Una travesura abrió el camino al oro de Antonio Roldán

El campeón olímpico de México 68 recuerda aquella pequeña mentira para probar suerte en el box. El capitalino quiso jugar en Chivas, pero no se le cumplió su sueño

(Fotos: Gerardo Mendoza)
(Fotos: Gerardo Mendoza)

CIUDAD DE MÉXICO.

El sábado 26 de octubre, en el décimo quinto día de los Juegos Olímpicos de México 68, el deporte nacional vivió uno de los momentos gloriosos en toda su historia: por vez primera se conquistaban dos medallas de oro en un sólo deporte. Fue el boxeo el que las obtuvo por conducto de Ricardo Delgado, en peso mosca, al derrotar de manera contundente al polaco Artur Olech, el cual le había ganado un año antes. Asimismo, Antonio Roldán se impuso al estadunidense Albert Robinson por descalificación, cuando la batalla empezaba a tomar visos de violencia.

A pesar del triunfo por la actitud del norteamericano, Roldán siempre mostró gran fiereza arriba de los cuadriláteros. Pocos saben que es un hombre sentimental, hogareño, orgulloso de su esposa, la maestra Badillo, la cual ha sido el gran motor en su vida y de sus hijos, Marco Antonio, Juan Pablo y Yuset, quienes son profesionistas.

El mexicano recuerda gratos momentos de su niñez y adolescencia, su sueño era ser futbolista profesional, varios equipos de su colonia San Simón le habían ofrecido participar en varios equipos al igual que de otras colonias aledañas.

Quería jugar con las Chivas Rayadas del Guadalajara, me quería codear con Salvador Reyes, Chaires, Sepúlveda, Villegas, Arellano, Héctor Hernández y todas las grandes estrellas del campeonísimo Guadalajara, para eso comencé a jugar con la Universidad de Guadalajara, deportivo Atlampa, pero nunca llegué a cumplir mi sueño, mi destino era otro deporte, a lo máximo que llegué fue al equipo Vaqueros de Cuatitlán, de la tercera división”, expresa.

Afirma que su ingreso al boxeo fue por una mentira, pero bien valió la pena para que Antonio Roldán fuera campeón olímpico. En varias ocasiones tuvo que agarrarse a “moquetes” con sus vecinos y compañeros de escuela para hacerse respetar en el barrio y que no lo agarraron de “puerquito".

“Un día decidí presentarme en la oficina de un promotor que daba funciones de peleadores amateur, en el Estado de México, Tlalnepantla, muy seguro de mí mismo y con firmeza le dije: quiero pelear señor, soy peso mosca y estoy invicto en 14 combates, lo cual era completamente falso, yo jamás había peleado tenía 15 años”, recuerda el medallista con cierto tono de broma.

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El campeón olímpico toma aire para continuar, fija su vista en la mesa y esboza una leve sonrisa, al acordarse de su travesura --como él la considera-- y prosigue. “El promotor me respondió: ¡Ah!, muéstrame tus cárteles – no los traigo señor --, le contesté, pero que importa, usted prográmeme y no le voy a fallar”.

Fue así como Roldán se inició en el boxeo, dijeran los que saben con una “mentira piadosa” de la cual nunca se ha arrepentido, pues gracias a ella triunfó en este rudo deporte “de las orejas de coliflor”.

Recuerda que su primer compromiso fue ante Santos Arellano, un peleador con mucha experiencia, había sido rival de Juan Fabila en una pelea eliminatoria a los Juegos Olímpicos de Tokio 1964; esa pelea fue muy complicada, pero la ganó por decisión.

El originario de la Ciudad de México dice que su camino para llegar a conquistar una presea para nuestro país no fue nada fácil. Llevaba una dieta muy rigurosa, estaba concentrado en el Centro Deportivo Olímpico Mexicano de domingo a viernes y, cuando llegaba a su casa, su madre le preparaba frijoles con queso los cuales le sabían a gloria bajo ese régimen alimenticio que lo hizo bajar hasta cuatro kilos.

Sus ojos se humedecen, las lágrimas recorren sus mejillas y con su dedo índice las seca. Recuerda a su padre, quien falleció en 1965 y no lo vio pelear en los Juegos Olímpicos de México 68 en donde obtuvo la medalla de oro.

