Final de alarido; levantaron dos países
Suleymanoglu, quien escapó de su natal Bulgaria en la juventud y le fue permitido por su país de origen competir bajo la bandera turca después de pagar de un millón de dólares, se impuso dramáticamente al griego Valerios Leonidis

CIUDAD DE MÉXICO.
Naim Suleymanoglu hizo bueno su último intento de envión con 187.5 kilos. De inmediato se alejó del área de competencia para aguardar entre el silencio para saber si ese esfuerzo era suficiente y pudiera colgarse la tercera presea de oro en la halterofilia olímpica, un hito sin precedentes.
La final de la categoría de 64 kilogramos en Atlanta 1996 reservó para los últimos intentos que se impusieran cuatro marcas, pero por primera vez en su laureada trayectoria, el pesista naturalizado turco no tenía el control en sus manos.
El Georgia World Congress Center colmó su aforo de cinco mil aficionados, que atestiguaron una de las contiendas más reñidas en la historia, en la que el tufo de los conflictos políticos acompañaba los gritos en las gradas. Del lado izquierdo las banderas turcas ondeaban en favor de Suleymanoglu, del derecho las griegas resaltaban por Valerios Leonidis, la esperanza para acabar con el reinado que el “Hércules de bolsillo” comenzó desde Seúl 1988.
Minutos antes de tener que volver para su tercer intento, Leonidis pareció acercarse al oro al consumar en su segundo turno 187.5 kilos, un peso jamás logrado en envión en la categoría y que era el tercer récord de la final para un total de 332.5, con el que igualó en la batalla al legendario turco, quien había subido instantes antes 185 kilos arriba de su cabeza.
Suleymanoglu, quien escapó de su natal Bulgaria en la juventud y le fue permitido por su país de origen competir bajo la bandera turca después de pagar de un millón de dólares, se aisló a la espera del resultado. Si escuchaba el cercano bullicio griego era porque Leonidis había levantado los 190 kilos que se distribuyeron en la barra y así concluiría su reinado, pues aunque ambos tuvieran un total de 335 kilos, el que el heleno pesara siete gramos menos le daba a su favor el criterio de desempate.
A Leonidis se le doblaron las manos al intentar subir la barra de su pecho a la cabeza y ahí terminó su anhelo de ser monarca. La euforia vino del lado más lejano del complejo donde estaban los turcos.
Suleymanoglu y Leonidis llevaron su rivalidad deportiva al límite, pero jamás salió de la tarima de levantamiento. Los conflictos políticos entre sus naciones, que seis meses antes estuvieron cerca de rebasar la raya por la disputa territorial de un islote en el Mar Egeo, no afectaron la relación que cultivaron cuando se forjó su rivalidad.
Me acerqué para felicitarlo y decirle que era el mejor”, recordó Leonidis después de la competencia. “Él también me felicitó y me respondió: somos los mejores”.
La gloria de Suleymanoglu no fue más grande por cuestiones políticas. Desde 1983 fue el halterista más dominante de su categoría, pero no compitió en los Olímpicos de Los Ángeles 1984 porque Bulgaria se sumó al bloque de naciones que boicotearon las justas estadunidenses.
Después de Atlanta se retiró y volvió a la alta competencia un año antes de los juegos de Sydney 2000, donde abdicó a su corona muy pronto, al fallar sus tres intentos de la primera jornada de arranque en los 145 kilos.
Naim Suleymanoglu murió de cirrosis a los 50 años en 2017.
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