Prodigio de ilusiones insospechadas, Dimitris Papaioannou
Recién presentado en el 50 Cervantiano, el coreógrafo y director escénico habla de su trayectoria, su inspiración y su proceso creativo

GUANAJUATO, Gto.
En la cresta de la ola del arte escénico mundial, Dimitris Papaioannou (1958, Atenas, Grecia), posee el temple de quien no se siente superior a pesar del éxito que le precede. Con un expresso, sentado junto a la alberca del hotel donde se aloja, da una larga y exclusiva entrevista a Excélsior.
Orientación Transversal, la obra que presentó en el 50 FIC, fue una sorpresa para aquellos que esperaban ver algo convencional de teatro, ballet o danza contemporánea.
Su asombro fue mayúsculo al enfrentarse a un espacio minimalista con un ciclorama blanco, donde ocho bailarines, con cuerpos perfectos y un entrenamiento feroz, realizaban acciones performáticas.
¿Cómo definir lo que hace este hábil creador: teatro físico, performance, transdisciplina o multidisciplina? La verdad no tiene sentido, lo suyo es una concatenación de hermosas imágenes, simbologías inteligentes, a veces chuscas y en ciertos instantes perturbadoras.
Niño prodigio
¿Cuándo decidió dedicarse a la escena?, se le pregunta a Dimitris Papaioannou. “No lo sé. Yo era un niño prodigio en la pintura y mis maestros me impulsaban a que esa fuese mi profesión. Lo hacía muy bien”.
¿Qué pensaba su familia? “Mi familia no quería que fuera artista, así que me fui de mi casa a los 18 años. Nunca regresé porque ahí no podía ser artista y un hombre gay.
“Tenía que seguir mi propia naturaleza y lo hice. Pero debo decir que mis padres tenían grandes expectativas sobre mí, yo era muy buen estudiante y siempre fui a buenas escuelas. Les gustaba que pintara, no que fuese pintor. Pero de alguna manera me dieron herramientas para ser una persona capaz de seguir su destino. Soy zurdo y vengo de una generación donde en la escuela te obligaban a ser diestro y te amarraban la mano. En mi caso no sucedió”.
¿Se arrepiente de algo? “Para nada, fue la mejor decisión que he tomado en mi vida. Fui aceptado para ser estudiante de un pintor muy importante de Grecia. Era como el Diego Rivera de allá. Entré a la Escuela de Bellas Artes. Ahí como un joven estudiante me mantenía y estudiaba. Conocí a una coreógrafa que me sugirió entrenarme con ella.
“Tenía 19 años y nunca más dejé de hacerlo y muy fuerte, me invitó a participar en sus montajes. Lo hice y me gustó muchísimo y además empecé a hacer vestuarios, luces, escenografía y fue ahí que me di cuenta que lo que acontece en el foro es una forma de pintar y decidí crear mi propia compañía. A los 23 estaba haciendo arte experimental y sin darme cuenta fui dejando las brochas para convertirme en director de escena”.
¿Y su familia qué decía? “Estaban muy orgullosos de mí para ese entonces”.
Intuición pura
Dimitris Papaioannou también habla de cómo logra concretar sus ideas en el escenario.
“Primero que nada, no tengo ideas previas, no es que trate de materializar nada, más bien trato de entender lo que hay en mi cabeza, es como un fantasma que toma forma en el universo de las energías de todos los que participamos y cambia todo el tiempo”.
“Mi procedimiento consiste en tener algunas imágenes en mente, uso elementos que me parecen curiosos, como un pedazo de madera, hojas de árboles, un paisaje, y selecciono a colaboradores talentosos y amables y empezamos a investigar, a jugar un poco con lo que hay. Los bailarines tienen un altísimo nivel de fisicalidad. En algunas ocasiones propongo una idea o llego con una ilusión óptica, pero siempre sin tener un significado especial y cuando menos lo imaginas sucede algo y toma forma en el universo que toda esa energía junta crea y creamos momentos pequeños pero importantes.
“Luego tengo segundos y poco a poco tenemos pequeñas composiciones y alguna de ellas empiezan a adquirir significado. Nunca sé exactamente lo que quiero, es más una corazonada. He hecho proyectos con un guion específico, diseños y story boards, como en el caso de la inauguración y clausura de los Juegos Olímpicos del 2004 que dirigí en Atenas.
“Pero desde que cumplí 40 años, decidí ir en contra de todo eso y hacer mi trabajo sin saber qué voy a encontrar. Nunca estoy seguro de lo que va a suceder, lo que me pone muy ansioso, pero lo prefiero”.
Y agrega: “Le confieso, yo no le pongo el título a mis piezas. Tengo un amigo al que llamo y le digo: ¿qué ves? Él me da opciones de ideas para nombrar la pieza, selecciono una y a partir de ese momento la obra vuelve a cambiar”.
Ir más allá del terreno underground
Papaioannou también habla sobre cómo vive el éxito.
“Era muy reconocido en Grecia, primero en el territorio underground. No trabajaba para las instituciones, llenaba ciertos lugares alternativos, hacía cómics, me iba muy bien. Tuve un grupo, salté a los principales foros, y en mis treintas hice los Juegos Olímpicos.
“Pero fuera de Grecia nadie sabía de mí hasta que cumplí 50 años. Empecé a tener giras fuera de mi país hasta 2015.
“Fue a partir de que me presenté en el Théatre de la Ville en París, que se interesaron en mí. La noche que estrené fue todo un suceso. A la mañana siguiente ya tenía mi primera coproducción internacional con el festival de Avignon”.
¿Siempre destacó entonces? “Sí, pero no en el territorio que deseaba, que era el de los festivales internacionales de arte contemporáneo. Y aquí estoy. Feliz”.
Rosario Manzanos
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