El experimento real que inspiró a Mary Shelley a escribir Frankenstein
¿Qué hubo detrás de Frankenstein? Discusiones sobre electricidad y reanimación real inspiraron a Mary Shelley a imaginar al monstruo que cambió la literatura.

En vísperas del estreno de la nueva versión de Frankenstein dirigida por Guillermo del Toro, vale la pena volver al punto donde todo comenzó: una tormenta, un experimento científico y una mente joven dispuesta a desafiar los límites de la vida y la muerte.
A principios del siglo XIX, en medio de tormentas eléctricas y debates científicos apasionados, nació una de las obras más influyentes de la literatura occidental.
Mary Shelley, una joven de apenas 18 años, transformó las teorías emergentes sobre la electricidad y la vida, junto con un verano lluvioso en Suiza, en el texto eterno: Frankenstein; or, The Modern Prometheus.
El experimento, el aura de misterio y el deseo de creación se fusionaron en una sola noche de inspiración: ciencia, ética y literatura se entrelazaron para siempre.

Galvanismo y electricidad: la ciencia que inspiró a Mary Shelley a escribir Frankenstein
En el ocaso del siglo XVIII, la electricidad comenzó a dejar de ser un simple fenómeno natural para convertirse en objeto de experimentación audaz. Luigi Galvani descubrió que las patas de una rana muerta se contraían cuando se les aplicaba una carga eléctrica.
Su sobrino, Giovanni Aldini, fue más lejos: realizó demostraciones públicas con cadáveres humanos que se estremecían cuando recibían impulsos eléctricos.
Mary Shelley vivió en medio de este ambiente científico inquietante y fascinante. En la introducción de su edición de 1831, ella misma escribe:
“Quizá un cadáver podría ser reanimado; el galvanismo había dado muestras de tales cosas; quizá las partes componentes de una criatura podrían fabricarse, reunirse y dotarse de calor vital.”
Este pasaje revela que la autora contemplaba la posibilidad de que la ciencia pudiese crear vida artificialmente.
Estos descubrimientos, los primeros indicios de lo que hoy denominamos bioelectricidad, fueron difundidos y discutidos en Europa, generando tanto entusiasmo como temor: ¿Podría la materia muerta volver a moverse? ¿Qué implicaciones morales tendría tal triunfo de la ciencia?

El origen de Frankenstein
En el verano de 1816, Mary Shelley, su futuro esposo Percy Bysshe Shelley, Lord Byron y el médico John William Polidori se refugiaron en la villa suiza de Villa Diodati, junto al lago de Ginebra.
El clima era extremo: se le conoce como el “año sin verano” a causa de la erupción del volcán Tambora, que alteró los patrones climáticos.
Durante esas jornadas de lluvia y conversación, Byron propuso un reto literario al grupo: escribir una historia de terror.
Mary Shelley escuchó hablar sobre galvanismo, electricidad, muerte y reanimación: conceptos que habrían sido parte de las pláticas nocturnas.
Fue así que, inspirada en un sueño que tuvo donde un estudiante contemplaba la criatura que había creado, nació Frankenstein. La conjunción de ambiente, ciencia y fantasía dio origen al monstruo.

El protagonista de la novela, Victor Frankenstein, no detalla su procedimiento en términos científicos exactos, Shelley dejó el “cómo” en penumbra, pero la referencia al galvanismo se hace evidente a los lectores de su época.
“Reuní a mi alrededor los instrumentos de la vida, para poder infundir una chispa de ser en la cosa sin vida que yacía a mis pies…”
Este pasaje refleja el espíritu de los experimentos reales: instrumentos, manipulación de la materia, una chispa que da vida.
Y al igual que los científicos de aquel momento, Victor se enfrenta a las consecuencias: creación sin responsabilidad, abandono del fruto de su fruto, culpa y venganza.
Ciencia y literatura se unen en Frankenstein
La relevancia de Frankenstein va más allá del terror gótico. Fue una obra que planteó, décadas antes de la genética o la inteligencia artificial, la cuestión de si los humanos deben intervenir en los procesos de la vida.
El fondo científico de la novela está documentado por museos y académicos. Por ejemplo, el Science Museum Group analiza cómo Shelley se apoyó en teorías de electricidad, anatomía y química de su tiempo.
En ese sentido, la crítica no se dirige solamente al monstruo sino al creador que actúa sin pensar: “El monstruo de Frankenstein no es la criatura sino su propio creador”, sugieren numerosos estudios literarios.

La autora nos recuerda que el conocimiento sin conciencia puede convertirse en una amenaza. En su obra, la ciencia y el arte convergen para producir una advertencia que sigue vigente: la ambición sin límites, la creación sin cuidado y el abandono de lo creado pueden dar lugar a monstruos literales o simbólicos.
Más de dos siglos después, la chispa que Mary Shelley imaginó sigue encendida. Frankenstein nació como un experimento intelectual y hoy revive en el cine de Guillermo del Toro, quien entiende, como la autora, que la verdadera monstruosidad no está en la criatura, sino en la soledad del creador.

EL EDITOR RECOMIENDA



