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Comunidad

'Aquí se decide el futuro... ¡usted qué!', crónica de casilla

No sabrás el valor de los minutos si no has estado en esta fila, cuando los ánimos comienzan a caldearse, surge lo peor de la mexicanidad; esto somos a la hora de votar  

Pedro Díaz G. | 01-07-2018

CIUDAD DE MÉXICO. 

Cuando a las ocho con seis arribo a la escuela a votar donde me corresponde he de confesar que camino más rápido para ganarle a una pareja que a paso lento se aproxima en la misma dirección de la única fila disponible en la casilla de la sección 1131 en la Colonia Guadalupe Insurgentes. En las paredes del Instituto Guadalupe nada hay que denote que se trata de una instalación del INE, pues los encargados de montarla están retrasados. Lo intuía. Y qué bueno. Tras abrir la tableta, recargarme en la pared y ver cómo comienza a llenarse de gente, me dispongo a seguir con la lectura de La caza del carnero salvaje, pero desde las 8 con doce se vuelve prácticamente imposible. La pareja formada antes que yo, millenials tardíos, con hijas a quienes dejaron dormidas en la casa, por lo que les urge terminar con este trámite, comienza a cuchichear sobre el porqué los mexicanos son tan irresponsables, pues los encargados debían llegar a las siete de la mañana. "Si no puedes, por qué aceptas la responsabilidad", dice ella. Y su pareja le contesta, claro, pero no fuera mañana lunes, porque seguro todos llegan temprano a ver el partido de futbol a la oficina. 08:15 horas. Llevo nueve minutos aquí y no puedo avanzar con la lectura, pues la mujer del matrimonio detrás de mi presume de sus habilidades cuando en ocasiones anteriores le tocó ser funcionaria y la pulcritud y responsabilidad de aquel entonces. Pero hoy, argumentan, los jóvenes no saben lo que es responsabilidad. Y se hace una muy interesante pregunta: ¿por qué no hay dos hileras, para dividirlas en orden alfabético de acuerdo con los apellidos de los electores? A las ocho con diez y siete ya hay unas treinta personas en la fila. Una de las encargadas sale a informar que llevan un retraso y que la ley les da una tolerancia de 15 minutos porque, además de estar contando las boletas, no todos los funcionarios han llegado a la cita, a estas horas. La gente comienza a arrremolinarse a la entrada de la escuela y los manoteos no se hacen esperar. De un taxi baja una funcionaria del INE con su uniforme rosa, intenta calmar a la gente pero le reviran que no tiene autoridad moral, pues acaba de llegar. Ella comenta que llegó a las cinco de la mañana, pero nadie le cree. Sube al taxi y se va. "Es una falta de respeto. Esto debió comenzar a las ocho" --grita una mujer--.  La joven que intentó dar una explicación, propone que mejor se vayan a dar una vuelta y regresen más tarde. El apuesto hombre que ocupa el tercer sitio en la fila es el primero en estallar. Cruza la puerta de la escuela y regresa para decir que él ya metió presión, que todos deberíamos hacerlo, porque si no, siempre se aprovechan de los mexicanos, por dejados. "No veo cuál sea el problema", refiere la funcionaria ante los gritos de qué pregunta más estúpida pues el problema, ¡qué no lo estás viendo!, es que la gente se comienza a enfadar y el inicio no tiene para cuándo. "Somos ciudadanos, como ustedes, y no tienen derecho a exigirnos"... se defiende y vuelve al conteo de las papeletas. "Ni siquiera se tienen que contar, se revisa el folio con el que inicia y con el que termina y listo --comenta una expertimentada voz con varias elecciones a cuestas--. 8:25 horas. Esposo delante de mí se ufana de que él bien podría meter presión, pero que "mejor no empiezo, porque ya me conozco..." y es cuando la señora que llegó más temprano a formarse, les sugiere calma, "no se desesperen. Qué daño les hace esperar un poco"... No lo hubiera dicho. Cierro el libro virtual, es decir, apago el iPad y mejor escucho. Ironiza la esposa de quien minutos después se presentará como agente policiaco, que es lógico que la señora esté tranquila, pues seguro no tiene nada qué hacer, "cuando yo tenga su edad, igual no me importará perder el tiempo formada aquí todo el día..." El reloj marca ya las ocho con treinta. No sabrás el valor de los minutos si no has estado en esta fila. Es ahora un estoico funcionario de no más de 25 años quien, con sus diminutos anteojos y su barba de candado sale a apaciguar los ánimos. Tampoco tendrá éxito. La gente de atrás pierde la compostura y lo mete a la