CIUDAD DE MÉXICO.
La cultura, la comida y la religión han sido las principales bases de “la integración exitosa” que han tenido los inmigrantes libaneses que, buscando una patria segura, se establecieron en México desde los años 80 del siglo XIX y continuaron llegando conforme la guerra, la violencia y la hambruna de su país aumentaba.
Es una de las inmigraciones más antiguas y singulares, porque no sólo se establecieron en la Ciudad de México, sino en diversas urbes del país. Se adaptaron fácilmente, pero a la vez conservaron su identidad, que fueron consolidando en el exilio. Destacaron en todos los terrenos, hasta en la política. E hicieron posible, con el procedimiento de asar la carne que traían de Medio Oriente, que en México nacieran los tacos al pastor”, comenta el historiador Carlos Martínez Assad.
En entrevista con Excélsior, quien forma parte de la segunda generación de descendientes libaneses en el país detalla la investigación, realizada en México, Francia y Líbano, que sustenta su libro Libaneses (UNAM), que fusiona en un cálido relato datos de los archivos institucionales y familiares con entrevistas, testimonios y crónicas de la vida cotidiana de esta comunidad en tierras aztecas.
En cuanto a la identidad, los padres nos enseñaron que primero somos mexicanos. La parte libanesa se vive como una referencia de mucha fuerza cultural y las comidas son una de las cosas que más se han mantenido”, agrega.
El investigador emérito del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM destaca que la religión de los libaneses, el cristianismo maronita y su cercanía con Roma, se convirtió en un elemento importante para la integración, la facilitó.
Vemos a los descendientes de libaneses pronto pasar del comercio a la industria, de la industria al sector financiero. Influyeron en el desarrollo de la industria cinematográfica al convertirse en productores, directores, actores, cantantes. Tienen también una gran presencia en la política: gobernadores, presidentes municipales, diputados, senadores. Y, por primera vez en un estudio, se le da su dimensión a esto”, añade.
Esta comunidad, que se diseminó por Mérida, Veracruz, Puebla, Nuevo León, Jalisco, Guadalajara, Monterrey, Torreón y Chiapas, ha llegado ya a una tercera y cuarta generación de descendientes, conviviendo en el presente desde empresarios como Carlos Slim y Alfredo Harp Helú hasta creadores como el poeta Jaime Sabines, el dramaturgo Héctor Azar o la escritora Bárbara Jacobs.
Llegaron a México luego de sortear varias vicisitudes que les hicieron abandonar sus tierras e ir a lugares alejados. Los traslados comenzaron a finales del siglo XIX, cuando la dificultad para viajar era extrema. Pero, a pesar de todo, se adaptaron con mucha facilidad, se involucraron en el proceso de desarrollo e industrialización del país.
Me parece importante, por ejemplo, que tengamos libaneses que participaron en la Revolución mexicana. Yo sigo a una familia, en la que 12 integrantes del mismo poblado se vinieron a México al mismo tiempo y lograron una adecuación muy fuerte. Los seguí a lo largo de su vida en México”, detalla.
El Premio Nacional de Ciencias y Artes cuenta que visitó Líbano por primera vez cuando tenía 20 años. “Formo parte de la segunda generación que regresó y que pudo conocer la casa familiar y el entorno en el que se movieron los abuelos”.
El doctor en Sociología por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de la Universidad de París, Francia, considera que éste es el libro “más completo y complejo” que ha dedicado a los libaneses, “porque está basado en una profunda investigación, todo está documentado y son fuentes que no se conocían, hay fotografías y documentos familiares”.
Admite que no existe un censo que determine el número de descendientes libaneses que viven hoy en México. “Algunos dicen que 600 mil, pero seguiremos imaginando que suman un millón. Lo único que me arriesgo a decir es que su presencia es muy fuerte y lo importante es el impacto que ha tenido esta comunidad”.
Adelanta que su próximo libro será sobre la situación actual de Líbano.
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