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Expresiones

Aline Pettersson, escritura en rebeldía

La narradora y poeta mexicana,que hoy cumple 80 años, charló con Excélsior sobre su infancia lectora, sus inicios en la literatura, su paso por el Centro Mexicano de Escritores y las características de su obra

mario a. medrano | 11-05-2018
Aline Pettersson, narradora y poeta mexicana, que hoy cumple 80 años. Fotos: Quetzalli González
Aline Pettersson, narradora y poeta mexicana, que hoy cumple 80 años. Fotos: Quetzalli González

 

CIUDAD DE MÉXICO.

Novelista, poeta, cuentista, traductora, ensayista y maestra de varias generaciones, Aline Pettersson, quien hoy cumple 80 años, charló con Excélsior acerca de su infancia, sus inicios en la literatura, el paso por el Centro Mexicano de Escritores, la relación amistosa que tuvo con diversos creadores y de su obra narrativa y lírica.

Mi padre era de ascendencia sueca y mi madre de raíces mexicanas. Él estudió ingeniería en Suecia, luego regresó a México para laborar con la compañía Ericcson. Fue entonces que conoció a mi madre, de familia norteña. Esta combinación de culturas, honestamente, no influyó de manera trascendental en mi niñez, la cual fue normal, con sus gustos y vicisitudes. Fui una niña silenciosa y callada, muy lectora desde temprana edad”, asegura Pettersson.

Al cuestionarla sobre las obras que leyó en la infancia, la autora de novelas como Mistificaciones, A la Intemperie y Las muertes de Natalia Bauer, comenta, con humor, que no le gustaba la obra de Verne. “Leí con avidez a Emilio Salgari (Sandokán), Mark Twain (Las aventuras de Tom Sawyer) y Charles Dickens (David Copperfield), pero honestamente la obra narrativa de Julio Verne no la toleraba. A esa edad buscaba libros de aventuras, de bucaneros y piratas, Verne era erudito, sesudo, con muchos datos”.

Escribir no fue la primera vocación de Pettersson, sino la medicina. “Mis padres querían que yo estudiara la carrera de secretaria bilingüe, ya que en esos años no estaba bien visto que una mujer estuviera entrometida en estos asuntos de la medicina, ni en otros realmente. Ante estas imposiciones decidí no estudiar nada. Debo confesar que en ese entonces me sentí cobarde por no tomar la decisión de estudiar lo que a mí me interesaba”, sentencia.

Pettersson ingresó al Centro Mexicano de Escritores como becaria en el periodo 1977-1978. Ahí tuvo como compañero, por ejemplo, al poeta Alberto Blanco. Asimismo, y gracias al apoyo de Juan Rulfo, fue becaria en el Programa Internacional de Escritores de Iowa, en 1984. Ingresó a la Facultad de Filosofía y Letras como oyente y participó en diferentes seminarios, con autores como Sergio Fernández y Ramón Xirau.

De estas incursiones por diversos círculos literarios, tuvo buenos amigos y maestros. “Recuerdo que en un seminario que tenía con Xirau decidimos hacer una revista, la llamamos Rilma; como proyecto no prosperó, pero las tardes que pasábamos bebiendo, leyendo y pergeñando ideas fueron gratificantes”.

La autora de poemarios como Ya era tarde o Estaciones del tiempo forjó una relación cercana con autores como Salvador Elizondo y Josefina Vicens, quien fue esposa de su tío, José Ferrel. “Recuerdo que mi primer encuentro con ella fue en un café muy cerca de lo que fue Plaza Manacar. Yo estaba muy nerviosa. Creo que ella también. Los primeros minutos fueron tensos, pero poco a poco comenzamos a platicar y todo aconteció de manera natural. Fue el comienzo de mi amistad con Josefina.

Salvador fue muy generoso conmigo, fue de los primeros en apoyarme. Gracias a él conocí a otros autores como Juan García Ponce y Juan José Arreola. Él fue de los primeros en leer Círculos, que le agradó, a pesar de que no era, ni en el tema ni en estructura, nada cercana a lo que él escribía. Aún guardo la primera edición de Círculos que incluyó una carta-prólogo de Salvador Elizondo”.

