¿Sabías que mexicanos compitieron en EU los días que estalló la bomba atómica?

La invitación, tramitada por la Federación Mexicana de Natación y evaluada cuidadosamente por su presidente honorario, Lorenzo Sours, fue aceptada tras una revisión técnica

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En agosto de 1945, mientras el mundo ardía con el horror de Hiroshima y Nagasaki, cuatro deportistas mexicanos cruzaban Estados Unidos en automóvil, rumbo a una competencia que parecía imposible. Lo que vivieron fue una travesía épica que entrelaza el deporte, la guerra y la resistencia.

La historia es cierta. Y como suele pasar con las mejores historias, estuvo a punto de quedar olvidada.

Ocurrió en agosto de 1945, cuando Antonio y Diego Mariscal, Ramón Bravo y Alberto Isaac —cuatro jóvenes deportistas mexicanos— fueron invitados a competir en el Campeonato Nacional de Natación de la Amateur Athletic Union (AAU) de Estados Unidos, en Akron, Ohio.

Era la primera vez que un equipo extranjero era considerado para participar en el torneo más prestigioso del continente. La invitación, tramitada por la Federación Mexicana de Natación y evaluada cuidadosamente por su presidente honorario, Lorenzo Sours, fue aceptada tras una revisión técnica de tiempos y marcas, realizada por Federico Mariscal.

La apuesta era arriesgada: Estados Unidos contaba con el mejor semillero de nadadores y clavadistas del mundo. Pero México, en plena reconstrucción deportiva después del conflicto bélico, apostó por la calidad antes que la cantidad. Se eligió a un equipo reducido, pero con talento y determinación.

Lo que no sabían esos cuatro atletas es que, mientras ellos cruzaban la frontera en un automóvil averiado, el mundo estaba a punto de cambiar para siempre.

El viaje: gasolina, sudor y presagio

El equipo partió desde la Ciudad de México en un solo coche, propiedad de los hermanos Mariscal. Era un viaje de más de 4,000 kilómetros hacia el norte, sin aire acondicionado, sin GPS, sin apoyos logísticos. Solo ellos, su entrenamiento y su optimismo.

Pero en Texas, el auto se descompuso. El motor se desbieló. Hubo que buscar piezas, mecánicos, esperar bajo el sol abrasador. Fue una parada forzada que retrasó su llegada a Akron en al menos día y medio.

Y fue justo entonces —el 5 de agosto de 1945— cuando el presidente Harry S. Truman firmó la orden de lanzar la primera bomba atómica sobre Hiroshima. El estallido, ocurrido al día siguiente, marcaría el principio del fin de la Segunda Guerra Mundial y una de las tragedias más devastadoras de la historia humana.

Los mexicanos no lo sabían. Seguían en carretera.

La llegada: sin descanso, con dolor… y con gloria

Finalmente, el equipo mexicano llegó a Akron el 11 de agosto, después de una travesía de diez días. Cansados, deshidratados y sin haber entrenado, apenas se instalaron en un pequeño cuarto de hotel compartido cuando se enteraron de que las eliminatorias de los 100 metros libres —la prueba estelar de Alberto Isaac— serían al día siguiente.

Isaac, colimense de 21 años, no solo estaba agotado. También sufría un fuerte dolor estomacal. Sus compañeros intentaron ayudarlo como pudieron: lo recostaron, lo secaron, lo cuidaron. Pero él no pensaba rendirse.

Compitió. Clasificó a la semifinal. Y al día siguiente, aún con molestias, se lanzó a la piscina en la final.

Lo que hizo entonces es parte de la leyenda del deporte mexicano.

“Comenzó a adelantarse… lenta pero seguramente”

El periódico La Afición relató el momento con emoción y detalle:

“Isaac nadaba con ritmo estupendo; pero no sobresalía del grupo. Faltando como veinte metros para llegar a la meta comenzó a adelantarse, lenta pero seguramente, hasta llegar con un cuerpo de ventaja. Fue la alegría enorme. Los coaches de todos los equipos en competencia elogiaron al nadador mexicano, quien los dejó asombrados con su forma y enorme velocidad.”

Alberto Isaac ganó la prueba. Se convirtió en el primer extranjero en la historia del campeonato de la AAU en coronarse campeón en los 100 metros libres. Fue ovacionado, felicitado y abrazado por entrenadores y rivales.

Su medalla —más grande que un centenario— fue también una prueba de resistencia humana. Porque no solo venció a los demás competidores: venció al cansancio, al dolor, al clima, a la desventaja. Y todo, sin un solo día de entrenamiento tras el viaje.

El resto del equipo también dejó huella

Mientras Isaac se convertía en campeón, sus compañeros no se quedaron atrás.

Antonio Mariscal obtuvo el tercer lugar en plataforma, entre más de 20 clavadistas de Estados Unidos y Canadá.

Diego Mariscal, con apenas 17 años, debutó con un meritorio undécimo lugar.

Ramón Bravo, en los 1500 metros libres, finalizó en el sexto sitio, con un tiempo de 22:58 minutos.

En la clasificación por equipos, el Michigan State College se llevó el campeonato, con 26 puntos. México, con 5 unidades, empató en el séptimo lugar con la Academia Naval de Estados Unidos. Fue un resultado sobresaliente, considerando las condiciones en las que llegaron.

El torneo fue también histórico por otra razón: 135 atletas participaron, récord para la época.

Hiroshima. Nagasaki. Y una medalla dorada

Mientras los mexicanos competían, el mundo se desangraba. El 6 de agosto, Hiroshima fue arrasada. El 9 de agosto, Nagasaki. El 15 de agosto, Japón se rendía. La guerra más brutal del siglo XX llegaba a su fin.

Ese mismo día, el Comité Olímpico Internacional se reunió en Roma para tomar una decisión urgente: reanudar los Juegos Olímpicos. Y se eligió a Londres como sede para 1948.

En México, también se reactivó el Comité Olímpico. La noticia del oro de Isaac inspiró a generaciones. Y en la natación y los clavados surgieron nuevas promesas, como Joaquín Capilla, quien apenas un año después sería campeón nacional, rumbo a convertirse en el máximo medallista olímpico mexicano.

La caricatura que lo cuenta todo

Alberto Isaac —quien también fue periodista, caricaturista y cineasta— publicó un texto titulado “4,000 kilómetros en pos de un campeonato”. En él, no solo narró el viaje con humor y detalle, también dibujó a sus compañeros:

Él mismo, con su característico perfil afilado.

Antonio Mariscal, alto, serio, de lentes.

Diego, joven y risueño.

Ramón Bravo, atlético y sereno.

“No conseguimos buen alojamiento. Solo un cuarto con dos camas, y sin embargo dormimos cuatro en él”, escribió.

Y en esa línea sencilla, se resume todo lo que fue esa aventura: sacrificio, compañerismo, tenacidad y una fe inquebrantable.

Una travesía que vale por mucho más que una medalla

El viaje de los mexicanos a Akron fue mucho más que una competencia deportiva. Fue una hazaña en medio del caos. Un acto de resistencia pacífica mientras el mundo se autodestruía. Una carrera contra la historia.

Mientras las bombas caían en Japón, un mexicano tocaba la pared final de una alberca con el último aliento.

Y lo hacía, sin saberlo, para dejar un mensaje que aún hoy resuena:

En tiempos oscuros, también hay espacio para la luz.