Retrato hablado: el ímpetu de Diego Alonso y las promesas de Antonio Mohamed

Los técnicos de Pachuca y Monterrey tienen en común su tenacidad y su pasión por el futbol. Hoy uno de sus equipos será el campeón

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Diego Alonso

Existe una joven argentina, se llama Valentina y casi muere al nacer. Era el 2000 cuando a su padre, Marcelo, le dijeron que tenía hipoxia e hipertensión pulmonar.

De la cesárea pasó de inmediato a terapia intensiva. Había una pequeña posibilidad, desconectarla y llevarla a un hospital de alta tecnología, pero igual no funcionaba.

El padre desesperado, enfrascado en el amor a su hija y a Gimnasia La Plata, donde jugaba Diego Alonso, le mando una camiseta que rezaba “fuerza, Valentina” y le pidió levantarla en cada gol.

El uruguayo, que tenía seis meses en el equipo, se conmovió hasta la médula. En el clásico ante Estudiantes anotó dos veces y mostró la camiseta. Valentina milagrosamente salió adelante sin secuelas. Marcelo, el padre, dijo que fue como patear al respirador artificial. Alonso se empeñó en conocer a Valentina y cuando la tuvo en brazos algo en él se electrificó. Sabía que de alguna forma, había ayudado con sus goles a darle vida, como se la dio a muchos aficionados alrededor de los 11 equipos en los que jugó.

En el 2008 regresó a Gimnasia La Plata y Valentina, convertida en una niñita de ocho años, salió con él de la mano al campo.

La historia refleja el sello de Alonso como jugador, era  todo corazón y empuje, con esfuerzos conmovedores para ayudar a sus compañeros y aficionados.

Nacido en 1975 en Montevideo, Uruguay, se ganó el derecho a ser futbolista por su encomiable tesón y garra. Creció, sin embargo, admirando a Enzo Francescolli aunque su técnica estaba lejana de la del Principe.

Pero su empeño estaba puesto en ser delantero y no se alteraba su sistema. Fue emblema de Gimnasia y pasó por el Atlético de Madrid, Málaga y Racing de Santander en donde sudó como regadera en cada uno de los partidos. Se recordará a Alonso como buen compañero y un manojo de esfuerzos sin fin. En Pumas, siendo el 2004, aportó para el bicampeonato con Hugo Sánchez y se retiró relativamente joven, a los 36 años, siendo ya un entrenador en potencia.

Y es así como ha formado al Pachuca, tras bambalinas de un equipo que se ha unido en torno a él y que juega rápido y con intensidad, como le gustaba hacerlo en el campo.

El Bella Vista, donde debutó como futbolista, le tendió la mano para iniciar su camino de estratega. Le salió bien y pasó por Guaraní, Peñarol y Olimpia hasta que Pachuca lo llamó casi en el anonimato.

Pocos pusieron sus fichas por él y fue respondiendo con creces, haciendo al Pachuca un equipo parecido a lo que él era como futbolista. 

Antonio Mohamed

Antonio Mohamed ha pasado por cambios bruscos en su vida, ligada irremediablemente al futbol.

Tal vez el momento más doloroso fue la muerte de su hijo Faryd, de nueve años, en una carretera en Alemania en 2006.

De último momento decidí llevarlo al Mundial conmigo, no estaba en planes y desafortunadamente nos golpeó ese Mercedes Benz a 190 kilómetros por hora. Íbamos en una camper que del impacto  se abrió en dos”.

Lejos de desnaturalizarse por tan terrible pérdida, el Turco Mohamed se refugió en el futbol. A partir de ahí, un rosario le acompañó en cada partido que dirigió representando a su hijo; solía ocupar un asiento en la banca para sentirlo cerca.

La pasión por el futbol le fue dada por su padre, un aficionado empedernido de Huracán, equipo en el que debutó a los 17 años y con el que ascendió como una de las figuras principales.

Oriundo de Buenos Aires, Mohamed fue vendido a la Fiorentina a los 20 años, pero cedido a la fuerte presión de Boca Juniors. En Argentina lo tenían en estima, pero le esperaban siempre como un salvador de los equipos. Aún así, muy joven, fue considerado por Alfio Basile para la selección que ganó la Copa América en 1991.

A México llegó en 1993 con una coleta de caballo y una figura rechoncha que hacía dudar de sus capacidades. Pronto cerró bocas con su talento y colorido. Se convirtió en uno de los favoritos de la tribuna y de los aficionados neutrales.

En Toros Neza tuvo su mejor etapa, la más provechosa para él y para el humilde equipo del Estado de México que resintió su ausencia. Fue el líder moral y espiritual de muchos planteles.

Anduvo errante por varios equipos, pero en Monterrey mantuvo una promesa especial. Su hijo Faryd solía salir con él al campo y se refugiaba en la botarga del equipo; fue su vástago quien le pidió que algún día volvieran a Monterrey para dirigirlos y que a Huracán lo ascendiera.

Mohamed le cumplió las dos cosas a Faryd con fervor, además de que en el  2010 sacó campeón de la Copa Sudamericana a Independiente.

Su relación con México es muy intrínseca, por eso no resistió volver cuando los Xolos lo llamaron para hacerse cargo del proyecto. Tenía deudas pendientes con su hijo y sabía que el camino comenzaba ahí.

Salió campeón con el equipo fronterizo y el llamado del América fue irresistible. Un año tardó en Tijuana y uno más en las Águilas para ser campeón, por lo que su efectividad tiene emocionados a todos.

En Monterrey va por el título perfecto. Se lo debe a su hijo Faryd y a él mismo.