En automóvil al podium
Frederick Lorz será recordado por hacer trampa en la prueba de maratón al desviarse de la ruta para buscar ayuda en la carretera y de esa forma acercarse al estadio olímpico

Cuando Frederick Lorz, un neoyorquino de Manhattan llegó al estadio olímpico de San Luis, recuerda que escuchó una atronadora ovación que le persiguió por el resto de la vida en su cabeza. Sus piernas no parecían cansadas, trotó a paso firme hasta romper el listón que significaba el triunfo en el maratón olímpico.
Lorz levantó los brazos y festejó el triunfo con la misma liturgia que un sacerdote condena al rebaño, mirando con desdén a los que entraron tras de él y aun así se atrevió a mostrar un puño al graderío semi vació. La hija del presidente Theodore Roosevelt, Alice, sería la encargada de coronar al gran campeón. Además, era la primera vez que en unos juegos se entregaban medallas a los tres primeros lugares: el oro, la plata y el bronce.

Pero un aficionado brincó de las gradas, se coló hasta el pódium y gritó al viento, ‘hubo trampa’.
Fue cierto, Frederick Lorz será recordado como el primer embustero en unos Juegos Olímpicos. Siempre fue un fondista del maratón más o menos decente que buscaba hacer historia y se preparó con su entrenador comiendo yemas de huevo y acelgas. Lo cierto es que sus 20 años no le brindaron energía y algo le salió mal pues a los 10 kilómetros de los 42 que debía correr, se sintió desfallecer.
Se desvió del camino y trató de descansar, cuando del otro lado del páramo observó una carretera. Esperó un poco hasta que pasó un Ford C y les pidió a los dueños que lo llevaran a su casa, porque había olvidado su inscripción y su número de competidor, sin embargo, los fue guiando hasta que lo dejaron a unos kilómetros de la entrada del estadio olímpico. En 1860 había sido inventado el primer auto de combustión interna gracias a Étienne Lenoir. Para ese momento Henry Ford ya producía automóviles, pero fue hasta 1908 cuando comenzó a crear masivamente los modelos T y Quadricicle.

Igual que los juegos de París en 1900, los de San Luis se realizaron como parte de la Feria Mundial con sólo 42 atletas que llegaron de otras latitudes
Pues bien, en uno de esos se trepó Frederick Lorz para después entrar corriendo al estadio olímpico y se dio el lujo de voltear a ver a los que venían detrás. Tras él, Thomas Hicks llegó casi envejecido, había sufrido tanto con la prueba que al borde del desmayo su entrenador le inyectó estricnina para estimularlo y le dio a beber un batido de huevo y coñac, por eso le sorprendió ver tan radiante a Lorz. Al descubrirse la trampa, el primer lugar fue para Hicks, el médico dijo que de haberle inyectado más estricnina le hubieran provocado un paro cardiaco.
Sin embargo, el mismo Hicks debió ser anulado en su medalla, pues de igual forma recibió ayuda, algo que estaba prohibido, pero como el tema de Lorz había acaparado la atención, nadie prestó atención a ese detalle. el verdadero ganador debió ser Albert Coray, estadunidense pero de orígen francés.
Lorz se hundió en la oscuridad y se alejó pronto de San Luis. Al año siguiente fue el ganador del Maratón de Boston, esta vez, sin trampa de por medio y creyendo que lo que hizo antes, fue una broma.
AMU
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