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'El Gordo y el Flaco', 90 años de risas

La entrañable pareja de cómicos que sobrevivió a la transición del cine silente al dialogado cumple 90 años de su primera escena juntos

Redacción / Foto: Archivo Excélsior | 03-12-2017

CIUDAD DE MÉXICO.

Hace 90 años, el británico Stan Laurel y el estaduniden­se Oliver Hardy compartie­ron su primera escena juntos gracias a la película Putting Pants on Philip, de 1927, para dar inicio a la inolvidable du­pla de El Gordo y el Flaco, que durante 25 años llenó de risas las salas de cine.

Ese primer encuentro, re­gistrado en blanco y negro y a los pies de un avión trans­continental, resultó tan di­vertido como entrañable, y es una prueba irrefutable de su química fílmica que los con­vertiría en una de las parejas favoritas de la comedia.

En el cortometraje de 19 minutos dirigido por Clyde Bruckman, El Gordo y el Fla­co, como se les conoció en el mundo hispanoparlante, son “obligados” a convivir lue­go de que al personaje de J. Piedmont (Hardy) se le en­comienda la misión de cui­dar de su “sobrino” Philip (Laurel), recién llegado de Escocia.

La falda a cuadros de Phi­lip no pasa desapercibida en las calles de América, donde decenas de curiosos se arre­molinan para ver caminar a estos dos peculiares perso­najes, quienes provocarían la misma expectativa durante más de 25 años.

Curiosamente ambos ac­tores habían compartido película, más no escenas: enThe Lucky Dog, de 1918, y 45 Minutes from Hollywood, de 1926.

En ambos trabajos se en­contraban involucrados los productores Hal Roach y Leo McCarey, quien se considera el “padre” de dúo.

Antes de encontrarse, Hardy había rodado más de 65 cortos (el estándar en la época del cine silente), mien­tras que Laurel llegaba a Es­tados Unidos como miembro de la compañía Karno como comparsa de la estrella del grupo: Charles Chaplin, quien marcó la vida de la pareja.

Llegó un momento en que Laurel pensó: “Si Chaplin puede, ¿por qué no yo?”, y en­tonces se mudó a Hollywood.

“Hacían que las co­sas más simples resultaran complicadas.

“Con ellos reconocía­mos nuestros fracasos y lu­chábamos con su espíritu de superación. El Gordo y el Flaco nunca se daban por vencidos, siempre lo intenta­ban de nuevo”, expresó hace unos años su biógrafo Simon Louvish, durante la presenta­ción del libro Stan y Ollie.

“Sobrevivieron al sonido en el cine. Fue algo que no les afectó porque los diálogos eran insustanciales, no como ocurría con otras estrellas de la época como los hermanos Marx, en los que el texto ha­blado era tan importante.

“La acción, la peripe­cia, lo que les ocurría, era lo que contaba”, apunta el au­tor, quien recuerda que la primera película en la que compartieron créditos pero curiosamente no alguna es­cena fue The Lucky Dog (1921).

Fueron 25 años de amis­tad, aprecio, trabajo y éxito mundial con películas como Héroes de tachuela, La can­ción de la estepa, De bote en bote, El abuelo de la criatu­ra, Un par de gitanos, Dos pares de mellizos o Cabezas de chorlito, que los coloca­ron en las páginas doradas del cine.

“Se convirtieron en un solo organismo, en un cuerpo único. Por separado era difícil que trabajaran.

“El Flaco era el autor de todos los gags y los guio­nes. En lo creativo era mu­cho más lanzado que Hardy, que resultaba mucho me­nos ambicioso. Stan Lau­rel era el auténtico cerebro”, afirma Louvish, quien en su publicación también da cuenta de la vida privada de los intérpretes.

El Flaco eterno enamo­rado de las mujeres (se casó ocho veces –tres por partida doble con la misma mujer), mientras que Hardy batalló entre sus problemas de sobre peso y una esposa con pro­blemas de alcoholismo).

Fueron precisamente los problemas de salud de El Gordo los que a principios de los años 50 lo obligaron a re­ducir su ritmo de trabajo para enfrentar su situación con el sobrepeso tras el rodaje de Utopía, en Europa.

En 1954 la pareja decidió decir adiós de los escena­rios teatrales y las pantallas cinematográficas.

El 7 de agosto de 1957 Oli­ver Hardy falleció tras sufrir un cáncer que lo llevó a los 55 kilos, mientras que Stan Laurel se refugió en el golf, las carreras de caballos y su casa de Santa Mónica, Cali­fornia, hasta su último suspi­ro en 1965.

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hch

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