Francisco Villa, miradas en torno al caudillo
Recordado como observador e intuitivo, el Centauro del Norte es honrado con una exposición y un ciclo de cine, en el 145 aniversario de su nacimiento

José Doroteo Arango (1878-1923), conocido como Francisco Villa, es una figura mítica e inabarcable de la Revolución Mexicana que dejó muchas ideas en el tintero, como crear una universidad e integrar un fondo para crear un banco agrícola que apoyara a campesinos del norte del país, dice a Excélsior Tomás Villa, investigador y nieto del Centauro del Norte, quien hoy participará en la apertura de una exposición fotográfica y de un ciclo de cine en la Cineteca Nacional, que tendrá eco en la Casa de la Primera Imprenta y en el Centro Cultural del México Contemporáneo.
Villa fue un personaje complejo a quien no le gustaba la gente zalamera, era observador, intuitivo y la pobreza siempre le tocó el corazón, porque la conocía, pues nació en una casita de adobe con dos cuartos, en medio del desierto, así que todo el tiempo buscó un cambio para la gente pobre y el cine apenas si ha rasguñado su figura.
Además, el caudillo tuvo varios momentos, algunos de ellos aún poco explorados, afirma Tomás Villa, como lo que hizo durante los últimos tres años de su vida en la hacienda de Canutillo (Durango).
En aquel momento, Villa afirmaba que ‘los militares no sirven en este país, porque sólo piensan en hacer la guerra y lo que necesitamos es administrar la paz’.
“Esa parte de la vida de Villa está poco trabajada y, en este caso, los historiadores canónicos han dicho que él traicionó (a la gente), porque se quedó con una hacienda, pero lo que no dicen es que repartió la tierra entre la gente y que sólo se quedó como administrador para empujar el proyecto”, dice Tomás Villa.
En aquel momento apunta el nieto del revolucionario, “Villa se da cuenta de que ha pasado 10 años en guerra y que la gente está cansada, así que hace una última acción de guerra, atraviesa el Bolsón de Mapimí con un grupo de hombres —un infierno con temperaturas de 50 grados—, llega a Coahuila, descansa la tropa y llama por teléfono al entonces presidente Adolfo de la Huerta”, con quien pacta un armisticio.
Él depone las armas, recibe cerca de 50 mil pesos, le adjudican la hacienda de Canutillo y se queda con una guardia personal.
Entonces “Villa le dijo a su secretario que viera qué se podía hacer con ese dinero, pero la gente llegó a pedir favores y a la mañana siguiente ya no había dinero ni para el desayuno”.
En aquel acuerdo se estableció la entrega de la hacienda de Canutillo, que estaba en ruinas. “Entonces, él se instaló en lo que quedaba de la iglesia y una de sus primeras acciones fue destinar los mejores cuartos (de la hacienda) para hacer una escuela para los niños y emitió una ley seca, porque él no bebía.
“Desde temprano trabajaba con la gente para hacer canales de riego, se dedicó a preparar la tierra, integró talleres de carpintería y herrería para construir carros que movieran el trigo y el maíz que más tarde produjeron, repartió la leche de las pocas vacas que disponían y creó una escuela de artes y oficios para niños huérfanos por la Revolución”, apunta.
Tres años después, el 20 de julio de 1923, en el poblado de Parral, fue asesinado, mientras se dirigía a la celebración de un bautizo.
Villa tenía una frase: ‘El día que me muera habrá muchos que se tapen con mi cobija’, recuerda Tomás Villa.
“Y así sucede hoy, porque muchos se tapan con las hebras de su cobija. Ahí tienes a los que producen tequila que lleva su nombre, aunque él no tomaba, o a los historiadores que denuestan su figura y dicen que fue un asesino.
“Pues también viven de mi abuelo, aunque digan mentiras. O cuando vas por la calle y sale por ahí el sombrero de Villa, sus bigotes, o esos políticos que quieren hacer más bronce de él. Ahí están todos los mitos y las realidades juntas”, concluye.
El Ciclo de cine Francisco Villa iniciará hoy, a las 17:00 horas, con Campanas rojas, de Sergéi Bondarchuk; y abrirá la muestra fotográfica El jefe y el cine, con 20 retratos de Villa y de sus hijos: Celia Villa, quien se convirtió en actriz de reparto en Hollywood, en los años 30, y José Trinidad Villa (padre de Tomás Villa), quien trabajó por 25 años como doble y tuvo sus propios papeles.
El ciclo, impulsado por Javier Correa Montejo, seguirá el 18 de junio con Chicogrande, de Felipe Cazals; el 2 de julio con Ciudadano Buelna, de Felipe Cazals; el 16 de julio con Rompe el alba, de Isaac Artenstein; y el 20 de julio con Vámonos con Pancho Villa, de Fernando de Fuentes.
Un revolucionario en el séptimo arte
La figura de Francisco Villa tuvo dos momentos cinematográficos, dice a Excélsior la historiadora Ana Salinas. El primero va de finales de 1913 a inicios de 1914, poco antes de la batalla en Ojinaga, cuando firmó un contrato con la Mutual Film Corporation (EU), interesada en ese caudillo que veía como un Robin Hood mexicano, con la que filmó The Life of general Villa y General Villa.
“Villa firmó un contrato por 25 mil dólares por la exclusividad de su imagen para hacer películas de su vida donde él sería el actor principal, con lo cual financió parte de la tropa”, abunda Salinas. “Pero, luego de firmar aquel contrato, vino la batalla de Ojinaga, el 11 de enero de 1914, y de aquel momento data la imagen icónica de Villa montado a caballo”, lo que aumentó su imagen gallarda y carismática.
Después vendría el año de 1930, cuando lo retoma Fernando de Fuentes para filmar Prisionero 13, Vámonos con Pancho Villa y El compadre Mendoza, que representó la desilusión de la Revolución.
Y ya en los años 40, actores como Domingo Soler y Pedro Armendáriz evocaron al Villa que hoy conocemos: valiente, mujeriego, altanero y divertido, concluye.
Juan Carlos Talavera
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