Mamás, súper recargadas festejan su día
Esta pandemia, lejos de amilanarlas, les permitió sacar todas sus fuerzas y amor para cumplir con todas las tareas que como madres, esposas, hermanas e hijas enfrentan

Pedir ayuda es un acto de amor
CIUDAD DE MÉXICO.
Claudia Galindo, madre de dos niñas de ocho y trece años, profesora y emprendedora, reconoce que en las primeras semanas del confinamiento, debido a la pandemia de covid-19, su única preocupación y esfuerzos se centraron en el cierre de Clap, su escuela de danza, patrimonio familiar y única entrada de ingresos, porque su esposo también ahí trabaja.
Pero cuando las clases de sus hijas iniciaron de manera virtual, Claudia se dio cuenta que no podría sola, así que pidió ayuda a su mamá para supervisar a Victoria, la pequeña, mientras ella se hacía cargo de estructurar y echar a andar las clases de danza vía Zoom, para reactivar Clap y hacerse cargo de Inés, quien estudia ballet profesional.
“Aunque me lo cuestioné mucho, mi mamá entró en el proceso de educación en línea de mi hija pequeña. Pensé que yo tenía que hacerme cargo de la educación de ellas al ciento por ciento, pero entendí que el pedir ayuda y recibirla también es amor.
“Reconocer que no puedo ser una súper mujer y que no puedo con todo fue fundamental, porque de lo contrario le fallaría a alguna de mis hijas, en medio de mi ego de querer ser la mejor mamá del mundo”.
El hecho de que entrara la abuelita en el proceso educativo de Victoria, dice Claudia, ayudó muchísimo, “ha sido un gran soporte y he podido estar al pendiente de Inés y al mismo tiempo mantener a flote el negocio. Fue la mecánica que encontré para que funcionaran las piezas en la educación y la crianza de mis hijas”.
Recuerda que el 18 de marzo de 2020, cuando las autoridades le avisaron que debía cerrar Clap, la primera reacción fue “¿de qué vamos a vivir?, ¿qué vamos a hacer?”, porque a los padres de los alumnos la vida también les cambió, con impactos a nivel personal, familiar, laboral y económico.
Antes de la pandemia, la jornada diaria de Claudia era estructurada y casi funcionaba en automático, dice, “con una agenda muy establecida, levantarme, hacer yoga, bañarme, preparar los desayunos, llevar a las niñas a la escuela y mientras ellas estaban ahí, yo tenía el tiempo ideal para dedicarme a mi profesión y a Clap, además de estar con mis hijas”.
Los fines de semana, en los tiempos precovid, la prioridad de Claudia era su familia, salir de paseo y divertirse, hacer cosas distintas a las rutinas de entre semana.
Al principio, los fines de semana eran para ver películas en Netflix y demás plataformas, luego llegó el cuidado de plantas y la familia descubrió que le gusta disfrutar el hogar, “llegó ese punto de decir ‘ya no estamos encerrados’”.
Claudia cuenta que creció otro negocio dentro de casa, la entrega de café a domicilio, “y fue cuando empecé a ver las bendiciones de esta situación. Cuando estás más relajado y no te resistes a entender la nueva situación, las cosas fluyen… dividimos labores, Jorge se hace cargo de Cafeína, mi mamá de Victoria y yo de Inés y Clap. Para mí eso es una bendición”.
“Me sentía la peor mamá del mundo”
Por Lorena Rivera
Con la llegada de la pandemia, los primeros meses fueron complicados para Ionica Nolasco. Se sentía la peor mamá del mundo porque no tenía tiempo de estar con su única hija, Iovanna, en ese entonces de cuatro años.
Ionica administraba servicios en una empresa de tecnología y debido al confinamiento, el trabajo se intensificó para que los clientes tuvieran redes y sistemas funcionando al cien y los empleados también pudieran hacer home office.
“Tuve que estar 24 horas por siete días durante los primeros meses… hubo semanas en las que dormía dos horas al día y con una niña chiquita, el kínder y llevar una casa todo se tornó muy complicado”, recuerda Ionica.
Cuenta que Iovanna no entendía por qué estando papá y mamá todo el tiempo en casa, no jugaban con ella, eso era doloroso, “no tiene hermanos ni primos y en el edificio donde vivimos no hay niños de su edad. Estaba sola”.
