El bronce que no fue; la medalla perdida
Recordamos la crónica de Manuel Seyde en Excélsior cuando Japón derrotó a México

CIUDAD DE MÉXICO.
Fue él, un japonés sospechoso por su menuda figura, llamado Kunishige Kamamoto el que se llevó la medalla.
Contrario a lo que sucede en las grandes tragedias del futbol, el estadio no enmudeció, a la inversa, el Azteca se desató en un desvarío de insultos e improperios contra los jugadores mexicanos y el entrenador Ignacio Trelles.
México, con todo a favor, perdió la medalla de bronce de sus juegos en 1968 ante un país que no veneraba en ese momento el futbol. Kamamoto entonces será con el paso de los años una figura mediática de su país y jugará toda su vida en el Yanmar Diesel, hoy el Cerezo Osaka.
El juego fue el jueves 24 de octubre a las tres de la tarde. Kamamoto anotó dos veces de manera liviana, sin mover los músculos, sin presionarse. El gol era lo único que le ponía en su semblante, una nota primaveral.
Cuenta Manuel Seyde, reportero de Excélsior, que el final de la selección olímpica, no podía describirse más que un fracaso, “porque se perdió en su laberinto de futbol desastroso en el que es posible ver a un equipo que se supone reunió a un grupo de figuras”.
A los 17 minutos, Suniyage puso un servicio bombeado que vio pasar altanero y peresozo Héctor Pulido. En el área Kamamoto sin jadear siquiera, la bajó de pecho y cruzó a Javier Gato Vargas. Luego al ‘38, otra vez la pasividad mexicana que permitió en el balcón del área que Kamamoto se acomodara y con un disparo raso venciera de nuevo a México y su portería.
Así cayó estrepitosamente, un equipo al que se le dedicaron las atenciones que exige el futbol moderno. México y su incapacidad para anotar goles después de llevar hasta el fondo de la cancha la pelota, no es, ni siquiera, hacer un futbol a medias. La clase de futbol jugado por la selección olímpica no está a la altura de cualquier equipo de Segunda División. Es detestable, y la protesta airada del público está absolutamente justificada”, recalcó Seyde en su escrito para la historia.
Con estas definiciones es sencillo entender que todo fue un fracaso en el futbol.

45 MINUTOS DE IRA EN LOS VESTIDORES
El atardecer fue una pesadilla para los jugadores de futbol olímpico de México en 1968. Fueron sitiados por una multitud enardecida que buscaba explicaciones al enredo presentado en el juego ante Japón.
Según reveló Leopoldo Gutiérrez en la nota del Excélsior tras el partido, tuvieron que pasar 45 minutos para poder salir.
Las consignas principales eran contra Ignacio Trelles, como era habitual y derivado de este fracaso y de varios tropiezos más con la prensa, renunciaría a su cargo dos años después en vísperas del Mundial de 1970.
No fue un tiempo dulce para la selección que causaba zozobra y disgustos luego de perder la medalla de bronce y con la mira puesta en la Copa del Mundo.
Se rescata en la nota que el jugador Ignacio Basaguren no fue parte de los que salieron tristes, sino de los que abandonaron molestos el estadio, “cómo vamos a ganar un partido si con tantas oportunidades y hasta con un penal, no la metememos, no damos el punterazo al fondo”.
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