El movimiento fue temerario por parte de los dirigentes argentinos. Quitaron del banquillo a Victorio Spinetto y se dejaron encantar por Juan Carlos Toto Lorenzo a cuatro meses de jugar el Mundial en Chile.
Spinetto había clasificado al equipo en una eliminatoria casi amateur contra Ecuador, pero el pergamino laboral de Lorenzo era más emocionante.
Juan Carlos Toto Lorenzo abandonó Argentina en 1954 para jugar en España con el Atlético de Madrid, el Rayo Vallecano y el Mallorca. Precisamente con este último club le tomó por asalto su retiro para convertirse en entrenador. En dos años subió al equipo de Tercera División a Primera, lo que fue una locura para los argentinos.
Entonces bien, situemos la ecuación original. Eran los tiempos en que la Selección argentina no vendía ni competía, no le importaba a nadie ni causaba furor. Venían de un fracaso en Suecia 1958, así que un hombre como Toto Lorenzo, pensaron, cambiaría las cosas.
En medio del golpe militar contra el presidente Arturo Frondizi, la selección de futbol partió de Buenos Aires sin que nadie la despidiera. No angustiaba ni emocionaba, no era referencia. Increíble si se compara con los tiempos actuales. Juan Carlos Lorenzo viajó con un equipo en medio del enmudecimiento, sin esperar grandes cosas.
Para empezar, Argentina aterrizó en Chile resoplando por pensar que ese Mundial le correspondía. Habían peleado por organizarlo, aunque su presentación no fue suficiente para la FIFA. La Albiceleste llegó derrotada.
Con el miedo bajo la piel, los jugadores no entendían a Juan Carlos Lorenzo, un técnico a la europea, admirador de Helenio Herrera y que a menudo discurrió diatribas contras sus jugadores en el vestidor, sin reparo.
Decía que no entrenaban como en Europa, que no tenían el talento de aquellos, que en España se jugaba mejor, que no era posible lo que veía y así se sucedían los días en medio de un Mundial que vio a Argentina vencer por un mínimo margen a Bulgaria en el debut.
Pero Toto Lorenzo seguía atizando contra sus jugadores, que no se alimentaban bien, que no entendían los movimientos tácticos, que parecía que hablaba con plantas y luego, a la hora de dar la alineación, había hasta seis cambios.
Vino la derrota entonces con Inglaterra, preludio de lo que con los años sería una encarnizada rivalidad del futbol mundial.
Cerró la disputa del grupo el juego ante Hungría, unos rubios que estaban felices en Chile y que ya estaban clasificados. Argentina tenía que vencer para suspirar por los cuartos de final.
El resultado fue un insípido empate a cero, porque el ánimo de los argentinos estaba destruido debido a la oratoria de Toto Lorenzo.
El jugador Antonio Rattin lo dijo con los años: “Esa fue la peor selección en la que estuve”.
El regreso a Ezeiza fue en pleno horizonte despejado.
Ni un alma para recibirlos, así como cuando se fueron.
Nadie insultó ni reclamó ni hubo pedradas ni pancartas. Nadie siquiera en los periódicos plasmó que los futbolistas argentinos estaban de vuelta en casa con un técnico que se sentía europeo y que lo demostró después.
Juan Carlos Lorenzo se fue a Italia para ser campeón de Copa con la Roma y ascender a la Lazio.
Eran otros tiempos, cuando Argentina no inspiraba nada en el plano futbolístico.
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