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Nacional

La problemática política; el teorema de Ayotzinapa (tercera parte)

Me queda en claro que todo este problema no lo creó el gobierno de Peña Nieto. Los asesinos no fueron sus policías ni sus soldados. Los autores o encubridores no fueron sus alcaldes. Él tan sólo trató de contribuir a la solución y no lo logró

José Elías Romero Apis | 09-07-2020
Los padres de los normalistas desaparecidos siguen exigiendo justicia.

CIUDAD DE MÉXICO.

Mi imaginación en ocasiones me traiciona. Quizá, por eso, me he preguntado la razón por la que algunas instancias extranjeras, más algunas oficinas mexicanas y adicionando a los padres de las víctimas, se esforzaron en mantener activa una incertidumbre que parece terca, estéril, ociosa, interesada y manipulada.

Repito que quizá sólo se deba a mi imaginación. Pero mi entelequia no se disparó sola sino, como dije al principio, a partir de dos noticias que, con 100 días de diferencia, dieron la impresión de que la procuraduría investigadora hizo un mal trabajo o, de plano, que no lo hizo. Que la policía se tomó una atribución, para ella inconstitucional, de “seguir buscando”, sin tener para ello las debidas órdenes de su superior funcional, el Ministerio Público de la Federación. Y que un grupo interdisciplinario pudo tomarse la libertad de descalificar a una y de aguijonear a la otra.

Me queda en claro que todo este problema no lo creó el gobierno de Enrique Peña Nieto. Los asesinos no fueron sus policías ni sus soldados. Los autores o encubridores no fueron sus alcaldes ni sus gobernadores. Los omisos o remisos no fueron sus investigadores ni sus procuradores. El Presidente de la República tan sólo trató de contribuir a la solución, aunque no lo logró.

Pero lo afectó el muy explicable escepticismo de los padres, la presión de la opinión pública, bien sea la limpia o la sucia, los vasos comunicantes o hilos conductores de los protestantes y la calificación internacional ante un crimen cometido por autoridades, que los extranjeros lo atribuyen al gobierno sin distinguir federalidad o localidad.

Y es entonces cuando me preguntaba y me sigo preguntando, ¿esta conducta fue una verdadera protesta buscando algo que no era posible encontrar? ¿O fue una deliberada provocación para lograr una reacción gubernamental en determinado sentido? ¿O, peor que lo anterior, fue un astuto tanteo para medir la fortaleza o la debilidad de un gobierno y saber a qué atenerse en un plan futuro y desconocido para nosotros?

El caso Ayotzinapa corrió y sigue corriendo el riesgo premonitorio de convertirse en una mácula, de ésas injustas e imborrables, que han marcado a algunos sexenios.

Que pueda ser recordado, en el futuro, como un ejemplo de lo errático y lo fallido. Que se involucró de más al gobierno federal, que se dilató innecesariamente, que no hubo coherencia entre la investigación y el diálogo. Que se subió mucho la nota. Que la comunicación no siempre fue clara. Que el cabildeo no fue exitoso. Y que no se supo dar por terminado en el momento oportuno.

Pero, todo este cálculo del futuro, es tan sólo producto de mi imaginación, ya no de mi ensueño ni de mi vivencia ni de mi engaño.                   

Desde luego que, si el asunto se ha cerrado en cuanto a investigación, aún permanece abierto en cuanto a conflicto político. Esto se da a partir de que los familiares de los occisos no aceptan esta realidad, bien sea por incredulidad ingenua o por incredulidad lucrativa.

Podría tratarse de una reacción propia de un espíritu adolorido que no se resigna a la pérdida y trata de aferrarse a una esperanza basada en el hecho de que no han visto el cadáver de su familiar. Pero, también, podría tratarse de una pose de incredulidad provocada por intereses que les hubieren insertado o que ellos mismos hubieren generado.

