Vera, la novia de México en los JO del 68

Radka Caslávská visita la Catedral Metropolitana 50 años después de que su madre se convirtiera en la reina de la gimnasia en México 68 y contrajera nupcias con el también atleta checo Josef Odlozil. Recuerda los días en los que los tanques rusos invadieron Checoslovaquia, los duelos olímpicos contra Lariza Petrik y Natalya Kuchinskaya, así como los últimos días de su progenitora en Praga

Fotos: Eduardo Jiménez y Archivo Excélsior
Fotos: Eduardo Jiménez y Archivo Excélsior

La imagen de la Catedral Metropolitana se refleja en los ojos de Radka Caslávská, quien recuerda aquella promesa de amor que se hicieron sus padres Vera y Josef. “Si triunfamos en los Juegos Olímpicos de México 68, allá nos casamos”. Los jóvenes atletas checos se enamoraron en Tokio 64. Vera Caslávská había sorprendido en la gimnasia con tres oros y una plata, mientras Josef Odlozil lograba la plata en los mil 500 metros planos. Cuatro años después, en México, Vera ganó cuatro medallas de oro y dos de plata y se convirtió en la reina de la gimnasia. Josef llegó en el lugar número 12. La idea es que los atletas enamorados cumplieran su promesa de matrimonio en la capilla de la Villa Olímpica. Sin embargo, el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, organizador de los Juegos Olímpicos, escuchó la historia en la voz de Vera y ayudó para que la boda se celebrara durante los juegos y en la Catedral Metropolitana.

¡La boda de mis papás fue enorme, con más de 100 mil personas que querían entra a la misa. No cabían en la Catedral”, comenta emocionada Radka Caslávská, quien platica en un fluido español -medio siglo después-  la vida de Vera, precisamente en la iglesia donde sus padres contrajeron nupcias después de la coronación de la gimnasta checoslovaca y la boda que paralizó a México.

Vera triunfó antes de México 68.

En Roma 60, con una plata. Después creció en Tokio 64 con tres oros y una plata, pero la parte más importante de mi mamá fue en México 68.

Una historia con claroscuros.

Ella me platicó muchas veces lo que tuvo que pasar para poder venir a México. Nuestro país fue ocupado por los tanques soviéticos el 21 de agosto (Pacto de Varsovia), unas semanas antes de que los juegos comenzaran en México. En el Distrito Federal también había tanques y muertos. Eran unos Juegos Olímpicos en una época difícil.

Su mamá entrenó a escondidas.

Firmó el Manifiesto de las Dos mil Palabras (en contra de la represión soviética) y no se retractó. Una victoria moral para Vera y otros intelectuales que se opusieron a la invasión y al gobierno checo pro soviético. En la radio de Checoslovaquia decían que los firmantes de aquel manifiesto tenían que esconderse, porque la policía secreta los iba a arrestar. A mi mamá la escondieron en las montañas de Moravia. Entrenaba saltando en el bosque y colgándose de los árboles, mientras las soviéticas estaban en México para aclimatarse a la altura. Mi mamá me contaba que durante la inauguración, el público mexicano ovacionó a la delegación checoslovaca. Ahí comenzó el enamoramiento de Vera Caslávská con México.

Aquel conflicto entre checos y soviéticos se trasladó a la gimnasia en los Juegos Olímpicos.

Mi mamá tuvo dos grandes rivales soviéticas: Natalya Kuchinskaya y Lariza Pretik, a las que venció en casi todas las pruebas. Para ella era un orgullo escuchar su himno en el podio, mientras las chicas soviéticas estaban un peldaño abajo. Pero Vera obtuvo dos platas, en donde el triunfo fue de sus rivales. ¿Qué hizo en el podio? Cuando comenzó el himno del país invasor, ella agachó la cabeza y miró hacia el otro lado de las gimnastas y su bandera. El mundo se dio cuenta de la protesta silenciosa, algo que los invasores de Moscú no le perdonaron.

Y después se hizo la boda.

Fue una locura, me platicó mi mamá. No podían llegar al altar por tanta gente que fue a abrazarlos. Hasta el arzobispo que los casó se asombró. Los novios tuvieron que escapar por las catacumbas que tenían salida atrás de Catedral.

El idóneo fin que aparece en los cuentos de hadas.

