La filosofía de los enfermos
Han de haber enormes tratados al respecto. Todos mis colegas han de saber los mayores secretos de la enfermedad y su reacción en médicos y viceversa, pero cuando el que se denomina “esto” le toca alguna vez decir sus experiencias en ese laboratorio doloroso, que espera siempre sea de tránsito a la recepción inscripción y el inicio de lo que con el alma colgada del mecate de la ropa limpia a esperar que se seque, ese grito mañanero de angustia que es como retorcer la ropa empapada, toda la experiencia fuera de la cama debajo de las cobijas arrastrándose en la escalera para bajarla, pujando como tameme para subirla, eso se hace presente en el ejercicio de la terapia
Nieta de médico severo y buen celayense dador de una casa que construyó tres guerras para sus hijos, y donde mi padre aprendió esa honradez irrebatible, ese señorío de amorosidad, esa lealtad a lo que se cree, fundador de un partido político, acompañante de mi madre a los templos de Semana Santa, observador doloroso del desarrollo de sus hijos en colegios caros que el dueño de tanto dinero ya no podía
pagar.
El médico tiene que ser enfáticamente delicado en sus sentimientos, observador misericordioso, justo y con el finísimo hilo del cuidado al decirle a un enfermo su gravedad, su próxima mejoría o que de plano como yo digo…“que ya se va a pelar”.
Mi relación con los médicos ha sido infinita, hermana de médico, tía, sobrina, amiga entrañable y sobre todo paciente.
Desde que nací conozco las cuarentenas en cama, de ahí mi irrebatible catolicidad, amor a la lectura y esta cabalgata de sueños y de imaginación que no me abandona, así como me doblé para recibir mis togas, para ir sola hasta la Unión Soviética, para recorrer toda Europa retenida en la fe del periódico El Día y en mi inglés al estilo de Katy Jurado, así me nació la valentía contra la enfermedad.
La relación del paciente con el doctor debe ser de igual categoría moral: ni una sola mentira ni un temblor de desconfianza ni una duda del veredicto y la lealtad.
Uno de mis facultativos ha durado conmigo 35 años, igual que el mítico doctor Gonzalitos, compañero de la Facultad de Medicina de mi padre y de Eduardo Césarman, mi otro hermano. Igual que a todos ellos les he sido fiel y leal, haga usted de cuenta con unos maridos.
Todo esto, lector bien amado, como nos decían de broma: “…úntate mercurio, cromo y ponte un curita” para hacer un llamado de atención a la conducta de los doctores y al trato esmerado y bien educado del paciente.
No deben ellos olvidar que vivimos un tiempo tremendo de zozobra, de lejanías carísimas en taxi, de medicinas imposibles de pagar, y sobre todo de esa calma que exige el alivio.
Como en el poema “…desde aquí y arrodillada doy las gracias y pido la salud”.
Periodista y escritora