Yo me inclino a creer esto último, debido a mis experiencias obtenidas durante mi larguísimo paso por la procuración de justicia, donde tuve el infausto deber de atender a miles de familiares de asesinados.

En todos ellos, casi sin excepción, encontré la siguiente constante. No les interesaban mis informes ni mis logros ni mis fracasos en la investigación. Me escuchaban por obligación, pero no me exigían nada. Ni información ni castigos ni indemnizaciones. Había, en ello, una lógica contundente. Nada de lo que hiciera la autoridad les repararía su pérdida. Ésta era tan irreversible que no había procuraduría que pudiera servirlos.

Las pocas excepciones que se me presentaron se debían a tres causas. Cuando los deudos querían dinero, a título de reparación indemnizatoria y nos exigían que forzáramos a los asesinos en ese sentido. Cuando querían reflectores para lograr alguna fama y convertirla en organización ciudadana. O, cuando querían cobijarse en alguna impunidad, dado que habían participado en el homicidio, básicamente por tratarse de autoviudos o de parricidas, que ambos los vi en diversos casos.   

En estos sucesos excepcionales, sí se comportaban con exigencia, con estridencia y con insolencia. Uno de los casos donde más impertinencia se me brindó fue el de una hija que había tramado el asesinato de su madre, cometido de una manera espeluznante. Otro, fue un sujeto cínico que resultó ser el asesino de su esposa. Esa hija y ese marido actuaron por razones exclusivamente dinerarias. Otro, fue una persona que, a partir de una pérdida filial, decidió convertirse en líder de opinión y activista social.

Yo no estoy diciendo que los deudos de los normalistas hayan sido cómplices de los asesinos ni que quieran formar su propia y lucrativa ONG. Lo que estoy diciendo es que no encuentro una relación sana entre su tragedia y su reacción. Escapa a la lógica de la razón, la correspondencia entre una pérdida familiar y las injurias al gobierno, la toma de casetas, los bloqueos de carreteras y hasta la demanda por la supresión de unas elecciones locales.

Ya es de suyo preocupante lo que ha girado en torno a este crimen desde el punto de vista político. Que la propia autoridad haya contribuido a convertirlo en escándalo hablando de él tres veces diarias durante 19 meses seguidos. Que este asunto se haya convertido en algo más importante que nuestro estancamiento, nuestro desempleo, nuestra pobreza y nuestra inseguridad. Y que un incidente artificial de incredulidad lo podamos engrandecer hasta convertirlo en un problema real de incredibilidad.

La problemática histórica

Quizá, por todo lo anterior, hay incógnitas que me recorren y hay misterios que me asaltan. Subrayo que ésta es la problemática histórica que no la jurídica. Todas estas interrogantes serán para el estudioso del futuro, no para los jueces del presente.

El primer segmento sería el ¿por qué?  Es decir, la causa de lo sucedido y me hago cuatro preguntas. ¿Qué vieron, qué oyeron o qué supieron estos jóvenes normalistas? ¿A quién o a quiénes incomodaron, asustaron o desobedecieron? ¿Estos hechos fueron dirigidos en contra de las víctimas o en contra de otros diversos? ¿Fueron el resultado de una decisión refinada o de un impulso cavernario?

Porque hemos escuchado que pudo haber sido una acción dirigida de manera directa, pero, también, hay quienes suponen que fue una agresión oblicua. No digo que hubieren estado comprometidos con lo indebido, sino que indebidamente hubieren atestiguado lo comprometedor. 

Pero el motivo o la causa determinante de la comisión de un delito no tienen que ver con el proceso ni con la pena. Importa lo que hicieron, no el porqué lo hicieron.

Luego, en un segundo segmento, me planteo otras cuatro interrogaciones sobre el ¿para qué? Esto sería la finalidad que tuvieron los hechos. ¿Fue una venganza de algo que pasó o fue una amenaza para que no pasara? ¿Fue el cobro de una deuda o fue el pago de una gracia? ¿Fue un tanteo para sondear o fue un recado para avisar? ¿Fue una operación para fortalecer un sistema de cualquier signo o fue un operativo para debilitar a otro aparato sistémico?

