CIUDAD DE MÉXICO
Para estos tiempos oscuros, de atentados y muertes de inocentes, vale recordar a tres grandes poetas mexicanos nacidos en el mismo día, 27 de agosto, pero en distintos años, y cuyas letras son un masaje al corazón: Manuel Acuña, Amado Nervo y Xavier Villaurrutia.
Manuel Acuña nació en 1849, en Saltillo, Coahuila, y murió 24 años después, el 6 de diciembre de 1873, al suicidarse con un trago de cianuro de potasio en su cuarto de la Escuela de Medicina, donde estudiaba, afligido por el desamor.
Este artista coahuilense, figura del romanticismo, se despidió de la vida después de escribir su más grande poema “Nocturno a Rosario”, inspirado y dedicado a su amor platónico, imposible, Rosario de la Peña y Llerena.
“Nocturno a Rosario”
I
¡Pues bien! yo necesito
decirte que te adoro
decirte que te quiero
con todo el corazón;
que es mucho lo que sufro,
que es mucho lo que lloro,
que ya no puedo tanto
al grito que te imploro,
te imploro y te hablo en nombre
de mi última ilusión.
II
Yo quiero que tu sepas
que ya hace muchos días
estoy enfermo y pálido
de tanto no dormir;
que ya se han muerto todas
las esperanzas mías,
que están mis noches negras,
tan negras y sombrías,
que ya no sé ni dónde
se alzaba el porvenir.
III
De noche, cuando pongo
mis sienes en la almohada
y hacia otro mundo quiero
mi espíritu volver,
camino mucho, mucho,
y al fin de la jornada
las formas de mi madre
se pierden en la nada
y tú de nuevo vuelves
en mi alma a aparecer.
IV
Comprendo que tus besos
jamás han de ser míos,
comprendo que en tus ojos
no me he de ver jamás,
y te amo y en mis locos
y ardientes desvaríos
bendigo tus desdenes,
adoro tus desvíos,
y en vez de amarte menos
te quiero mucho más.
V
A veces pienso en darte
mi eterna despedida,
borrarte en mis recuerdos
y hundirte en mi pasión
mas si es en vano todo
y el alma no te olvida,
¿Qué quieres tú que yo haga,
pedazo de mi vida?
¿Qué quieres tu que yo haga
con este corazón?
VI
Y luego que ya estaba
concluído tu santuario,
tu lámpara encendida,
tu velo en el altar;
el sol de la mañana
detrás del campanario,
chispeando las antorchas,
humeando el incensario,
y abierta allá a lo lejos
la puerta del hogar...
VII
¡Qué hermoso hubiera sido
vivir bajo aquel techo,
los dos unidos siempre
y amándonos los dos;
tú siempre enamorada,
yo siempre satisfecho,
los dos una sola alma,
los dos un solo pecho,
y en medio de nosotros
mi madre como un Dios!
VIII
¡Figúrate qué hermosas
las horas de esa vida!
¡Qué dulce y bello el viaje
por una tierra así!
Y yo soñaba en eso,
mi santa prometida;
y al delirar en ello
con alma estremecida,
pensaba yo en ser bueno
por tí, no mas por ti.
IX
¡Bien sabe Dios que ese era
mi mas hermoso sueño,
mi afán y mi esperanza,
mi dicha y mi placer;
bien sabe Dios que en nada
cifraba yo mi empeño,
sino en amarte mucho
bajo el hogar risueño
que me envolvió en sus besos
cuando me vio nacer!
X
Esa era mi esperanza...
mas ya que a sus fulgores
se opone el hondo abismo
que existe entre los dos,
¡Adiós por la vez última,
amor de mis amores;
la luz de mis tinieblas,
la esencia de mis flores;
mi lira de poeta,
mi juventud, adiós!
Amado Nervo nació el 27 de agosto de 1870 en Tepic, Nayarit, en una familia de clase media cuyas dificultades económicas le impidieron terminar sus estudios eclesiásticos, tras lo cual incursionó en el periodismo.
Durante su estadía como corresponsal en París, conoció a Ana Cecilia Luisa Dailliez, musa y mujer de su vida, cuya temprana muerte, ocurrida tras 10 años de amarse, en 1912, inspiró los versos de su libro “La amada inmóvil”.
