Hasta siempre, Olegario Vázquez Raña; “empresario inteligente, valiente y patriota”
Cuando muere un gran hombre, siempre nos deja el grave problema de que nunca estaremos muy seguros de que realmente haya muerto. Quizá por eso, seguiré creyendo que Olegario Vázquez Raña aún está vivo.

El título de esta nota son las palabras finales que don Olegario Vázquez Aldir dijo en la emotiva elegía que pronunció en el funeral de su padre. Fue una pieza inteligente y elegante. Nada le faltó y nada le sobró. Con brevedad y con seriedad dijo lo mejor de don Olegario Vázquez Raña.
El funeral fue muy impresionante y ya casi nada me impresiona. Fue el más concurrido que he visto para alguien que no es político ni estrella. Pero, sobre todo, no acudió un conglomerado uniforme de sindicato o de partido o de gremio o de acarreo. Acudió una pluralidad de edades, de géneros, de estratos, de oficios y de perfiles. Es decir, un vuelco espontáneo de la amistad y del afecto.
TE RECOMENDAMOS: Olegario Vázquez Raña (1935-2025): Un visionario que amó a México
Yo ya tenía varios días lleno de premoniciones y de presagios. Así lo comenté con mi familia y con nadie más. Y esa madrugada del viernes 28, Pascal Beltrán del Río me dio la triste noticia. No pude decir nada más que darle las gracias. Pero fue bueno recibir la infausta nueva con el afecto de un amigo tan querido como Pascal, quien además sabía el dolor que me causaba. Me impresionó que, al despertar en el momento del aviso, yo estaba soñando con don Olegario. Hasta allí lo dejo para cada quien.
En su programa de esa mañana, Pascal me invitó a hablar de don Olegario, de sus virtudes y de nuestra amistad de casi medio siglo. Junto con Francisco Labastida, don Olegario Vázquez Raña (OVR) fue el decano de mis amigos. Por cierto, que en el funeral me acompañé de Labastida y eso me hizo más pasadero un trago tan amargo. Recordé las palabras de Miguel Hernández sobre que “varios tragos es la vida y un solo trago es la muerte”.
Pero, como también dijo León Ossorio, mis amigos acompañantes me hartaron de miel para compensar el hartazgo de acíbar que me dio la ausencia de OVR.

Convine con Pascal Beltrán del Río escribir estas notas y sean ellas mi modesto tributo a mi amigo que aparentemente nos dejó, pero que no se fue. En ellas me reduzco a contar algunos de sus muchos logros, que no todos. Y algunas de nuestras vivencias, que no todas.
Como todos lo humanos, vivimos juntos victorias y derrotas. Pero ni las victorias nos envanecieron ni las derrotas nos disminuyeron.
Gozamos juntos muchas veces. Charlas, sobremesas, viajes con esposas, viajes de trabajo, juntas de análisis, reuniones de placer. Todo lo que cabe en la amistad. Pero recuerdo mucho nuestra alegría cuando se postuló a Francisco Labastida como candidato presidencial. ¡Vaya que lo celebramos!
También sufrimos juntos varias veces. Problemas, crisis, traiciones. De todo lo que cabe en la amistad. Pero recuerdo mucho nuestra tristeza cuando perdimos esas elecciones. ¡Vaya que lo lamentamos!
Asimismo, vi su valentía, no con los débiles, sino con los poderosos. Alguna vez le dijo a un Presidente de la República en turno que lo acusaba de traición a México y que le retiraba su amistad. Ya no se diga lo que le vi con otros que bien se la merecían. Porque era muy justo en sus juicios y no un bravucón pendenciero.
El lunes 23 de enero de 2006 me encontraba en una comida cuando recibí una agradable llamada y una buena noticia. Del otro lado de la línea escuché la voz de don Olegario Vázquez Raña. Con su proverbial amabilidad y buen humor me dijo “te llamo para informarte que ya eres el dueño de Excélsior”.
De inmediato entendí que el Grupo Imagen, presidido por él, había obtenido la venia de la asamblea general de cooperativistas para adquirir los activos y el cabezal de El Periódico de la Vida Nacional. Me dio gusto por Excélsior. Me dio gusto por don Olegario. Me dio gusto por México.
En primer lugar, por el diario porque esto lo salvaría de lo que iba a ser un inminente y doloroso naufragio. La situación financiera era insostenible. Todas las mañanas, durante más de cinco años, lo primero que hacía en la mañana era revisar mis periódicos para verificar que Excélsior había sido editado. Temía que algún día ya no saliera. Creo que muchos días estuvo a punto de realizarse mi temor. Por eso fue de saludar el salvamento de este diario.
Excélsior ha sido, de manera indiscutible, el periódico más ligado a la historia mexicana del siglo XX. Su presencia en la vida nacional es incuestionable. Durante muchos de sus años de vida ha sido el periódico insignia del mundo iberoamericano. Para decir esto no olvidó ni por un momento las excelencias de El Clarín, de Buenos Aires, ni de El Mercurio, de Santiago. Vamos pues, ni del brasileño O Globo. Los diarios españoles, hoy insuperables, fueron durante los casi 40 años de dictadura algo muy alejado del periodismo real y más parecido a un boletín de gobierno. En ese escenario mundial este diario, hoy rescatado, fue el informador esencial y el básico formador de opinión mexicana e iberoamericana.
Los mexicanos de varias generaciones cuando tuvimos por primera vez en las manos un periódico se llamaba Excélsior. Aún en un México que no siempre fue ni el más abierto y el más tolerante supo conservar su independencia de criterio y su libertad de opinión. Con la dirección del propio don Olegario Vázquez Raña, con el concurso de Olegario Vázquez Aldir y de Ernesto Rivera, entre otros más.
En lo personal, le tengo amor a este diario, porque ha sido mi casa desde que regresé al periodismo, a principios del año 1998. Pero también me dio gusto por don Vázquez Raña. El rescate de Excélsior le aseguró su estancia en la historia contemporánea de México. Lo merece y se lo ha ganado.

