Pasión y memoria de Semana Santa
Expertos del INAH ubican en el culto al Señor de la Cuevita la semilla que derivó en la representación del Viacrucis de Iztapalapa

Hace 180 años se realizó la primera representación de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, en Iztapalapa, recién inscrita en el Inventario de Patrimonio Cultural Inmaterial de México, la cual hace eco de un pasado ritual prehispánico y del culto al Señor de la Cuevita en la época colonial.
Así que, al trazar un recorrido histórico para entender la evolución de esta manifestación cultural y cómo ha llegado a ser lo que hoy es, Edaly Quiroz, subdirectora de Patrimonio Inmaterial del INAH, dice a Excélsior que lo primero que puede observarse es que el Cerro de la Estrella fue un espacio ritual sagrado desde tiempos prehispánicos, donde se llevaba a cabo la ceremonia del Fuego Nuevo, por parte de la cultura mexica.
Sin embargo, hacia 1687 surgió la leyenda del Señor de la Cuevita en aquella misma zona.
El Señor de la Cuevita es originario de Etla, Oaxaca, pero, de acuerdo con un relato de época, se sabe que un grupo de mayordomos trajeron una imagen a restaurar a la Ciudad de México, aunque al pasar por el Cerro de la Estrella debieron detener su marcha debido a una tormenta, por lo que se instalaron en una de las cuevas del Cerro de la Estrella.
Sin embargo, al día siguiente, cuando intentaron retomar el camino la imagen había incrementado su peso, de forma inexplicable, por lo que no pudieron moverla de aquel sitio ni siquiera con ayuda de los lugareños.
Esto fue interpretado por los pobladores como que la imagen no se quería ir de la zona y así nació el Señor de la Cuevita, “lo cual fortaleció la parte sagrada y simbólica del Cerro de la Estrella”.

Años después, en 1833, ocurrió una epidemia fuerte de cólera en el lugar, explica Edaly Quiroz, y al estar vinculada a la veneración del Señor de la Cuevita, los habitantes hicieron toda suerte de peticiones y penitencias para detener aquella enfermedad.
La epidemia cesó y diez años después, ya recuperados los pobladores de las muertes, comenzaron a hacer la representación del Viacrucis, aunque las primeras fueron con imágenes de bulto, es decir, no eran actores quienes interpretaban a los personajes, sino que literalmente lo hacían en procesión y sacaban a las imágenes de la iglesia”, apunta.
Poco después, la comunidad empezó a apropiarse de la representación que, hasta ese momento, era encabezada por la iglesia, con la participación de niños de la comunidad.
No se tiene la certeza de cuándo participaron por primera vez los niños, pero se sabe que existió una especie de participación híbrida entre imágenes de bulto e infantes, hasta que entrado el siglo XX abandonaron las imágenes y la comunidad se inclinó por adultos y niños”, comenta.
¿Cuáles han sido los cambios identificados en esta representación?, se le pregunta a Edaly Quiroz. “Cuando observamos las fotografías históricas sobre la representación es posible ver el primer cambio notorio en los vestuarios.
Por ejemplo, tenemos imágenes de los años 30 y 50, donde los vestuarios eran realizados de manera rústica, incluso doméstica, cuando se trataba de asemejar ciertos rasgos y recuperar algunas características, de acuerdo a lo que veían en películas o tal vez de la iconografía religiosa católica que se podía ver en algunos materiales. Ahora, tú ves las indumentarias de una espectacularidad que no se puede comparar con aquellos años de la crucifixión simbólica de Jesús”, explica.
¿Por qué es importante la distinción otorgada a esta manifestación como patrimonio cultural inmaterial?, “Efectivamente, se trata de un hecho significativo, ya que es una de las pocas expresiones culturales a nivel urbano que se han reconocido con esta categoría.

“Desde hace algunos años se ha puesto mayor atención en darle relevancia a los pueblos originarios de la CDMX, lo cual también es el caso en la representación de la Semana Santa en Iztapalapa, debido a su práctica y a su continuidad en los ocho barrios originales (San Lucas, San Pedro, San Miguel, San Pablo, San Ignacio, San José, La Asunción y Santa Bárbara) en dicha alcaldía.
Aunado a que ha pervivido 180 años, está posicionada como una práctica cultural que se ha conformado como un eje articulador de la vida social”, señala.
¿Dónde está el valor cultural inmaterial? “La representación, de manera popular, se conoce porque van millones de personas a presenciarla y porque se transmite vía satélite a diferentes partes del mundo, pero su importancia no radica en eso, sino en que, más allá de jueves y viernes santos, la representación requiere la organización de la comunidad en un ciclo ritual que articula la vida comunitaria de los ocho barrios a lo largo de un año”, concluye.
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