Siento mucho sentimiento (sic) cuando recuerdo a mi papá, él siempre me impulsó, me daba consejos, me regañaba cuando no seguía las indicaciones de mi manager, fue un hombre comprensivo, cariñoso, bondadoso, quería que fuera el mejor, que nunca me diera por vencido, que cumpliera mis metas en la vida”. Toma una larga pausa para continuar la charla. “Siento mucho sentimiento (sic) por la partida de mi padre, le hubiera dado mucho gusto verme convertido en campeón olímpico“, agrega.

Antonio Roldán dice que en México 1968, en su primer combate se impuso al de Sudán, Abdel Awad; en su segundo compromiso dio cuenta del irlandés Eddie Treacy; después al soviético Valeri Platinov y al Keniano Philip Watuinge; por último, para ganar el metal dorado, al estadunidense Albert Robinson.

La Arena México estaba abarrotada. Más de 15 mil personas se dieron cita para presenciar este encuentro, entre los aficionados estaba la madre de Roldán a la cual dedicó el combate, fue una gran motivación para él. Las crónicas del periódico de la vida nacional, Excélsior, señalan que aproximadamente 20 mil personas no pudieron ingresar.

El primer asalto fue muy tranquilo, yo no me empleé a fondo, tomé las cosas con mucha seriedad, seguía al pie de la letra las indicaciones de mis entrenadores polacos, no quería cometer un solo error, ya que si lo hacía me podía costar la pelea y la medalla de oro. Me había preparado muy bien, tanto física como mentalmente quería cerrar con todo está batalla, echar el corazón por delante”, enfatizó Roldán.

Su rostro muestra emoción, se ven aún las huellas de sus combates. Tiene varias cicatrices, mueve sus manos de un lado a otro, está emocionado y sus manos empiezan a sudar.

En el segundo asalto, Robinson se me dejó venir con mucho coraje y no tuve más remedio que rifármela. Pensé: aquí tengo que dar todo si quiero ganar la medalla de oro; lo paré en seco con dos buenos ganchos al hígado. Pero él seguía de aferrado, era muy terco. Nos fajamos bien y bonito, fue un gran intercambio de golpes los cuales eran coreados por el público que siempre me apoyo, eran gritos ensordecedores, escuchaba una y otra vez ¡Roldán, Roldán, México, México! y eso me motivó.

“Robinson entraba muy cerrado y de pronto ´¡pum!´, me dio dos cabezazos. El réferi le llamó la atención, pero ni caso hizo. Estaba decidido a derrotarlo a como diera lugar. En varias ocasiones me conectó en el cuerpo y el rostro, quería golpearme arriba y abajo, pero lo esquivaba una y otra vez. Recordé una máxima del boxeo: que los ´negritos´ no aguantan el golpeó en el cuerpo, y por ahí me fui, golpeándolo al cuerpo para minar su condición física y lo estaba logrando. Recuerdo que faltaba menos de un minuto de ese segundo asalto, cuando Robinson me dio un cabezazo en la ceja, lo que provocó que comenzará a sangrar”, relata.

Esta situación desconcertó a Antonio Roldán, ya que tenía un gran corte, la sangre escurría por su rostro. Hoy, toca su ceja izquierda con los dedos y hace un gesto de desaprobación; aún tiene las huellas de la batalla de aquel encuentro que se efectuó ya hace 50 años.

El doctor Horacio Ramírez subió rápido al cuadrilátero, me limpió una y otra vez. ´¡Pácatelas!´, me dijo que ya no podía continuar en el combate, yo estaba preocupado, ¿qué iba a pasar? Robinson y sus entrenadores estaban festejando, pensaban que ya habían ganado la pelea. Viví momentos de gran incertidumbre al igual que mis entrenadores y los aficionados. Los jueces lo descalificaron, me dieron la victoria por decisión técnica. Sin embargo, no estaba satisfecho, quería seguir peleando, pero el doctor me dijo que, de haber seguido, corría el riesgo de perder el ojo”, comenta el capitalino, quien fue entrenado por uno de los grandes managers que ha tenido nuestro país: Arturo “el Cuyo" Hernández.

Tras el triunfo, la gloria, la presea y una Arena México a su máxima capacidad hace 50 años, Antonio Roldán fue taxista tras dejar el boxeo. Y es que, como premio a su medalla de oro, el entonces presidente de la República, Gustavo Díaz Ordaz le regaló un juego de placas, un taxi, un reloj Rolex y una casa. Actualmente, a sus 72 años, el exboxeador vive con su esposa, tiene un negocio de barbacoa y se dedica a las labores del hogar junto a su compañera de vida.

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