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Expresiones

Un catálogo de errores; Juan Domingo

Juan Domingo Argüelles reúne, en 230 entradas, los yerros cuyo uso frecuente empobrece el español e invita a cuidar el idioma

Virginia Bautista | 27-03-2021
Foto: Cortesía Rosy Hernández

CIUDAD DE MÉXICO.

“Los pleonasmos, las redundancias, los sinsentidos y las anfibologías que decimos y escribimos en español revela que cada vez descuidamos más el idioma y que no nos interesa utilizarlo bien”, afirma tajante el escritor Juan Domingo Argüelles (1958), especialista en el tema.

La lengua debería ser lo más preciado de nuestro patrimonio cultural, tangible e intangible, porque nos da identidad; por eso deberíamos valorarla más y cuidarla, pero lamentablemente no es así”, comenta en entrevista con Excélsior.

El poeta y ensayista explica que los errores mencionados tienen, en la mayoría de los casos, dos orígenes: el descuido o la ignorancia del significado de los vocablos. “El ciudadano normal usa entre 500 y 2 mil palabras, de un total de diez mil del repertorio. Incluso, hay quienes pueden comunicarse durante toda su vida con entre 300 y 600 palabras. Urge enriquecer nuestro vocabulario”.

Por esta razón, el también crítico literario y editor clasificó cientos de estas “malas frases” e integró 230 entradas en el libro ¡No valga la redundancia!, que acaba de publicar Océano, con el que invita a los hispanoparlantes a conocerlas para
no repetirlas.

Con el título quise responder a la frase tan difundida ‘valga la redundancia’, con la que muchos intentan justificar sus cientos de yerros. Hay muchas redundancias que las personas usan sin darse cuenta de que lo son. El título tiene un propósito didáctico y educativo y va dirigido a quienes, por su ámbito profesional o bien por su gozo, escritores, periodistas, maestros, promotores culturales, les interesa el cuidado del idioma”.

El estudioso del hábito de la lectura parte de la premisa de que todos cometemos errores al hablar y al escribir. “No estoy viendo este problema desde fuera, sino desde dentro. La diferencia está en que algunos nos damos cuenta de que
cometimos el error o que estuvimos a punto de cometerlo y queremos corregirlo, y otros no desean hacerlo. La idea es proporcionarles una herramienta, porque un
diccionario general no te señala las redundancias”.

¡No valga la redundancia! da continuidad al título Las malas lenguas, que Juan Domingo Argüelles publicó en 2008, dedicado a los desbarres y barbarismos. Ahora enuncia, de la A a la Z y con sentido del humor y
crítica constructiva, los yerros que abundan en el español y empobrecen su capacidad comunicativa.

Debemos conocer nuestro idioma. Su función básica es la comunicación. No es la creación estética, ni la elaboración de documentos complejos. Entonces, debemos expresarnos bien, darnos a entender, no dejarle al otro esa responsabilidad, lo que hacemos al decirle, ‘¿tú me entiendes, verdad?”.

Destaca que, al contrario de pueblos como el francés, el holandés y el alemán, que se sienten orgullosos de su idioma y lo usan en todo lugar, “los mexicanos no valoramos el español, que es la cuarta lengua más hablada en el mundo, por unos 500 millones de personas, y estamos convencidos de que el inglés es más prestigioso. Ahí empieza el problema”.

El autor de los poemarios Yo no creo en la muerte (1982) y Todas las aguas del relámpago (2004) advierte que, además de la desinformación que genera el mal uso del idioma que hacen la mayoría de los medios de comunicación, internet y las redes sociales, existe “un constante ataque a la riqueza del idioma desde los políticos, que tienen un vocabulario pobre”.

Añade que “la verdadera pandemia que ataca al español es el uso político e ideológico de las palabras, como en el caso del lenguaje incluyente; es decir, la pandemia de lo políticamente correcto”.

Dice que el denominado “lenguaje inclusivo” va en contra de la lógica de la propia lengua, que tiene sus reglas. “La ‘e’ como marca para femenino y masculino (todes) es de carácter político e ideológico. Son formas reivindicatorias, pero no acertadas. Mientras no sea una regla común; mientras su uso siga siendo de minorías, aunque sean conscientes e inteligentes, no quedará en el habla común. Hay que resolver la violencia contra las mujeres, pero sin distorsionar el idioma”, concluye.

 

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