La mejor forma de cruzar la meta
Jim Redmond dejó una de las estampas más memorables al brincar al tartán de la pista de Barcelona 1992 para ayudar a su hijo Derek a completar la vuelta de los 400 metros después de lesionarse

CIUDAD DE MÉXICO.
Un manto de lágrimas cubrió el rostro del velocista Derek Redmond en medio del dolor por una nueva lesión que ponía fin a su sueño olímpico. A pesar del suplicio, quiso cubrir la distancia de los 400 metros en la pista de Barcelona 1992 cuando su padre saltó al tartán para auxiliarlo al verlo atravesar ese tormento.
Derek fue una promesa del atletismo británico a quien la suerte le dio la espalda cuando las lesiones cobraron relevancia en su currículum. A los 19 años irrumpió como una figura de los 400 metros en 1985, pero antes de viajar a Seúl para afrontar la cita olímpica en 1988, una lesión en el tendón de Aquiles echó abajo su participación.
Barcelona apareció entonces como una oportunidad de remanso. En las semifinales de la prueba arrancó desde los carriles centrales. Poco antes de salir de la segunda curva su cuerpo volvió a fallar. Se tocó la parte posterior del muslo derecho y quedó hincado escondiendo el rostro entre el dolor.
La luminaria británica, quien siendo un juvenil impuso una nueva marca de su nación en los 400 metros, quedó sin un registro oficial en la historia olímpica. Todos los corredores de su heat habían concluido y él se levantó para intentar completar la vuelta con pequeños saltos y casi sin apoyar la tiesa pierna derecha.
Salió de la curva con gestos de sufrimiento cuando varios jueces le pedían que dejara la pista y de repente Jim, su padre, brincó desde una de las bandas sorteando elementos de seguridad. Lo sujetó, consoló y ayudó a cruzar la meta mientras varios oficiales querían evitar que lograra ese objetivo. A todos los hizo a un lado para que su hijo tuviera al menos esa satisfacción.
A Derek lo acompaña la abreviatura AC (también compitió) en su participación en esa semifinal, sin tener un tiempo oficial. La intervención de su padre para que concluyera la prueba no fue tomada para que el registro fuera de descalificado.
Yo observé a mi hijo tener un problema y era mi deber ayudarlo”, recordó Jim después de esa memorable jornada. “Yo fui para ayudarlo a salir de la pista para que no se hiciera más daño, pero él me pidió que lo ayudará a llegar hasta la línea”.
El gesto de Jim retumbó en todas las sedes exaltando los ideales olímpicos. Dos décadas después fue invitado por los organizadores de los Juegos de Londres para que formara parte de los relevistas de la antorcha de las justas de 2012, que cubrirían 12,875 kilómetros hasta antes de prender el pebetero.
La imagen de Jim ayudando a Derek a cumplir su fracturado deseo de llegar a la línea de meta trascendió su tiempo y fue recordada por el presidente estadunidense Barack Obama cuando la ciudad de Chicago se postuló para recibir las justas de 2016 que terminaron yendo a Río de Janeiro.
Padre e hijo alcanzaron un sitio inolvidable en la historia, pese al doloroso momento que compartieron en la pista de tartán del Estadio Olímpico de Montjuïc.
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