CIUDAD DE MÉXICO.
En 2006 llegó la primera ejecución del Mini John Cooper Works GP una variante que, a todas luces, estaba orientada hacia las pistas de carreras en todos los apartados de la cual sólo se fabricaron dos mil unidades; seis años después llegó una segunda entrega, con las mismas unidades producidas y con mejoras propias de la época.
Hoy, ocho años más tarde, estamos frente a frente, hombre y máquina, con su tercera generación, la cual mantiene más vivo que nunca su legado deportivo. Muy exclusivo por la edición limitada a tres mil unidades que se fabricarán, y un objeto de deseo para nuestro mercado, pues sólo se comercializarán 44 unidades en México, de modo que podemos considerarnos afortunados de poner las manos al volante de esta pequeña máquina de aceleración, la 0009.
Estéticamente, este vehículo se tomó muy en serio eso de causar una primera gran impresión, lo que de inmediato acapara nuestra mirada es el enorme alerón trasero, aderezado con la inscripción GP en rojo en los laterales, dividido en el centro, dando la apariencia de que son dos alerones independientes.
Lo segundo que resalta de la carrocería del GP son las extensiones de fibra de carbono al natural en las salpicaderas, las cuales por momentos parecen que no encajan con todo el conjunto, e inclusive parece que se están despegando, sin embargo, después de observarlas con detenimiento, llegamos a la conclusión de que nos encantan.
Y es que, además de incrementar la anchura de la carrocería en cuatro centímetros, le dan a este Mini una estampa sólida, robusta y muy agresiva, y mantienen una increíble relación estética al enmarcar el juego de rines de aleación de 18 pulgadas de cuatro brazos, específicas para este modelo y calzados sobre neumáticos Hankook Ventus S1 evo Z, que dejan ver los discos del sistema de frenos de 360 milímetros en el eje delantero, que se complementan con la pintura gris Racing, la cual siempre se ha usado en todas las generaciones del Mini GP.
En la parte trasera, un par de grandes escapes se asoman al centro de la fascia, los cuales afinan la nota del motor hasta convertirlo en un sonido ronco y estimulante, mientras que en la parte frontal, las enormes entradas de aire terminadas en rojo dejan ver el radiador en donde el flujo de aire choca para refrigerarlo. Sin embargo, la entrada de aire sobre el cofrecomo homenaje a la primera generación en la que sí era funcional.
No hay mejor forma de comenzar a explorar el interior del Mini John Cooper Works GP que hacerlo por la cajuela, pues desde esta perspectiva se puede observar mejor la ausencia de la segunda fila de asientos y la una barra de refuerzo estructural pintada en rojo, lo que contrasta con el monocromático interior.
Desde el puesto de manejo el asiento tipo cubo sujeta con firmeza el cuerpo, y gracias a los ajustes en el volante resulta fácil encontrar una postura cómoda. Los detalles exclusivos de este GP incluyen el número de serie impreso en el tablero del lado del pasajero y un panel de instrumentos mate completamente digital.
EL MISIL, EN ACCIÓN
Tras poner en marcha el motor de cuatro cilindros 2.0 litros turbocargado con un switch tipo avión de combate y desplazar la palanca de la transmisión automática de 8 velocidades hasta Drive, las primeras impresiones de manejo son de una dirección más pesada, una geometría de suspensión más agresiva, con resortes más rígidos, neumáticos más anchos (225 milímetros) y amortiguadores específicos, que acercan 10 milímetros más la carrocería al asfalto.
El acelerador es muy sensible y basta un roce en el pedal derecho para salir catapultado desde la zona baja del cuentarrevoluciones, junto con los 1,255 kilos de Mini John Cooper Works GP a velocidaes ilegales para este país. La suspensión es firme, y en los tramos de la carretera México-Toluca con asfalto maltratado se percibe un ligero pero constante rebote de todo el conjunto, es el comportamiento de un bólido de competencia que lucha por aferrarse al asfalto.
En las curvas rápidas, el balanceo de la carrocería es nulo. Las respuestas son precisas y sorprende la forma tan eficaz en que este Mini se adhiere al pavimento, incluso en cambios bruscos de dirección, como si estuvieras manejando un pequeño coche de control remoto que obedece tus órdenes sin objeción alguna, atentando en contra de las leyes de la física. Este vehículo gana velocidad con mucha facilidad, a tal grado que sientes cómo las 331 libras-pie de torque que produce el motor llegan al eje delantero y presionan con fuerza tu espalda contra el respaldo del asiento.
Si en carretera se muestra tan puro en sensaciones, en un autódromo es un arma letal, algo que ya se ha demostrado, pues, a comienzos de mayo de este año, el bólido británico se convirtió en el hot hatch más rápido en el trazado de Nurburgring, al imponer un récord de pista para su categoría de 7:59 minutos.
Es un vehículo que exige vincularte con el manejo, te obliga a convertirte en un componente más del coche, a que seas tú quien ejecute los cambios a través de las paletas detrás del volante y enfocar tus sentidos para sacar todo su potencial, en donde el resultado final es una alta dosis extra de diversión, de mucha diversión.
Como todo lo bueno, un coche de estas características y de este nivel tiene su lado oscuro, y las 44 unidades del Mini John Cooper Works GP que llegaron a nuestro mercado ya fueron vendidas por $1,100,000 cada una, así que ponerle las manos encima al Mini más rápido de la historia y contarte la experiencia es sólo una forma de hacerte saber que hay cosas que no paga el dinero.
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