Explosión al nacer; Japón se levanta

El Comité Organizador simbolizó la reconstrucción del país luego de la bomba atómica con Yoshinori Sakai, nacido el mismo día del ataque a Hiroshima

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Fotos: AP

CIUDAD DE MÉXICO.

El 6 de agosto de 1945, a las 8:15 de la mañana en Hiroshima, 100 mil personas aproximadamente perdieron la vida a causa de la detonación de la bomba atómica. El avión Enola Gay, pilotado por Paul Tibbets, sobrevoló 9 kilómetros hasta que soltó de su vientre metálico el arma más letal que la humanidad haya conocido. El blanco era el puente Aioi, pero el viento hizo que cayera directamente sobre la clínica quirúrgica de Shima.

A 80 kilómetros de Hiroshima, un niño veía la luz del mundo por primera vez ese mismo día. El efecto devastador había llegado hasta la población de Miyoshi en forma de lluvia negra que acarreaba hollín, polvo, suciedad y muerte. Este bebé, llamado Yoshinori Sakai, 19 años después, será el encargado de prender el pebetero olímpico en la inauguración de los Juegos de Tokio 1964, tras subir 172 escalones y encender una vasija negra de dimensiones descomunales que devolvió la esperanza al mundo.

Japón y Estados Unidos habían reñido desde 1922 por el control del Pacífico. Para 1941, se declararon la guerra frontal. En medio de esos pasajes sombríos quedó el ataque a Pearl Harbor, que derivaría en el triste acontecimiento de

Hiroshima, una ciudad de importancia militar con edificios de hormigón, pero que en general reunía casas de madera. A las siete de la mañana sonaron las alarmas por un posible ataque de aviones de Estados Unidos, pero al no percibir amenazas, los ciudadanos siguieron con sus actividades normales, una hora y 15 minutos después, aquello era una caja de cenizas.

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Fotos: AP

Al ver el efecto destructivo, el copiloto del Enola Gay, capitán Robert Lewis, sólo alcanzó a exclamar, “Dios mío, ¿qué hemos hecho?”

Hijo de atletas, Yoshinori Sakai creció en medio de la devastación y la imperiosa necesidad de reconstrucción. Sin embargo, sus palabras fueron un elixir de renacimiento, “felizmente no sé nada de la guerra, he crecido libre de preocupaciones”.  Moldeó su cuerpo al ser parte del equipo de atletismo de la Universidad de Waseda, sin que su actuación en los Olímpicos de Tokio haya sido relevante. Dos años después ganó los 200 metros lisos en los Juegos asiáticos y tras graduarse se hizo comentarista de televisión por más de tres décadas.

El Comité Organizador simbolizó la reconstrucción del país tras la bomba atómica con Yoshinori Sakai, nacido el mismo día del ataque. Más allá de eso, su imagen entrando a zancadas largas al estadio olímpico causó la admiración del mundo. Pronto Japón deslumbraría con unos Juegos impecables, trazados sobre ocho autopistas, esplendidas construcciones y un monorriel. Se abrió paso la tecnología con los marcadores electrónicos en las competencias y en la inauguración se liberaron globos multicolores y 8 mil palomas.

Después de que Sakai encendiera al pebetero, aviones de la fuerza aérea japonesa dejaron una estela blanca formando los aros olímpicos en un cielo luminoso. Emocionado, el emperador Hirohito, con el mismo tono de voz con que aceptó la rendición en 1945, declaró el inicio de los juegos.

Japón emergió al mundo de nueva cuenta, con el bebé que nació el día que una bomba mató a más de cien mil personas.

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