Un negocio de 2.5 mil billones de dólares llamado deporte
Un reporte de Apollo Sports Capital expone cómo el deporte en vivo se convirtió en uno de los activos económicos más estables del mundo

La pelota sale del bate con un sonido seco, inconfundible, una detonación breve que no necesita traducción. El jardín se queda quieto apenas una fracción de segundo, el tiempo exacto que tarda el estadio en entender lo que ya sabe. Cuando la bola cruza la barda, la multitud estalla. Gorras al aire, cerveza derramada, abrazos entre desconocidos. En el dugout, los jugadores esperan en fila. El jonrón se convierte en una explosión de júbilo y de lamento para el equipo contrario.
Desde el palco, la escena se vive distinto. No hay euforia, hay seguimiento. Las cámaras repiten el swing desde seis ángulos. El gráfico aparece en pantalla. El rating sube en tiempo real. Un cuadrangular de Serie Mundial no sólo mueve el marcador, mueve contratos que se extienden más allá de la temporada. Ese batazo activa cláusulas de transmisión, justifica tarifas publicitarias y reafirma por qué, incluso en la era del consumo fragmentado, el beisbol de octubre sigue siendo un bien escaso.
Ese instante encapsula la tesis central de un reporte publicado hace unos días por Apollo Sports Capital. Según el documento, la economía global del deporte supera hoy los 2.5 mil billones de dólares, una cifra que abarca ligas, franquicias, derechos de medios, bienes raíces, mercancía, fitness y entretenimiento en vivo. El deporte, sostiene el informe, ya opera como una industria de escala institucional, aunque continúa financiándose con esquemas propios de otra época.
“Pese a su escala, alcance global y crecimiento récord, la industria del deporte permanece subfinanciada, subapalancada y subcapitalizada”, señala el reporte. El diagnóstico no se apoya en intuiciones culturales, sino en datos financieros comparables con otros sectores intensivos en activos.
Durante gran parte del siglo XX, el valor de un equipo deportivo estuvo limitado por la capacidad física del estadio y la asistencia local. Un lleno era el techo. La televisión primero y la globalización después rompieron esa frontera. El deporte dejó de vender asientos para vender atención. Hoy, una franquicia es una productora de contenido en vivo con contratos multianuales y audiencias cautivas.

Los derechos de transmisión se convirtieron en el eje de ese modelo. A nivel global, superan los 60 mil millones de dólares anuales y funcionan como flujos de largo plazo, indexados a inflación y protegidos por exclusividad. El reporte los compara con activos de infraestructura por su previsibilidad y duración. El ejemplo más citado es el NFL. Sus acuerdos vigentes hasta 2033 superan los 110 mil millones de dólares, más del doble del ciclo anterior.
En términos anuales, el NFL genera alrededor de 10 mil millones de dólares sólo por derechos audiovisuales. Para poner la cifra en contexto, el presupuesto global de contenidos de Netflix en 2024 rondó los 16 mil millones de dólares. La diferencia no es únicamente cuantitativa. Mientras la plataforma compite en un mercado saturado, el deporte en vivo conserva un rasgo cada vez más raro. La imposibilidad de ser pospuesto.
Ese comportamiento se refleja en las valuaciones. De acuerdo con datos citados por Apollo, las franquicias deportivas en Estados Unidos han compuesto valor a una tasa cercana a 13 por ciento anual durante seis décadas, superando a las acciones, los bonos y el oro. No es una anomalía reciente, sino una tendencia sostenida a través de crisis económicas, cambios tecnológicos y transformaciones culturales. Un gigante financiero con balances conservadores
Un gigante financiero con balances conservadores
La paradoja aparece al revisar cómo se financia ese crecimiento. Mientras sectores como bienes raíces, infraestructura o salud operan con niveles de deuda entre 40 y 70 por ciento sobre valor, las franquicias deportivas lo hacen, en promedio, con apenas 10 por ciento. No por volatilidad, sino por tradición.
Durante décadas, el deporte profesional fue patrimonio de individuos y familias. Las ligas limitaron la entrada de capital institucional y fomentaron estructuras cerradas. El valor creció, pero el capital quedó inmovilizado.
“Décadas de apreciación han atrapado valor que podría monetizarse mediante soluciones de crédito e híbridos”, afirma el reporte.
La pandemia aceleró un cambio que ya se gestaba. Con la desaparición temporal de ingresos por taquilla, incluso las ligas más sólidas enfrentaron tensiones de liquidez. La respuesta fue abrir la puerta al capital institucional. MLB lo hizo en 2019. NBA, NHL y MLS siguieron. En agosto de 2024, el NFL permitió por primera vez participaciones pasivas de hasta 10 por ciento en manos de fondos institucionales.
Para Apollo, ese movimiento marca un punto de inflexión. “La participación institucional sigue en sus primeras entradas”, señala el documento. Las reglas existen, pero la penetración sigue siendo baja. El espacio no está saturado, está apenas formándose.

La oportunidad no se limita a comprar equipos. Se concentra en financiarlos. Préstamos garantizados por ingresos de liga, financiamiento de estadios, estructuras respaldadas por derechos de medios y capital híbrido que combine cupones elevados con participación en la apreciación de largo plazo. Instrumentos que permiten capturar valor sin depender del control accionario.
El análisis se extiende más allá de las grandes ligas. Pickleball, Fórmula 1, UFC y los deportes femeninos aparecen como ejemplos de mercados que pasaron de nicho a industria. El reporte proyecta que los ingresos del deporte femenil superarán los 2.4 mil millones de dólares en 2025, con tasas de crecimiento que duplican a las ligas masculinas.
La inteligencia artificial no aparece como amenaza, sino como catalizador operativo. “El producto central del deporte es el rendimiento humano de élite, algo que no puede automatizarse”, sostiene el documento. La tecnología reduce costos, optimiza decisiones y amplía audiencias, pero no sustituye la experiencia en vivo.
Cuando el bateador completa su trote alrededor de las bases y pisa el home, el estadio sigue de pie. En las pantallas, la repetición vuelve a empezar. Afuera, el impacto del jonrón ya se mide en otra escala. No en carreras, sino en contratos, flujos y valuaciones. El sonido del bate dura un instante. El negocio que lo amplifica, mucho más.
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