El estrés entre el trabajo, la casa e Iovanna hicieron que Ionica colapsara: “Me sentía la peor de todas las mujeres, la peor mamá, la peor empleada y la peor esposa, lloré mucho. Gracias a la comprensión de mi esposo, me ayudó a no dejarme caer, porque no sabíamos cuánto tiempo más estaríamos así”.
Cuando iniciaron las clases virtuales de Iovanna, otra vez todo se complicó,“cómo obligas a los pequeños a estar durante cuatro horas sentados frente a una computadora”.
Y reconoce que no podía estar todo el tiempo supervisando las clases porque a la par tenía que trabajar.
“Hubo veces en las que mientras estaba en junta o atendiendo un requerimiento, a Iovanna le echaba ojos de pistola porque se distraía o no le hacía caso a la profesora. Mi desesperación llegó al límite y me sentía, otra vez, la peor mamá del mundo, porque llegué a regañarla fuerte y a castigarla”.
En noviembre la pandemia la alcanzó a Ionica y la liquidaron: “Aunque me ofrecieron una alternativa, decidí no tomarla. Tenía un proyecto desde meses atrás, que además era una entrada extra de ingreso”.
La liquidación a Ionica le dio la oportunidad de tener tiempo de calidad con su hija, sin dejar de percibir ingresos.
La escalada trae un respiro en pandemia
Por Lorena Rivera
En septiembre del año pasado, en medio de la pandemia de covid-19 y del confinamiento, Samantha Lagarda encontró un respiro en la escala de muro.
“Ya me estaba volviendo loca de estar encerrada, porque —cuenta entre risas— en algún momento mi marido y yo nos íbamos a aventar por la ventana. Por más amor que haya, existen momentos agobiantes al estar juntos 24 por siete, no hay mucho qué platicar, aunque tenemos trabajos distintos, con el home office escuchamos lo que hacemos todo el tiempo”.
Por ello, decidió aceptar la invitación de su mejor amigo para practicar escalada al aire libre y con grupo pequeño.
“Me encantó la idea, es retadora y a mí me gusta aquello que rompe límites. Los domingos son míos, escaló de nueve de la mañana a tres de la tarde, en ese tiempo no soy mamá de nadie ni la esposa de nadie ni la empleada de nadie, soy yo nada más, tratando de ganarle al muro”.
Samantha, su esposo y sus dos hijos, Diego de 10, producto de un primer matrimonio, y Luciana, de 21 meses, del segundo, han vivido la pandemia de covid-19 y el confinamiento por etapas.
Las primeras semanas, dice, fueron como vacaciones para todos.
“Yo me relajé, porque los clientes de la agencia de publicidad en la que trabajo, metieron freno de mano y uno de mis jefes nos dijo que tomáramos la situación con calma y a esperar”.
Después, con las noticias de que la pandemia iba agravándose, “sentí a Diego asustado, enojado, resignado y con cambios de humor constantes, por supuesto, me preocupé. Me cuestioné qué hacer con él, porque desde casa yo debía trabajar”.
Ahí empezó una etapa muy complicada con Diego, dice Samantha, porque había que acoplarse a las clases en línea, además de “cuidar que no se distrajera”.
No fue sencillo encontrar el punto medio entre cumplir con el trabajo y no dejar a Diego a la deriva. Poco a poco hizo que se responsabilizara de las pequeñas cosas que le corresponden.
“Ahora él sabe lo que tienen que hacer. Se despierta a las 7:40, tiende la cama, se pone el uniforme y solito se conecta a las clases. Va muy bien, tiene un promedio de 9 y 9.5, tanto en inglés como en español. Me ha demostrado que puede hacer las cosas solo”.
En contraste, con Luciana la situación fue distinta. Al principio contrató a una nana, porque “con una bebé era imposible hacer home office, necesitaba ayuda porque ella requiere mucha atención, y con el trabajo, imposible dársela”.
La nana atendía a Luciana de nueve de la mañana a tres de la tarde, “eso sí, tanto mi marido como yo nos apurábamos a sacar lo más que pudiéramos de trabajo para que en la tarde, quien tuviera menores ocupaciones se quedara con la niña”.
Un tema complicado para Samantha fue la socialización de Luciana, “cuando ve gente que no somos nosotros, llora mucho y se pone muy mal, con todo y que no la cargan y hay distancia de por medio”.
Así que hace dos meses decidió llevarla a la guardería. Ahora puede, tranquilamente, ir a la oficina o hacer home office.
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