Profesos y diplomático en Latinoamérica y Europa, Nervo combinaba su trabajo cotidiano con la escritura de poemas y de novelas, aunque los críticos coinciden en que sus versos eclipsan a sus obras narrativas.
Nervo murió el 24 de mayo de 1919, en Montevideo, Uruguay.
“Más que yo mismo”
¡Oh, vida mía, vida mía!,
agonicé con tu agonía
y con tu muerte me morí.
¡De tal manera te quería,
que estar sin ti es estar sin mí!
Faro de mi devoción,
perenne cual mi aflicción
es tu memoria bendita.
¡Dulce y santa lamparita
dentro de mi corazón!
Luz que alumbra mi pesar
desde que tú te partiste
y hasta el fin lo ha de alumbrar,
que si me dejaste triste,
triste me habrás de encontrar.
Y al abatir mi cabeza,
ya para siempre jamás,
el mal que a minarme empieza,
pienso que por mi tristeza
tú me reconocerás.
Merced al noble fulgor
del recuerdo, mi dolor
será espejo en que has de verte,
y así vencerá a la muerte
la claridad del amor.
No habrá ni coche ni abismo
que enflaquezca mi heroísmo
de buscarte sin cesar.
Si eras más que yo mismo,
¿cómo no te he de encontrar?
¡Oh, vida mía, vida mía,
agonicé con tu agonía
y con tu muerte me morí!
De tal manera te quería,
Nacido en 1903 en la Ciudad de México, Xavier Villaurrutia escribió en sus 47 años de vida poemas, obras de teatro, artículos y ensayos.
Pero su fuerte era la poesía, una poesía solitaria y para solitarios, como lo escribiera Octavio Paz en el prólogo de “15 poemas”, recopilación que contiene versos poseídos por sus obsesiones: sueño, soledad, insomnio, esterilidad, muerte, erotismo.
Atraído ferozmente por las letras, Villaurrutia abandonó sus estudios de Derecho para volcar su vida a la literatura, hasta su muerte, ocurrida en la navidad del 25 de diciembre de 1950, en la Ciudad de México.
Maestro del Nobel Octavio Paz, estudió en la Universidad de Yale, fundó las revistas “Ulises” y “Contemporáneos” y cada año ocupa las páginas de los diarios cuando se entrega el premio que lleva su nombre.
"Amor consusse noi ad una morte"
Amar es una angustia, una pregunta,
una suspensa y luminosa duda;
es un querer saber todo lo tuyo
y a la vez un temor de al fin saberlo.
Amar es reconstruir, cuando te alejas,
tus pasos, tus silencios, tus palabras,
y pretender seguir tu pensamiento
cuando a mi lado, al fin inmóvil, callas.
Amar es una cólera secreta,
una helada y diabólica soberbia.
Amar es no dormir cuando en mi lecho
sueñas entre mis brazos que te ciñen,
y odiar el sueño en que, bajo tu frente,
acaso en otros brazos te abandonas.
Amar es escuchar sobre tu pecho,
hasta colmar la oreja codiciosa,
el rumor de tu sangre y la marea
de tu respiración acompasada.
Amar es absorber tu joven savia
y juntar nuestras bocas en un cauce
hasta que de la brisa de tu aliento
se impregnen para siempre mis entrañas.
Amar es una envidia verde y muda,
una sutil y lúcida avaricia.
Amar es provocar el dulce instante
en que tu piel busca mi piel despierta;
saciar a un tiempo la avidez nocturna
y morir otra vez la misma muerte
provisional, desgarradora, oscura.
Amar es una sed, la de la llaga
que arde sin consumirse ni cerrarse,
y el hambre de una boca atormentada
que pide más y más y no se sacia.
Amar es una insólita lujuria
y una gula voraz, siempre desierta.
Pero amar es también cerrar los ojos,
dejar que el sueño invada nuestro cuerpo
como un río de olvido y de tinieblas,
y navegar sin rumbo, a la deriva:
porque amar es, al fin, una indolencia.
favr
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