El vuelo que inmortalizó a Emilio Carranza

Excélsior promovió en 1928 una campaña para aportar fondos y financiar el viaje del intrépido piloto, de la CDMX a Washington en el avión “México-Excélsior”; a su regreso, pero desde Nueva York, el mal tiempo causó que su aeroplano se desplomara

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El naciente estudio de la aeronáutica a principios del siglo XX generó la aparición de varios pilotos a nivel mundial que buscaban tripular aeroplanos para conseguir los mejores registros de vuelo.

En 1927, el aviador estadunidense Charles Lindbergh, completó el primer vuelo transoceánico en la historia al trasladarse de Nueva York a París en viaje directo. En ese mismo año, Lindbergh viajó desde Washington a la capital mexicana, uno de los primeros traslados vía aérea en esa ruta.

En respuesta a la visita del piloto estadunidense,

Excélsior lanzó la iniciativa de emprender un vuelo de la Ciudad de México hacia Washington. El elegido para realizar la proeza fue el joven piloto Emilio Carranza, talentoso aviador perteneciente al cuerpo de pilotos de la Fuerza Aérea Mexicana.

A pesar de su juventud, Carranza poseía amplia experiencia en vuelos de media y larga distancia. Antes, el joven Carranza había logrado con éxito varios viajes sin escala, uno de los más conocidos fue el México-Juárez. Tiempo después se convertiría en uno de los principales precursores de la aviación en México.

TALENTO DE CARRANZA

Emilio Carranza nació el 9 de diciembre de 1905 en Ramos Arizpe, Coahuila. Era sobrino nieto del revolucionario constitucionalista, Venustiano Carranza. Muy pronto desarrolló el gusto por la aviación, se desarrolló como mecánico y piloto; debido a sus destrezas, obtuvo su título como capitán aviador.

Apenas tres meses antes de aceptar la propuesta de Excélsior, había contraído matrimonio con María Luisa Corbalá.

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EL AVIÓN

Para lograr el viaje, El Periódico de la Vida Nacional publicó una convocatoria de donación para recaudar los recursos necesarios. Según consta en los registros históricos de este rotativo, lograron reunirse casi 50 mil pesos. Personas de todos los sectores y clases sociales aportaron todo tipo de cantidades. Uno de los donativos más importantes lo hizo el general y entonces candidato a la presidencia, Álvaro Obregón, al aportar mil pesos de la época.

La aeronave, construida en San Diego, California, fue bautizada como México-Excélsior y probada por primera vez a principios de mayo. En todo momento Carranza se mantuvo atento del proceso de armado, realizó varios viajes con la intención de supervisar el progreso.

Una vez concluida su construcción, la unidad aérea Ryan B-2 fue trasladada por el mismo Carranza de San Diego a la Ciudad de México, el trayecto significó un logro para su carrera.

El presidente Plutarco Elías Calles manifestó su apoyo moral al viaje mediante una carta enviada a Excélsior.

“Carranza salió para Washington. El avión “México-Excélsior” se elevó majestuoso a las 8:10 a.m. tomando rumbo a la capital norteamericana”, se puede leer en las páginas de Excélsior en su edición del 11 de junio de 1928.

Antes de abordar la nave, Carranza se mostró alegre y bromista entre quienes se encontraban presentes para presenciar su salida hacia Estados Unidos. El monoplano despegó de una pista construida especialmente cerca de la carretera México-Puebla.

Una abundante neblina le obligó a hacer un aterrizaje de emergencia en Mooresville, Carolina del Norte. El 11 de julio hizo su aterrizaje triunfal en la pista del aeródromo de Bolling a las 17:15 horas, donde fue recibido con vítores por una multitud y una comitiva de funcionarios estadunidenses.

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LA TRAGEDIA

Tras su llegada a Washington, Carranza decidió emprender su viaje de regreso a la Ciudad de México en otro vuelo inédito esta vez desde Nueva York. Para ello fue necesario reemplazar el motor Wright del monoplano, el viaje estaba planeado a realizarse en poco más de 28 horas de vuelo sin escalas. La fecha de salida fue pospuesta en varias ocasiones debido a afectaciones climáticas reportadas por los servicios meteorológicos del lugar.

Después de una larga espera, el 12 de julio, en medio de una incesante lluvia con amenaza de tormenta, el México-Excélsior salió del Aeródromo Roosevelt Field. Sin avisar a nadie, Carranza se enroló en la osadía de regresar a la capital mexicana con serios obstáculos climáticos.

El día 13 cerca de las 15 horas, un granjero, David Carr, encontró los restos de lo que parecían ser las alas de un aeroplano cerca de la zona boscosa de Sandy Ridge. A unos cuantos metros se encontraban los restos del fuselaje y demás partes mecánicas retorcidas.

Al llegar los detectives identificaron entre los escombros el cuerpo de Carranza. La policía se encargó de acordonar el lugar y recoger los fragmentos de la nave colapsada. Aparentemente entre sus bolsillos se encontró un telegrama del secretario de Guerra y Marina, Joaquín Amaro, haciéndole un llamado urgente para volver.

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EL FUNERAL

Después de examinar los restos del avión y la zona del colapso, los investigadores determinaron que el motor pudo haber sufrido una avería mecánica, con ello el piloto perdió el control al tratar de regresar a un lugar seguro, en ese momento colisionó con los árboles e intentó aterrizar para finalmente caer violentamente contra el suelo.

A decir de los peritos, las hipótesis de que un rayo ocasionó el accidente eran erróneas, pues los estudios no encontraron evidencia de mayores cargas eléctricas en los restos del avión, además, tampoco se hallaron rastros de incendio. La aeronave cayó estrepitosamente y el golpe ocasionó la muerte instantánea del aviador mexicano.

En primera instancia los servicios funerarios se llevaron a cabo en Estados Unidos en ante la presencia de autoridades norteamericanas encabezadas por el presidente Coolidge, así como un gran grupo de aviadores, amigos y funcionarios mexicanos. Más de 10 mil personas acompañaron el cortejo fúnebre.

DE REGRESO A MÉXICO

Después de una larga travesía por varias ciudades fronterizas, el féretro del capitán Carranza fue recibido en la calle de Tacuba desde donde se inició su traslado, acompañado de una comitiva de casi 250 mil personas, hacia las instalaciones de la Secretaría de Guerra y Marina en el Centro Histórico para instalar ahí una capilla ardiente en nombre del difunto.

Al día siguiente, los restos del piloto fueron depositados en la Rotonda de las Personas Ilustres del panteón de Dolores.

Su esposa, María Luisa, recibió una pensión vitalicia por la muerte de Carranza, “quien falleció en actos de servicio equiparables a una acción de guerra, al efectuar el vuelo New York-México”, según el decreto publicado en el Diario Oficial de la Federación el 27 de diciembre de 1928.

Los fragmentos del México-Excélsior llegaron a territorio mexicano a finales de julio. A su llegada, el destrozado avión fue analizado y posteriormente donado al Museo Nacional.

Emilio Carranza ha recibido diversos homenajes póstumos por aquel vuelo que le quitó la vida inmortalizándolo en la historia de la aeronáutica mexicana.

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