Don Olegario Vázquez Raña fue un hombre multifacético. Fue un empresario muy exitoso y muy responsable en diversos ramos. En el mueble para el hogar dirigió una de las cadenas líderes, Compañía Hermanos Vázquez.
En el campo de la salud ha creado un sistema hospitalario de excelencia que, hasta hace algunos años, se antojaba imposible en México. Ese sistema son los Hospitales Angeles, con cobertura en muchas plazas de la República.
Ha sido valiente. A Hospitales Angeles lo inició cuando compró el antiguo Hospital Humana, a mediados de la década 80. Cuando hasta los americanos querían salirse de México, don Olegario creyó y venció. Muchos pensábamos que era una aventura desastrosa. En ese México tan decaído no había dinero y menos para gastar en hospitalizarse. Él consideró que ésa era la razón. Si no tienen dinero ya no pueden operarse ni en Huston ni en Baltimore. Yo les daré el servicio a precios mexicanos.
Es más, con eso cambió la visión empresarial del sistema hospitalario. Hasta entonces, los hospitales mexicanos eran del gobierno o eran de las beneficencias. Los hospitales particulares eran muy pocos y muy pequeños, casi todos propiedad de médicos. Don Olegario Vázquez Raña fue quien les enseñó que el hospital podría ser un espacio empresarial. Y muchísimos lo siguieron y lo han seguido.
En el campo del turismo rescató y transformó la cadena hotelera Camino Real. La engrandeció, la capitalizó y la dignificó. Más tarde se agregaron las cadenas Quinta Real y Real Inn.
Pero también se realizó en otros terrenos. Empresarialmente estuvo en los sistemas aeroportuarios, en el envasamiento de agua natural y, más recientemente, en los sistemas de telecomunicaciones.
Adicionalmente dedicó mucho tiempo de su vida a la organización deportiva internacional y fue el presidente decano de una federación internacional al presidir la Federación Internacional de Tiro.
En el campo se la filantropía se desempeñó como presidente de la Cruz Roja Mexicana, a la cual saneó y enalteció. En el servicio comunitario fue presidente del Consejo Ciudadano de Procuración de Justicia y fue miembro del Grupo Por México. En el ámbito del análisis y de la prospectiva política es, desde su fundación, presidente del Patronato de la Academia Nacional de México.
Tuve oportunidad de tratarlo en varias de esas trincheras. En la Cruz Roja, donde me invitó como abogado general. En el Consejo Ciudadano, donde lo acompañé como vicepresidente. Y en la Academia Nacional de México, donde me honró en fungir como presidente de la misma.
En fin, como ha dicho Casimir Delavigne, el valor nos hace vencedores. Los valores nos hacen invencibles. Por eso me da gusto el salvamento de ese diario.

