Sangre en el agua, un partido violento
Hungría, herida por la aplastante mano de hierro del ejército soviético en Budapest, trató de vengarse por medio del waterpolo en Melbourne 1956

CIUDAD DE MÉXICO.
La salida de la alberca de Ervin Zádor, con la cara cortada, formará, en adelante, parte de la mitología de los Juegos Olímpicos. El húngaro, como el resto de sus compatriotas, escenificará el baño de sangre contra la URSS, como se le reconoció al juego más violento en la historia del waterpolo.
Dos meses antes, la URSS había aplacado la Revolución húngara con más de cinco mil muertos. Todo había iniciado en medio de una revuelta estudiantil incitada por el discurso de Nikita Jrushchov en contra de los excesos del gobierno Stalinista.
Los jugadores de waterpolo de Hungría, ganadores de tres medallas de oro olímpicas con una generación intensa que no daba lugar al desorden y los vicios individuales, estaba en Budapest cuando se empezaron a oír las tanquetas, balazos, gritos. Alejados en una zona fronteriza, no pudieron comunicarse con sus familiares, los diarios no llegaron al día siguiente y los mandaron pronto a Praga para preparar el viaje a Melbourne, Australia. Los jugadores pasaron días de incertidumbre y agobio hasta que recibieron las funestas noticias de los muertos a causa de los soviéticos.
De ahí que cuando se encontraron con la URSS en semifinales del torneo, la piscina se volvió un barrio bajo de golpes y patadas. Aunado a eso, Hungría ostentaba un récord dorado de 99 victorias en sus últimos 100 juegos, la única derrota había sido ante la URSS en un juego amistoso.
Pero esa tarde no importaba lo deportivo. Las gradas del complejo acuático se llenaron de aficionados húngaros que fermentaron un excitante deseo de violencia. Los árbitros, apremiados por el público, marcaron parcialmente por Hungría y en la piscina comenzaron los problemas.
Golpes bajos, amarres, codazos al rostro, patadas, rasguños, minutos que fueron pasando en una pendencia exacerbada que desteñía el olimpismo. Los húngaros sentían que no jugaban por ellos, sino por su país en ese pequeño estanque que significaba una zona de guerra y vertieron todo su odio mientras miraban a los rusos con una sonrisa helada en medio de una cara roja. Había puñetazos en cada salto, insultos, golpes y raspones.
Ervin Zádor marcó dos goles esa tarde hasta que cerca del final un ruso en particular no soportó el intercambio de palabras. Zádor le dijo a Valentin Prokopov, “eres tan perdedor como todos en tu país”, la respuesta fue un “bastardo” y un golpe directo a la ceja derecha que hizo brotar un manantial de sangre tiñendo la alberca. Al notar esto, los jueces decidieron detener el encuentro cuando faltaba un minuto y sacar a Zádor de la competencia para ser atendido. Cuando la gente observó que el mejor jugador estaba enrojecido y con una mancha violácea que parecía ser un piquete infectado en su ojo, se fueron sobre la banca de la URSS con escupitajos y empujones. El partido terminó de penosa manera con la victoria por 4-0 de Hungría que jugó la final ante Yugoslavia sin alinear a Zádor, indispuesto en las tribunas.
Él, como la mitad del equipo estelar, decidió no volver a su país y no se equivocó, la mano de hierro de la URSS en Europa del Este fue aplastante, en particular en Hungría y el episodio del baño de sangre en la alberca de Melbourne quedó archivado en el olvido como una anécdota oscura.
En el 2006, Quentin Tarantino, emocionado por la historia, decidió revivir el acontecimiento juntando a los jugadores de waterpolo de aquella selección e hizo el documental Freedom’s fury. En el agua fue la única manera que encontraron los húngaros, una venganza.
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