Olga Kórbut, un gorrión herido

Se ganó el corazón de los aficionados en Múnich; hizo saltos mortales, fue abusada y terminó vendiendo sus medallas, una señal de lo dura que es la gimnasia

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Foto: AP

CIUDAD DE MÉXICO.

Cuando se tiene un don, decía Shakespeare, sobreviene la tragedia. Esa fue la máxima en la gimnasia soviética. El ejemplo fue Olga Kórbut, nacida en Bielorrusia y que a los ochos conoció a un hombre, su entrenador, Renald Knysh que supo sacar de ella sus mejores cualidades, pero también sus demonios. Tuvieron que pasar 35 años para que delatara la verdad, abriendo heridas ya cerradas.

En Múnich, Olga Kórbut era parte del imponente equipo soviético de gimnasia que ligaría sus sextos Juegos Olímpicos con medallas de oro. Estaba predestinada a ser la reina del corazón de los espectadores, como casi siempre pasa con alguna gimnasta.

Fue una tarde gélida, en la que Olga Kórbut, que lideraba la competencia individual, tuvo tres grandes yerros que la desplomaron al séptimo lugar dando sitio a su compatriota Lúdmilla Turíshcheva para subir libre al podio. Olga no soportó más y se le reventó el corazón en llanto en medio del pabellón, todas las cámaras de televisión la tomaron mientras el público se le entregaba más que a las ganadoras. Ahí convirtió en la consentida. Le decían el gorrión de Minsk, medía metro y medio, y sobre todo porque en ese momento, estaba tan indefensa como un pajarillo herido. Su vida en realidad siempre fue estar dolida, desde los ocho años, desde que conoció a su profesor.

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Al día siguiente, con una fama implacable, ganó tres medallas: en barra, asimétricas y suelo. Hizo un salto mortal en la barra de equilibrio y una suerte hacía atrás en las barras asimétricas llamada el Flip Kórbut, que con los años será prohibido por su peligrosidad. A los 17 años a Olga no le importaba su vida, ya la había perdido y estaba dispuesta a ponerla en juego en cada salto, pero en medio del torbellino de esquizofrenia, mantuvo en las competencias valentía, movimientos explosivos y una simpatía que atrapaba el alma de quien la veía. Fue tal su arrastre que se le asignó un empleado de correos exclusivo para hacerle llegar las millones de cartas de todo el mundo que le destinaban.

En total, Olga Kórbut, sumando los Juegos de Munich 1972 y Montreal 1976, sumó seis medallas olímpicas. Al caer la Unión Soviética emigró a Estados Unidos donde se convirtió en entrenadora de gimnasia, aunque con problemáticos pasajes de alcoholismo. A los 47 años decidió publicar los abusos sexuales por parte de Renald Knish sin que se haya castigado a éste por falta de pruebas. Sintiendo que sus piernas no la sostendrían más dispuso la verdad a la luz con el pasaje tétrico de su violación la noche antes de ganar sus medallas olímpicas en Múnich, “una persona que encuentra fuerzas para contar este tipo de cosas, se gana la simpatía de la gente”, dijo, aunque ya era demasiado tarde, la bella Olga estaba sumida en la pobreza.

Para comer en Arizona, robó en supermercados y falsificó billetes. A los 61 años obtuvo 230 mil dólares por la subasta de sus trofeos. La medalla de oro que ganó por equipos fue redituada con 66 mil dólares y su medalla de plata en barras asimétricas, esa en la que se jugó la vida con su flip hacía atrás, quedó tasada en 53 mil dólares, ese fue el costo de la gimnasia para ella.

Antes que Nadia Comaneci, existió Olga Kórbut, una bella máquina creada por la voracidad soviética en una vitrina para ser exhibida a costa de su vida. El gorrión de Minsk sonreía en cada salto, a pesar de que por dentro, estuviera destruida.

AMU

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