Al inquirirla acerca de escritores que más la impactaron, asegura: “Es injusta y parcial mi respuesta, pero disfruté enormemente haber conocido a Doris Lessing”.

 

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Intertextualidad

La literatura de Pettersson puede ser vista, en su forma, como una Anábasis; en el fondo, como autobiográfica. El monólogo interno es recurrente en sus obras; los personajes, mayoritariamente femeninos, están cargados de desesperación, vacíos existenciales, anhelos reprimidos, de rutinas. Ella escribe para rebelarse, para quebrantar el silencio y abatir la cobardía.

Sobre su primera obra, Círculos, asegura que fue la que mayor dificultad le representó. “Ahí ensayé y tiré, y volví a intentar escribir la novela desde diversas voces y distancias narrativas”.

Ana, Adelina, Virginia, Elena, Elisa, Natalia son algunos de los nombres de las protagonistas de sus historias. Al inquirirla sobre la condición feminista de su obra,  es tajante: “Si se habla de feminismo como un movimiento tan estructurado como, por ejemplo, un partido político diría que no. Pero si se habla de la mirada de una mujer que es consciente de las injusticias de género, diría que mi postura total es de rebeldía”.

Ya sea en las novelas La noche de las hormigas, Querida familia, A la Intemperie, Deseo, en el libro caleidoscopio que es Viajes paralelos, en Cautiva estoy de mí y Enmudeció mi playa, libros de poesía, se tejen y destejen anécdotas, reflexiones y palabras, así como una diáfana intertextualidad con escritores como Hermann Broch, Safo, William Dunne, T.S Eliot, Idea Vilariño, Rilke, entre otros. “Sin duda, la mirada y el tempo narrativo de Proust y de Woolf son un referente de mi escritura”.

En el campo de la traducción, llegó por la poesía. El libro, La fúnebre góndola; el autor, el sueco Tomas
Tranströmer, Nobel de Literatura 2011. “La fúnebre góndola es el homenaje que Tranströmer hace a Liszt y Wagner. Debido a que desconozco muchas de las variantes del sueco, como por ejemplo la palabra ‘destino’ y ‘desierto’, que en sueco son muy parecidas, tuve la asesoría de una amiga con este libro. Tomas fue muy amable conmigo”. Además de La fúnebre góndola, traduce a autores que le maravillan. “Alguna vez traduje fragmentos de Virginia Woolf con enorme placer”.

De los diferentes géneros por los que ha incursionado, asegura que la literatura infantil le ha dejado muchas alegrías. “En la literatura infantil se tocan temas, la mayoría de las veces, contemporáneos, problemáticas que a los niños les suceden en su vida familiar diaria. Los niños se identifican con los personajes, se relacionan con ellos, entonces no es necesario incluir la moraleja, ellos pueden sacar sus propias conclusiones.

Es importante que en los libros de literatura infantil exista la exploración de la fantasía, que no sólo se retrate fielmente cotidianidad”. Asimismo, la autora de Clara y el cangrejo, El papalote y el nopal, El tesoro del mar, La princesa era traviesa y la saga de Renata, entre otros, asegura que los niños son muy directos en sus comentarios. “Ellos no tienen filtros ni intentan quedar bien con nadie, ni con el autor. Te dicen: ‘oye, tal o cuál personaje no me gustó; esta portada está muy fea; yo hubiera escrito un final diferente’”, dice entre risas Pettersson.

En cuanto a su labor como maestra de quienes desean ser escritores, asegura que le fue muy grato trabajar, por más de 25 años, como tallerista, la mayoría del tiempo en la escuela de escritores de la Sociedad General de Escritores de México.

Hubo dos momentos críticos en la escuela, el último, hace cinco o seis años, fue que decidí dejar esa plataforma de enseñanza. A pesar de que nadie te puede enseñar a ser escritor, sí te pueden corregir errores, ayudar a identificar fortalezas y señalar flaquezas. Entre mis alumnos puedo recordar a Héctor de Mauleón o Rosa Nissán”, dice.

Al preguntarle cómo desea que la recuerden sus lectores, concluye: “como a alguien comprometida con el ansia de poner la palabra por escrito y así buscar la comunicación con los otros”.

 

cva

 

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