'Rumble in the jungle'; en África volvió a picar la abeja
Cuando voces expertas decían que la movilidad y el golpeo de Ali ya habían menguado, el legendario púgil le ganó al campeón Foreman y regresó a la cima

CIUDAD DE MÉXICO.
Ese hombre de 1.91 metros de estatura y 94 kilos de músculos lanza jabs y ganchos frente a un sucio espejo, ante la mirada de Angelo Dundee, su manager. Sus manazas están cubiertas por vendas elásticas y se ha quitado la sudadera.
-¿Qué voy a hacer en el ring?
-Vas a bailar -contesta Dundee.
-¿Qué voy a hacer en el ring?
-¡Bailar, Muhammad, vas a bailar! -responde el resto de su equipo.
Son casi las cuatro de la madrugada, una hora absurda para un combate por el título de los pesos pesados. George Foreman contra el más grande y el más bonito. Un horario para la comodidad de millones de espectadores occidentales, quienes observan las imágenes hasta 14 mil 199 kilómetros (distancia de Kinshasa hasta Los Ángeles).
Muhammad, aquel hijo consentido de Louisville que saltó a la fama tras destronar a Sonny Liston en 1964, perdería el título de los pesados sin recibir un solo golpe. Estados Unidos lo borraría de los encordados tras negarse a combatir en Vietnam. El otrora llamado Cassius Marcellus Clay, el hijo de esclavos, había retornado al boxeo de paga y, tras algunos combates de preparación, estaba de vuelta.
No sería fácil. En la otra esquina lo esperaba Big George (Foreman), un toro negro texano, seis años más joven que Ali (32) y con puños demoledores. Más allá de su récord (40 victorias, 37 por nocaut y sin derrota), Foreman tumbó en siete ocasiones a Joe Frazier para arrebatarle el título, ¡en dos asaltos!; los mismos rounds que le duró Ken Norton, su rival en la primera defensa. De hecho, sus últimos ocho combates habían terminado en el segundo asalto.
Otros dos negros brillaban abajo del ring. El primero era el autoproclamado hombre fuerte de Zaire, Mobutu Sese Seko, dictador que cambió el nombre del Congo Belga; él quería que el mundo supiera de la existencia de Zaire. Claro, y de quién mandaba en ese terruño.
¿El otro personaje? Un hombre casi desconocido y que había estado en la cárcel. Personaje con la suficiente astucia para llegar hasta el dictador africano y venderle este sueño. Se trataba de Don King, quien ofrecería a cada uno de los protagonistas cinco millones de dólares por subirse al ring en horas de la madrugada. Cuentan los viejos cronistas de box que esa suma no la ganaron en toda su carrera Joe Louis, Jack Dempsey y Rocky Marciano.
El combate estaba pactado para transmitirse a todo el mundo, menos en Zaire. La fecha inicial era el 24 de septiembre del 74.
Un casi inexpresivo campeón del mundo (Foreman) sufriría una cortada en el párpado derecho entrenando con su sparring, lo que puso en suspenso la celebración del combate. La pelea se cambiaría al 30 de octubre del mismo año, por lo que Muhammad aprovechó esas seis semanas para hacerse popular entre la población zaireña, argumentando que “vivo en América, pero África es el hogar del hombre negro. Hace 400 años fui un esclavo y ahora vuelvo a mi casa a luchar junto a mis hermanos”.
En Zaire se había impuesto una lengua oficial bajo la dictadura de Mobuto Sese Seko, era el lingala y en esa lengua Muhammad se había acostumbrado a escuchar de los lugareños la frase “Ali, boma ye”. Significaba: “Ali, mátalo”, en referencia a su próximo combate ante el monarca mundial.
¡Ali, boma ye!, ¡Ali, boma ye! ¿Cuántas veces se habrá escuchado dicho cántico en el viejo estadio, antes de que Ali se asomara entre los más de 60 mil asistentes y subiera al cuadrilátero para hacer su acostumbrado paso de gallina?
¡Suena la campana! Inicia la llamada Rumble in the Jungle.
Los gigantes de ébano de inmediato intercambian mazazos que tumbarían a cualquiera. A unos metros del encordado, los cronistas deportivos describen a un campeón hecho un toro, frente a un rival que ha hablado mucho, pero que ya no vuela como mariposa ni pica como abeja.
Es el segundo episodio y algunos se atreven a decir que se trata de un tongo, debido a que Ali se deja ir contra las cuerdas y se cubre el rostro con los guantes. Ello mientras Foreman, el bombardero texano que acaba con sus rivales en dos rounds, suelta toda su corpulencia contra el cuerpo del consentido de los africanos. Quiere que Ali se trague sus puños. Y sus palabras.
Para sorpresa de algunos, Muhammad sigue de pie en el tercero y cuarto asaltos. El excampeón olímpico en Roma 60 deja que Big George lo siga golpeando, siempre recargado en las cuerdas.
En la esquina de Foreman saben que algo anda mal en la quinta vuelta. Como si un ser de otro mundo se metiera en el cuerpo de Ali, el retador agita su corpulencia y suelta un par de derechazos letales que se estrellan en el rostro desencajado del campeón. Foreman, confundido y maltrecho, hace todo lo posible para no caer al piso.
Ali sabe que el show es suyo, la fanaticada no deja de gritar aquello de “boma ye”, mientras que George muestra el cansancio de tanto soltar golpes sobre un enemigo que parecía vencido.
Los asaltos seis y siete muestran a un Muhammad que por momentos se refugia en su esquina, atrae al campeón y permite que éste suelte las últimas fuerzas en sus cansados puños. “¿Eso es todo lo que tienes?”, le dice un Ali burlón, consiguiendo que Foreman se moleste y continúe gastando la poca energía que le queda.
Aquél que busque el video del combate, observará en repetidas ocasiones el octavo round, cuando faltan 15 segundos y Muhammad decide que es el momento de recuperar el título de los pesados. El otrora Cassius Clay vuelve a volar como mariposa y a picar como abeja. En un par de segundos se sacude los puños de su rival y estrella el guante derecho en dos ocasiones sobre Big George. El segundo aguijonazo es letal, el campeón del mundo se siente herido, las piernas se le doblan y dramáticamente cae a la lona de cara a las luces. Los fotógrafos guardan la última imagen con Mohamed a punto de dar otro puñetazo con la derecha. No fue necesario.
Los gritones del micrófono en aquellos años califican a Ali como un elefante dormido, un mastodonte que cuando despierta lo destruye todo. Foreman, aquel texano que nunca había sido derrotado, intenta levantarse mientras que Zach Clayton, el tercer hombre en el cuadrilátero, sigue el conteo... cuatro, cinco, seis... Foreman logra ponerse de pie cuando la cuenta va en ocho. El réferi lo mira como un zombie y le dice que todo acabó, mientras Muhammad Ali, de espaldas a Foreman, levanta los puños y celebra su resurrección. La mejor pelea de todos los tiempos había terminado.
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