escuela a gritos. "Paciencia", sugiere a los votantes. Pero es incapaz de precisar cuánto tiempo más habremos de esperar. De ocho cuarenta y cinco a ocho cincuenta tres jóvenes funcionarios intentan, nerviosos, colocar los carteles sobre la pared ante las burlas de quienes les miran. "Qué tal, no pueden ni siquiera esto", reclaman. A las ocho cincuenta y seis las cosas se tiñen de un tono alarmante. Llega la coordinadora de zona y habla con los encargados de preparar las urnas, y al salir su reporte es que ya ahorita, en unos minutos, comenzarán a recibir a los votantes. "¡Pero ya!", escucha, "porque somos capaces de clausuarles". Y le advierten, antes de que se vaya a otras supervisiones: "...O esto se va a salir de control". Un minuto después tenemos a metros a unas veinte motocicletas de la policía de la Ciudad de México, cuatro patrullas. La agitación es evidente entre los ciudadanos que ya suman más de cien en una larga e inmóvil fila. "No se espanten, vocifera alguien de atrás, los policías no nos pueden hacer nada; no nos pueden siquiera tocar..." Una de las agentes los reta: "¿qué, se van a portar mal?", pregunta. Y la respuesta es contundente: "Provóquenos". Decide, junto con sus compañeros, sólo ser comparsa y se aleja a la acera de enfrente. Tardío, quien se presenta con su clave secreta ante el mando policiaco, pega con sus dos manos a la pared en repetidas ocasiones mientras a gran volumen clama: "¡Queremos votar!, ¡queremos votar!, queremos votar!" y los gritos alertan incluso a  algunos automovilistas que cruzan por la calle de Antonio Narro Acuña. Al cinco para las nueve vuelve a escena el joven barba de candado y ni siquiera lo dejan hablar. Informa que ya casi, pero todavía no, y mejor le recomiendan que se meta a trabajar y acelere a los demás. A estas alturas son ya una decena de personas las que, alteradas, increpan la lenta apertura. A las nueve de la mañana esto ya es un caos. Hombre apuesto vocifera y la mujer mayor, quien irradia calma, le cuestiona cómo si es tan guapo tiene ese vocabulario. Él, muy molesto, responde: "estaré guapo pero también sé decir groserías". "¡Compórtense!", les pide la mujer cuando escucha a millenial gritar que son unos inútiles y otras sutilezas más. Pero él ya está fuera de sí y le espeta: "¡Usted cállese, señora, aquí se decide el futuro... ¡usted qué! ¡Usted ya caducó!"... Y cuando piensas que las cosas no pueden ir peor, dentro de la escuela sí están las mesas divididas en dos, de acuerdo con los apellidos. Y una de las dos, la de los que comienzan después de la letra eme, está lista. Así que a Barba se le hace fácil preguntar en la fila qué apellido tiene cada uno y a las 9:06 horas ingresa el primero, por apellidarse Ortiz, pero es uno de los que ocupa el octavo o décimo sitio. La gente enardece. Al error le sobreviene uno mayor. "Por favor, hagan dos filas, una de la A a la L, y otra de la M a la Z", propone. Una a cada lado de la entrada al instituto. "Como fueron llegando".  ¿Tú sabes lo que es seccionar en dos a ese gusano exaltado? Al romper la fila se destroza el orden. Y mientras a un representante del INE un grandulón lo casi golpea y el amedrantado se vuelve chiquitito y mejor cierra la boca, Barba recompone: "no, mejor no, regresen a una sola fila". Como ya pasaron cuatro personas y la gente de atrás amenaza con meterse, yo me aferro a la puerta de la escuela y hago de mi cuerpo el escudo para que nadie me mueva de ahí y gane mi lugar, entre la confusión. Muchos gritos. Son las nueve con nueve y sonrío al entregar mi credencial de elector y recibir las boletas electorales. Reclamos siguen afuera mientras cruzo las papeletas. Fotografío mi voto, coloco cuidadosamente en las urnas cada sufragio y regreso por mi credencial y la tinta indeleble en mi pulgar derecho. Cuando cruzo la puerta el alboroto aún es seguido escrupulosamente por la mirada de los policías y los funcionarios no terminan de organizar a los votantes. Me retiro a toda prisa del enjambre de suspicacias electorales en el que se ha convertido esta reunión. A las nueve con doce pienso en dos cosas, que sólo me tomó una hora, y en qué tan maleducadas serán las próximas generaciones cuando estos dos lleguen a viejos. "¡Usted ya caducó!", le dijo un joven a una adulto con credencial de elector vigente. Este es el México que somos, un carnero salvaje. 

       Me alejo. 

       Y suspiro, feliz como ninguno. Voté. 

 

 

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