CIUDAD DE MÉXICO.
Los seris de Punta Chueca, Sonora, elaboran una muñeca con algas marinas verdes y grises, sin ojos ni rostro, apenas la cabeza y los brazos esbozados por nudos y una falda que oculta las piernas. Esta pieza, que sólo se puede confeccionar hacia el otoño, cuando los indígenas pueden conseguir estas plantas, se incorporará próximamente a la colección de Luis Reza Reyes.
El geógrafo descubrió su gusto por los juguetes tradicionales mexicanos en los años 80, en León (Guanajuato), pero su espíritu de coleccionista se activó hace 20 años, cuando adquirió el primer ejemplar, y ahora posee un acervo de 300 muñecos de distintas entidades del país.
La creación de muñecos nos ayuda a entender cómo somos, cómo nos vemos y cómo actuamos a través de ese objeto. Es importante para nuestro desarrollo socioemocional, ya que en ellos depositamos nuestros recuerdos y fomentamos la creatividad y la imaginación. Nos conectan con nosotros mismos de una forma íntima”, comenta en entrevista con Excélsior.
Un conjunto de músicos mayos de Sonora, con sombreros, paliacates e instrumentos incluidos, y hasta una pequeña cabeza de venado de madera, destaca entre la colección que se exhibió por primera vez en la muestra El arte del juguete tradicional mexicano, en el Centro Médico Siglo XXI en 2015.
Y son dignas de mención también una muñeca con vestido de palma, realizada por los kiliwas de Baja California, con trenzas y aretes; una pareja de viejos de Temascalcingo (Estado de México); la dama de trapo con vestido rojo, de Aguascalientes y una niña negra sentada, hecha en cera, de la Ciudad de México.
Estos objetos confeccionados con trapo, listón, cartón, barro, hoja de maíz, lana, chaquira, cera, madera, ixtle, estambre o alambre “simbolizan las diversas identidades, actividades y oficios de la historia cultural de México”, dice.
Ahora, 220 de estos juguetes pueden apreciarse en el libro El arte de las muñecas mexicanas: de trapito, listones, estambre y alambre, que el investigador acaba de publicar en EK Editores, con fotografías de José Antonio Espinosa.
Explica que en 2003 adquirió las dos primeras muñecas: una sirena elaborada en seda color rojo, con el cabello de estambre azul y el rostro bordado con hilos de diferentes tonalidades, que le compró a la artista Isabel Monter en Coyoacán.
Y Lila, en honor de la cantante Lila Downs. La conseguí en un viaje a Tlaxiaco, Oaxaca, en 2007. Es de tela bordada y ataviada con un vestido tradicional de la cultura mixteca. El objeto más caro me costó seis mil pesos hace cuatro años: un muñeco mayo de tela que recrea la danza del venado; tiene ropa original y una cabeza de venado estilizada”, detalla.
Reza destaca que le gusta platicar con los artesanos muñequeros, por lo que el libro incluye algunos testimonios. “La mayoría son mujeres, indígenas o mestizas, ellas son las que resguardan esta tradición. Su trabajo es un verdadero arte, preserva la cultura mexicana y ayuda en su economía.
Existe mucho ingenio y creatividad. En esta sociedad azotada por la violencia, las muñecas son un remanso de paz y armonía. En Salamanca, unas 12 mujeres se reúnen cada semana en la Casa de la Cultura a elaborarlas y así se resguardan del peligro”, indica.
Ese tipo de piezas está desapareciendo, ya no gustan a los niños. Es importante recuperar esta tradición, pues son juguetes de materiales biodegradables y alejan a los niños de los videojuegos.
Los adultos debemos dejar a un lado los prejuicios y los estereotipos de género y permitir que los niños desarrollen su imaginación, que jueguen libremente; que las muñecas sean magas, brujas, chamanas, lo que ellos quieran”, concluye.
Los mayores productores de estos juguetes son Chiapas, Oaxaca, Ciudad de México, Sonora, Michoacán y Guanajuato. “Y, si hablamos de etnias, son los mayas, tsotsiles, tzeltales, mazahuas, totonacos, otomíes, huastecos, pames, nahuas, purépechas, huicholes, mayos, tarahumaras y kikapús”.
El libro se puede solicitar en Facebook (Colección Muñecas Mexicanas) e Instagram (Coleccion_munecas_mexicanas).
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