CIUDAD DE MÉXICO.
En el terreno de la literatura, más allá de las aulas, un maestro es aquél que es capaz de marcar la vida y la obra de los escritores, de guiarlos durante su proceso creativo o la búsqueda de su estilo, de abrirles caminos para la promoción de sus libros o simplemente de regalarles la libreta que detonará una historia.
El novelista nicaragüense Sergio Ramírez reconoce en el escritor mexicano Carlos Fuentes a su “gran maestro” de literatura y ética. “Me enseñó a través de sus libros la importancia de la imaginación, y, a partir de su amistad y ejemplos íntimos, una gran descarga ética que él puso al servicio de América Latina.
De él aprendí que los hechos históricos se transforman y que los personajes pueden vivir para siempre en la imaginación y la conciencia de los lectores”, afirma.
La poeta y narradora Carmen Boullosa también admite que Fuentes la marcó y le dio una lección de generosidad. “Tras haber publicado mi novela La milagrosa, en 1992, él me llamó y me dijo que quería recomendar el libro a un editor inglés amigo suyo. Y lo hizo. Ese fue el inicio de mi carrera internacional. Él gustaba de hacer familia literaria, era muy generoso”.
Sin embargo, la escritora Elena Poniatowska aclara que sus verdaderos maestros fueron sus propios compañeros y amigos, en especial el poeta José Emilio Pacheco y el cronista Carlos Monsiváis.
Escribíamos juntos, nos equivocamos juntos. Aprendí mucho de ellos. José Emilio tenía una cultura fuera de serie y era muy generoso. Monsiváis sabía mucho de política y era ingenioso, inteligente y atento. Sabían más que yo. Crecí mucho a su lado. Los extraño”, confiesa.
Para la cuentista Socorro Venegas, el ejemplo a seguir fue el narrador irreverente Ricardo Garibay, quien le daba consejos sobre cómo escribir mejor, indica. Incluso, quien dirigió la Escuela de Escritores Ricardo Garibay de la Sogem, en Cuernavaca, atesora una libreta roja que el cuentista le obsequió en 1999, año en que murió.
Nunca supuse que en esa libreta iba a escribir sobre su ausencia. Cada que trabajaba en ella, lo recordaba. Sus observaciones y consejos fueron vitales para mí”, señala.
Por su parte, la editora Mayra González, directora de Alfaguara México, dice que los maestros que la formaron fueron Marisol Schulz y Ramón Córdoba. “La edición es un oficio de maestro a aprendiz. Marisol siempre me abrió puertas. Aprendí mucho de su finura e inteligencia en el trato con los autores, y del manejo público que debe tener un editor. Tengo mucho su sello.
Y Ramón me enseñó el oficio mismo, cómo leer una portada, cómo corregir las pruebas azules, a no sobreactuar la edición. Todo a partir de la confianza y el riesgo, pues pronto me dejó tomar decisiones y enfrentaba conmigo mis errores”, indica.
Y admite que “ambos me siguen acompañando; a pesar de que Ramón murió, lo tengo presente, y a Marisol la llamo cuando necesito. Es un aprendizaje que no ha terminado”.
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