Recuerdos de ayer y hoy…(I)
Se me antoja mucho, como periodista profesional que he sido, en realidad, toda mi vida (de mi periodismo vengo a mi periodismo voy), entrarle un poco al comentario político en mi profesión.
Es que he tenido noticias de que en ciertos medios nuevos que no domino, como internet, el cual no alcancé a estudiar en la prisa por aprender la manera de llevarme la hogaza a la boca por medio de mi prensa escrita, hay la idea de que yo he cambiado y me refugié en mi vida propia para expresarla en mis artículos.
Evidentemente, es verdad, pero, desde luego, está demostrando la infinita nostalgia que tengo de no escribir mi novela. ¿Por qué no lo hago? Porque nadie puede escribir En busca del tiempo perdido, con la nariz pegada en la pantalla de la computadora y continuamente volteando a ver los dedos en las teclas que no distingo.
Dios, en su infinita bondad, me ha dado una gran lección de vida y de muerte al dejar de tener la gubernatura de mi vista; vengo de una familia de hermosos individuos enfermos de los ojos, ya lo he dicho, de mi abuelo paterno ciego, de mi abuela paterna con un solo ojo, de mis tíos, de mis parientes muchos y de mi adorado hermano Javier, afectado de sus ojos desde el nacimiento.
¿Por qué no iba a heredar esa debilidad de la que fui privada y de tantas otras riquezas, entre ellas la opulencia económica de la familia paterna, a partir de la casa de Tres Guerras?
A mí me tocaron las yeguas flacas; no obstante, mi mamá, devota hija del Sagrado Corazón de Guanajuato, nos educó como si fuéramos niños ricos, con medias suelas en los zapatos y los cuellos del colegio vueltos de un lado y de otro.
Mi transportación en la vida siempre ha sido con gente rica de dinero y gente multimillonaria, en virtudes que me ha brindado el mundo de la inteligencia.
Soy de las niñas pulcras con ropa remendada, por ende, me incliné a seguir tratando de remediar todas las conversaciones de las necesidades en mi tierra con los pobres, los enfermos, los desposeídos, etcétera.
Provengo, pues, de un estado eminentemente político: Guanajuato, priista, católico, clasista, minero, devoto y nacionalista... ¿Cómo demonios iba a ser diferente?
Ahora, por supuesto, todo ha cambiado. Cuando yo era chica íbamos por la calle de la mano de mi mamá y todos los banqueteros la saludaban, porque todos eran conocidos; mi padre siempre tenía un puesto gubernamental debido a sus conocimientos de abogado; todos los gobernantes eran nuestros amigos y seguíamos juntos desde que ellos salieron del colegio del estado, el colegio de las abejas, y los niños nos reuníamos en las posadas, en los paseos a las huertas, en la misa de doce los domingos, en la serenata que dirigía el abuelo de Pedro Buchanan, en los múltiples mítines políticos a los que, por deber feliz, hacíamos todos los niños; entonces, a la hora del desayuno, comida y cena se hablaba de política, principalmente, iniciando desde la toma de Granaditas, las batallas de Celaya, la lucha por la nación y por la patria, sin ningún temor de caer en la cursilería por el primitivo nacionalismo, simplemente éramos mexicanos-mexicanos.
Había muy pocas familias de origen extranjero y todas eran muy principales, puesto que las cabezas trabajaban en las minas o en la telefónica o en la compañía de luz, todos los lugares que tenían contacto con el extranjero; pero yo no me acuerdo que los Crosby, los Smith, en fin, que todos los ilustres apellidos fueran nunca provenientes de países lejanos, era una convivencia guanajuatense tan estrecha que muchos años después yo me di cuenta de la extranjería, que ignorábamos entre batallas de canicas en la tierra, ping-pong, subidas a los árboles para todos ser Tarzanes y nuestros sinnúmeros juegos que culminaban siempre en el invento de la tiendita, pedíamos permiso y poníamos una mesita en el garaje, vendíamos las innovadoras “sodas”, con la Coca-Cola no teníamos nada que ver porque todos, en una opinión general, decíamos que sabía a medicina. Fue una hermosa época de mexicanidad, para que es más que la verdad.
Si yo hubiera sido periodista entonces, hubiera escrito magníficas columnas sobre México y su gobierno. Pero las otras historias fueron mi puerta de entrada definitiva a la literatura, y la política se fue quedando un poquito de lado, pero no por mucho tiempo.