No fue así. De regreso a Praga, mi mamá me concibió, pero no podía encontrar trabajo, con todo y sus medallas olímpicas. La policía secreta andaba tras de ella, el gobierno le insistía en que se retractara del Manifiesto de las Dos mil Palabras, pero ella no se rindió. Los amigos le dieron la espalda.

Su mamá escribió un libro.

Lo hacía a escondidas, sabiendo que en Checoslovaquia no podría salir a la venta. Pero tenía la ilusión de que un día el mundo lo tendría en sus manos. Al final salió en Japón, pero censurado. Ella tenía que limpiar casas a escondidas para sobrevivir, porque estaba prohibido que le dieran empleo. Mi papá no firmó el manifiesto, pero ser esposo de Vera lo tenía agobiado.

Usted habla checo, español, italiano e inglés. También ruso.

La rusa era la lengua obligatoria, tras la invasión soviética. Ellos se quedaron más de 20 años en Checoslovaquia y en la escuela tenías que hablar forzosamente en dicho idioma. Después de 1989 los tanques enemigos se regresaron a la Unión Soviética (Revolución de Terciopelo).

Vera también hablaba ruso.

Tenía que hacerlo durante la ocupación. Era vigilada y sin documentos para salir del país. También hablaba checo, español, alemán y japonés.

Y regresó a México.

En 1979 yo tenía 10 años y recuerdo que la familia (Vera, Josef, Radka y el pequeño Martin) nos venimos al Distrito Federal. La invitó el presidente José López Portillo para que enseñara gimnasia a las niñas mexicanas en el INDE (Instituto Nacional del Deporte).

Checoslovaquia la cambió por petróleo mexicano.

Suena chistoso, pero algo así. Estuvimos dos años, se terminó el contrato de petróleo y nos tuvimos que regresar. En el Distrito Federal tuve que estudiar en una escuela soviética, pero clandestinamente mi mamá me llevaba a una que no estuviera vigilada. Nuestro gobierno tenía el temor de que me metieran ideas raras en la cabeza. Ahora vengo a México a cada raro.

¿Cómo fue su retorno a Praga?

Las cosas estaban un poco relajadas, ya sin tanques soviéticos. Pero el gobierno checo le insistía a mi mamá en que se retractara de aquel manifiesto. Nunca lo hizo, pues era muy terca. Cuando regresamos a Praga me dio alegría ver a mi abuelita y a mis viejos amigos, pero me di cuenta de que allá no podíamos hablar con libertad.

Sus padres se divorciaron.

Yo tenía unos 18 años y entendí que no todos los matrimonios duran. Los últimos años fueron difíciles.

Su papá murió en 1993.

Había un conflicto en una discoteca, donde estaba mi hermano (Martin). Mi papá se quiso meter y Martin trató de separarlo, pero lo alcanzó a empujar y al caer se pegó en la cabeza. Entró en coma y, después de unas semanas, falleció (silencio). Yo tenía un poquito más de 20 años. Los periódicos acusaron a mi hermano de asesinato y el juicio duró muchos años. Al final, el presidente checo Václav Havel dio el indulto a mi hermano. Ahora, Martin vive en Irlanda.

Usted no lleva el apellido Odlozil de su papá.

Usted es muy curioso. Siento más el apellido de mi mamá, pues estuve más apegada a ella.

Su mamá preparaba otro libro, cuando se asomó el cáncer de páncreas y ya no le permitió seguir. ¿Usted lo terminará?

Nadie puede escribir sus pensamientos y sentimientos. Yo podría publicar sus escritos, aunque sería un libro incompleto. ¿Sus medallas?, ahorita las tiene el Museo Nacional de las Culturas (cerca del Zócalo), donde a partir del 26 de octubre presentaré una exposición con cosas, fotos y libros de mi mamá.

Vera Caslávská tuvo una bonita despedida.

Fue enterrada en un cementerio muy famoso en Praga, al lado de escritores y artistas. Se le despidió en el Teatro Nacional de la República Checa y todo el país se puso triste. Fue hace dos años.

¿Le suena el Jarabe Tapatío?

El Jarabe Tapatío y Allá en el Rancho Grande, los escuchaba mi mamá en la casa de Praga, porque con esa música ganó sus medallas de oro en la rutina a manos libres. Yo crecí con muchos recuerdos de México 68. Tenía fotos grandes en las paredes, logotipos, globos y sus medallas de aquellos juegos. En Japón también la querían mucho y fue la única mujer que recibió una espada samurái.

 

AMU

 

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