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La marcha que marca un nuevo parteaguas

Julio Faesler

Julio Faesler

 

 

 

A Jossie Martin de Beltrán del Río

 

El sistema electoral actual nos ha servido bien. El presidente López Obrador llegó a su alto cargo por él. El INE que reemplazó al original IFE no es una entidad nacida de la improvisación ni es propuesta partidaria. Sus antecedentes se hincan en la tierra fértil de muchos años de empeños ciudadanos, como los de todas las instituciones democráticas de las naciones más adelantadas del mundo.

El diseño fundamental del INE, el Tribunal Federal Electoral y el de los órganos locales determina la fuerza de la actual familia de entidades defensoras y protectoras de la democracia. Es producto de exhaustivas reuniones de varios grupos cívicos que en los años noventa del siglo pasado surgieron en oposición al dominio del partido oficial en las elecciones cuyos fraudes fueron materia de enormes controversias. Una ciudadanía digna no podía aceptar que la Comisión Federal Electoral, presidida por el secretario de Gobernación, volteara los votos en favor del gobierno. Los debates sobre las denuncias de partidos y ciudadanos agraviados acababan tras debates con la sorda autoridad en el atropello de aprobar los fraudes impugnados, pese a irrefutables pruebas y testimonios.

Ciudadanos inconformes insistimos en avanzar al país para contar con un gobierno respaldado en votaciones limpias y equitativas, libres de corrupción. Se condensó la oposición en numerosos grupos como la Asamblea Democrática para el Sufragio Efectivo (ADESE), la Alianza Cívica, el Consejo para la Democracia y el Grupo San Ángel. El gobierno, confiado en el éxito económico y social del Desarrollo Estabilizador, fórmula integradora de los tres sectores básicos de campesinos, trabajadores y organizaciones populares, se sentía seguro y todopoderoso e inamovible, cimentado en elecciones en los tres niveles donde se recurría con toda facilidad al “fraude patriótico” que garantizaba la continuación de un sistema que había realizado a su modo las aspiraciones de la Revolución.

Sentíamos que la Revolución no se había alzado para congelarse en esto. El ansia de rescatar el propósito de la democracia efectiva no había muerto. Aún estaba vivo el recuerdo del fraude masivo que venció a Vasconcelos en 1929. Creció en grupos ciudadanos la ola de rechazo general al dominio oficial. Muchos nos propusimos la metódica tarea de diseñar los instrumentos necesarios para romper el cerco: patrón electoral confiable, contabilidad real no manipulada, escrutinio electoral, observación electoral internacional, la factibilidad de una credencial electoral con fotografía, con la que hoy todos contamos, utilización de la recién inventada “cuenta rápida”, ahora generalmente empleada en el mundo. La creación de un tribunal electoral independiente, al igual que la entidad organizadora de los comicios, integrada por ciudadanos conocedores y capacitados, ajenos al gobierno, fue producto del intenso empuje de las organizaciones de sociedad civil. Pero ante todo, y primordial, expulsar al gobierno de la organización de todo el ejercicio electoral.

El buen resultado, desde hace varios años, del aparato electoral es ahora un estorbo al proyecto del presidente López Obrador que, desde el principio de su administración, se impuso la tarea de desmontar las instituciones que habían sido y son un orgullo nacional.

Hoy en día son nuevas organizaciones cívicas que se presentan en el frente de batalla para defender los organismos electorales, cuyas estructura y conformación han probado su eficacia. Perfeccionarlos en cualquier aspecto conveniente no significa vaciarlos de la esencia que los sostiene. Es precisamente aquí donde radica la importancia de este momento.

¿Qué está en juego? Salvar al INE. Salvar la democracia. No permitir que López Obrador se adueñe el INE y de su presupuesto.

No queremos regresar al pasado que tanto costó sacudirnos. Rechazamos los insultos de AMLO contra los que defendemos a la democracia como vía comprobada en todo el mundo de progreso. Ningún mexicano quiere a un presidente que profese desde su púlpito amar a su pueblo dividiéndolo.

Los parteaguas nunca se acaban. La marcha de mañana es un nuevo signo de que México está vivo.

 

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