Las alas atadas de Paavo Nurmi

Una discordia con la Federación Internacional de Atletismo lo dejó sin posibilidades de participar en el maratón de lo que eran sus últimos juegos olímpicos

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Paavo Nurmi cruza la meta en una carrera de invitación en Inglaterra. Fotos: AP

CIUDAD DE MÉXICO.

Ver a Paavo Nurmi correr cansaba las retinas. El finlandés volador era un espectáculo por su zancada característica de un hombre entregado en alma al deporte. Estaba ya en Los Ángeles entrenando en la Villa Olímpica cuando, al culminar su última vuelta, sintió un dolor en el tendón por lo problemas calcáneos que le habían diagnosticado. Se sentó en el pasto con su mente dominante puesta en conseguir el oro en el maratón y despedirse, tras 15 años de persecución a su propia sombra en las carreras.

Nurmi era el mejor atleta con nueve medallas de oro y tres de plata en su colección y el motivo de discordia de la Federación Internacional de Atletismo, presidida por un sueco, Sigfrid Edstrom.

Faltaban dos días para el maratón cuando lo rodearon unos hombres  trajeados. Paavo, en el suelo, y con las manos oprimiendo su talón, escuchó el veredicto, estaba imposibilitado de participar, lo habían cazado y lo dejaban en una jaula.

En otoño de 1931, es decir seis meses atrás, viajó a Alemania para participar en una serie de competencias de larga distancia, Paavo se hacía viejo y pensaba que lo mejor era enfocarse en el maratón. Había sido acusado de recibir dinero en sus anteriores competencias, se juzgó su amateurismo y ante eso se dictaminó que no era elegible para competir en Los Ángeles.

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El atleta finlandés encendió el pebetero en Helsinki 1952.

La queja había venido por parte de la federación sueca, a pesar de que Nurmi adujo que había gastado mucho de su dinero para competir en Alemania, pero Edstrom estaba empeñado en no dejarlo participar. Se hizo un juicio cerrado, sin pistas y sin detalles, hasta que siete miembros decidieron cazar al mejor corredor del mundo y destrozar el sueño de sus últimos juegos. El testimonio de Karl Ritten Von Halt, presidente de la federación alemana de atletismo, evidenciaba que Nurmi recibió 250 dólares cada vez que participó en suelo teutón.

Nurmi negó todo y salió caminando  de la villa olímpica sin poder participar en sus quintos juegos, sólo quedarían a partir de ahí lo fósiles de sus medallas escondidos bajo las legislaciones deportivas cambiantes. Associated Press escribió, “fue una de las maniobras políticas más hábiles del atletismo, el maratón será como ver Hamlet sin Hamlet”.

El día de la competencia, sus propios rivales mandaron una misiva para pedir se le diera el permiso sin recibir respuesta.

Paavo siguió corriendo con su cronómetro en la mano izquierda, era un ágil matemático al que llamaron Frankestein mecánico, pero a la vez era noble con sus compañeros cuando daba un consejo, “conquistarte a ti mismo es el mayor reto”, o ése otro en el que explicaba el sedentarismo moderno, “no dejen que los nuevos inventos los hagan perezosos, no permitan que las comodidades eviten su ejercicio físico”.

Su única ilusión era parecerse a su ídolo, el finlandés Hannes Koleihmanen. Nadie era capaz de aguantarle el ritmo, aún con los años que llevaba encima, ya 35, era el hombre adecuado para correr porque se motivaba a sí mismo, no por el resultado, sino por vencer sus propias marcas, en Los Ángeles 1932, le amarraron las alas.

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Encabeza una carrera durante los Juegos de París 1924.

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