Yo creo que un hecho tan conspicuo debe tener una voluntad poderosa. Aquí se prepara ya el siguiente segmento. El amenazado, el vengado, el cobrado, el pagado, el tanteado, el avisado, el fortalecido o el debilitado.

Pero, el propósito o la finalidad en la comisión de un delito, tampoco tienen que ver con el proceso ni con la pena. Importa lo que hicieron no el porqué lo hicieron.

Más adelante, en mi tercer segmento, me asaltan siete dudas sobre los ¿quiénes? Ello se representaría por los protagonistas. ¿Los verdaderos responsables son gatilleros elementales o personajes elaborados? ¿Fueron agresores en contra de las personas o en contra del Estado? ¿Cometieron hechos aislados irrepetibles o concebidos secuencialmente? ¿Realizaron un incidente delictivo o provocaron un asunto político? Por lo tanto, ¿la atención del caso corresponde a la Secretaria de Gobernación o a la Fiscalía General de la República? ¿Esto va a resolverse cuando lo dicte la razón o cuando lo decida la suerte? Los responsables, ¿ya van a parar o van a seguir?

Pero, al igual que con las anteriores, esto no tiene que ver ni con el proceso ni con la pena.

Prosigo y, en el cuarto segmento, hay siete incógnitas que me rodean. Esto lo llamaría ¿qué viene? En palabras elegantes diríamos que son los pronósticos. ¿De qué tamaño es la secrecía de la indagatoria o, de otra manera, qué diferencia existe entre lo que realmente saben las autoridades y lo que dan a conocer? ¿Para el gobierno, sería peor que los jóvenes aparecieran muertos o que ya no aparecieran? ¿La defenestración de funcionarios ayudaría a la solución o sólo le serviría a él? ¿Se va a comprometer penal y políticamente a Ángel Aguirre? ¿Este suceso lo va a pagar la imagen del gobierno de Ángel Aguirre o también la del gobierno de Enrique Peña? ¿Es éste un asunto difícil para el gobierno o peligroso para la nación? ¿Este asunto va a ser tan inolvidable como el de Tlatelolco o tan irrecordable como el de Acteal?

Vuelta a lo mismo y esto es irrelevante para lo jurídico.

Por último, quinto segmento, con tres arcanos que me inquietan y que llamaría ¿con qué se conecta? ¿Este problema tiene vasos comunicantes o hilos transmisores con otros focos de crisis? ¿Qué contaminantes produce y que contaminaciones recibe? ¿Podría tener alguna transversalización con las reformas estructurales?

Es que todo esto parece un siniestro juego donde todos ponen. Aún los escenarios más felices que pudiéramos imaginar tienen un costo todavía incalculable. Supongamos que los jóvenes aparecen vivos. Que andaban “por allí”. Vaya guasa tan siniestra para nuestra autoridad. Supongamos, por el contrario, que se descubre toda la verdad sobre un crimen masivo y se castiga a los responsables. ¿Se reparan las vidas? ¿Se restaura la confianza? ¿Se limpia nuestra imagen internacional? ¿Se garantiza que no se repetirá?

Pero más me incomoda que el final fuera más ingrato. Que quedáramos como que no podemos investigar ni descubrir ni resolver ni solucionar ni castigar ni proteger y ni siquiera consolar. Eso nos colocaría muy mal ante los humanistas.

Pero, otro escenario, que me preocupa más, sería el que nos colocaría muy mal ante los estadistas. Que quedáramos como que no podemos ordenar ni imponer ni regir, ni contener ni reprimir ni maniobrar y ni siquiera mentir.

Las respuestas no me corresponden a mí, sino tan sólo a la autoridad. Pero las suposiciones son libertad de todos y eso también es un peligro.

 

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