La inundación de 1629 que ahogó la Nueva España; cinco años bajo el agua

La CDMX sufrió los embates de una incesante lluvia entre el 21 y 24 de septiembre, lo que ocasionó una de las mayores catástrofes pluviales en la historia de la capital

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Personas hacen traslado en lancha por inundación de 1629 en lo que hoy es la CDMX.

El también llamado Diluvio de San Mateo, fue la culminación de otros eventos pluviales de gran relevancia que se registraron paulatinamente desde 1604 hasta 1627. Para tratar de frenar el problema, se construyó el canal de Huehuetoca, con la intención de desviar las aguas del rio de Zumpango.

Al percatarse del torrencial que azotó a la capital, el ingeniero responsable de los trabajos de construcción del canal de desagüe (de Huehuetoca), el ingeniero Enrico Martínez, decidió cerrar el paso a este para evitar daños en la obra todavía inconclusa. El resultado fue catastrófico.

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El diseño de la ciudad trazado por Alonso García Bravo en 1522, sucumbió ante la tromba atípica de 64 horas continuas en 1629: las calles de lo que hoy es el Centro Histórico quedaron completamente inundadas.

Inmuebles de todo tipo entre casas, edificios, iglesias y recintos oficiales, resultaron severamente dañados por los dos metros de altura que alcanzó el agua estancada. Cientos de familias perdieron sus hogares. Los dueños de casas que resistieron abrieron sus puertas para recibir a los afectados por la emergencia.

ANTE LA TRAGEDIA

El entonces virrey de la Nueva España, Rodrigo Pacheco y Osorio, III marqués de Cerralvo, envío víveres a los damnificados, mientras que el cabildo de la ciudad repartía ayuda entre las personas que habían quedado atrapadas en sus viviendas, de los cuales muchos se negaron a abandonar el lugar.

Los niveles de agua en la cuenca del Valle de México no cedieron. La situación se le salió de las manos a las autoridades virreinales. De acuerdo con información recuperada del libro La Gran Inundación, vida y sociedad en la Ciudad de México (1629-1638) de Richard Everett Boyer, cientos de miles de personas perdieron la vida, mientras que 75% de la población se desplazó a zonas más altas del área conurbada.

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Inundaciones de 1629 en lo que hoy es la CDMX.

Enfermedades, hambruna y escasez de alimentos, fueron parte de los principales problemas que acarreó la inundación. El mismo Everett Boyer, calcula que cerca de 30% de la población no hispánica murió.

Entre los innumerables fallecidos debido a diferentes problemas de salud ocasionados por la precipitación torrencial, se encontraba la hija del virrey, Inés de la Cueva, quien murió a finales de 1631.

POR UN MILAGRO

En medio del panorama de devastación, la vida en la Nueva España cambió, al mismo tiempo que se ofrecían misas desde las azoteas, las canoas se convirtieron en la principal opción de medio de transporte entre quienes decidieron permanecer en la ciudad. 

Tras varios intentos por disminuir la cantidad de agua, en una decisión desesperada, el arzobispo Francisco de Manso y Zúñiga ordenó el traslado de la tilma de Juan Diego del cerro del Tepeyac a la Catedral Metropolitana que se encontraba en una de sus primeras etapas constructivas.

A casi un siglo de los eventos guadalupanos, la imagen de la Virgen de Guadalupe dejó su lugar en el altar de la Basílica para postrarse en el primer cuadro capitalino en búsqueda del milagro de combatir el desborde hídrico. La tilma de Juan Diego regresó a su sitio hasta el 15 de mayo de 1634, es decir, cinco años después de la tempestad histórica.

Al paso de un lustro, el nivel del encharcamiento de grandes dimensiones bajó considerablemente, con lo que, las autoridades novohispanas analizaron la posibilidad de trasladar la capital a la zona de Tacuba, Tacubaya o Coyoacán como una salida a los constantes problemas de crecientes en la Cuenca de México.

Aunque la ciudad recobró su vida normal, nada volvió a ser lo mismo, la reconstrucción económica y social llevó mucho tiempo. “Desde que nació la ciudad de México ha tenido que vivir, en mejor o peor armonía, en un curioso ambiente acuático”, escribió Everett Boyer.

Ahora, las huellas de los estragos aún son visibles: un mascarón de piedra en forma de cabeza de león se encuentra en la esquina de Madero y Motolinia en el Centro Histórico, la marca representa la altura que alcanzó el agua en 1629 como testigo de aquella inundación de cinco años.

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*mcam