalmente culto.

Que no tengo miedo que salga otro personaje, el delirio a mí no me da miedo, sí la locura, sí la soberbia de decir… “cuando yo sea Presidente”, y que, por primera vez en mi vida, me he divertido en estas elecciones con las barbaridades que varios de sus aparentes candidatos han expresado, que son el placer de mis orejas frente a la tele, que ya no distingo, y que, probablemente, son los que me han salvado de la desesperación de irme a quedar ciega.

Porque, señoras y señores, yo no quiero ser “santa, santa mía”, sino que Dios me permita volver a caminar como la gente decente, sin silla de ruedas, y a mirar de frente el gran escenario de la vida, del teatro, del cine y, sobre todo, de leer mis libros.

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