A lo largo de la vida, he podido platicar con muchos hombres de poder. Me surtieron su vivencia, su experiencia y su paciencia.
He platicado con muchos empresarios. Tan sólo mencionaré a don Olegario Vázquez Raña, con quien solía platicar con mucha frecuencia. Fue un empresario inteligente, valiente y patriota. Inteligente, porque supo construir un imperio empresarial y ha sabido preparar el paso hacia la futura generación.
Fue nacionalista y puedo mencionar que no tuvo nada fuera de México. Ni un hospital, ni un hotel y, ni siquiera, un palacete. Su única propiedad foránea fue en el pequeñísimo pueblo de sus mayores, en Galicia.
Pero además de su creatividad era notable la aparente facilidad con la que hacían sus realizaciones. Se creería que nada les costaba trabajo. Sabían para lo que es el poder y cómo debe llevarse. Y lo llevaban muy bien. Se movían con él como si fuera un traje a la medida o, más aún, como se lleva la piel. Hacia donde se movieran el poder iba con ellos. Estos hombres pueden ser comparados con aquellos patinadores, bailarines o acróbatas que realizan sus rutinas como si fuera muy sencillo. Provocan el deseo de imitarlos suponiendo que cualquiera podrá hacerlo igual.
En algunas ocasiones esos artistas de magistral destreza hacen necesario que el público ingenuo quede advertido de no intentar ninguna emulación porque podría resultar en una fatalidad. Quizá la política debiera disponer de cautelas similares. Explicar a todos los ingenuos que quieren meterse a gobernar suponiendo que es muy fácil, que en el intento pueden llegar al desastre o pueden llevar a sus asuntos a los terrenos de la catástrofe.
OVR fue un hombre cuya existencia estuvo determinada por dos vectores esenciales que se convirtieron en sus coordenadas existenciales. Por una parte, una fuerte determinación para preservar y enaltecer la alteza de su honor. Por la otra, una recia inclinación para proteger y ampliar los espacios de su libertad. En el más estricto sentido podría haber sido comparado con un samurai para quien el honor y la libertad son precedencias absolutas.
Es claro que todo hombre que se resuelve a dedicar su vida al honor y a la libertad va a vivir una existencia difícil y accidentada. En primer lugar porque cada uno de esos valores implica una lucha permanente y no siempre bien apreciada por los demás individuos.
Existen muchos seres humanos que no solamente menosprecian su honor, sino que, también, les molesta el ajeno. Que no soportan, porque no entienden, que alguien pueda malgastar su vida y su esfuerzo en algo, para ellos tan incómodo y tan inútil.
Así, también, existen muchos individuos para los que la libertad es una monserga innecesaria y hasta inconveniente. Por lo mismo no sólo renuncian a la suya, sino que además reniegan de la ajena. La vituperan y la anatematizan.
Pero si de suyo estos dos son valores complicados de sobrellevar lo cierto es que, entre sí, pueden resultar en un conflicto exponencial y potencializado. Porque queda en claro que, en muchas ocasiones, la obtención de la libertad se logra a un precio que lo tiene que pagar el honor, así como en muchas circunstancias, la preservación del honor tiene como costo el que tiene que pagarse a cargo de la libertad.

OVR luchó por su honor en casi todos los momentos de su vida. Es tan fuerte está disposición suya que, paradójicamente, hace que todas las demás batallas le resulten, si no fáciles, por lo menos automáticas. Él se mantiene siempre en la honestidad, porque la legalidad le es una cuestión de honor. Él se mantiene siempre en la amistad, porque la lealtad le es una cuestión de honor. Él se mantiene siempre en la fidelidad institucional, porque ello le es una cuestión de honor. Él se mantiene siempre en la responsabilidad porque el cumplimiento le es una cuestión de honor. Él se mantiene siempre en la seriedad porque el respeto le es una cuestión de honor.
Por eso un hombre que ha concluido una vida dirigencial con tales desafíos y que ha logrado colmarlos puede terminar con una sonrisa. Pero, también, puede descansar. Porque esas luchas no son como las del intelecto o las de la riqueza. Estas llegan a ser satisfechas con un presumible cálculo de permanencia. Quien ha logrado la sabiduría o la riqueza no será fácil que las pierda.
Pero el honor y la libertad no son activos asegurados. En un solo día, en un solo instante, en un solo hecho pueden perderse para siempre. Por eso obligan a sus poseedores, una vez logradas las victorias, a custodiarlas sin desmayo. Por eso el hombre de honor y de libertad suele terminar cansado. Pero, por eso también, suele terminar contento.
OVR dejó como principal herencia un buen recuerdo. Esa es la verdadera herencia de la vida. Por eso se ha dicho que un hombre sólo dura lo que dura su gestión. Pero su nombre y su recuerdo son para siempre.
En fin, me es inevitable ver la vida como Remedios Varo la plasmó en Las Hilanderas. Sin saberlo nosotros, hilos invisibles nos ligan con muchos otros seres en una telaraña que conforma nuestra existencia. No sabemos con cuántas vidas se encuentra atada la nuestra y con cuántas muertes se encuentra determinado nuestro destino.
El reloj avanza sin retroceso. El tiempo nunca se detiene ni se retrasa ni se anticipa. Funciona a plenitud y con absoluta autonomía. No requiere de nuestro concurso ni precisa de mantenimiento ni exige combustible. No se descompone ni se desgasta ni perece. Es infalible y es eterno. El tiempo es, por excelencia, el sistema perfecto.
Pero, además, el tiempo nunca es neutral. Siempre corre a favor o en contra. Y, por esencia, es integrador a plenitud. Todo lo que sucede se da dentro de él. Todos vivimos en el tiempo. Todo nos acontece dentro del tiempo.
Solamente los muertos no viven en el tiempo. Ellos viven en el recuerdo. En aquel lugar que está fuera del tiempo y más allá de él. El recuerdo es aquella dimensión que, en muchas ocasiones, los humanos confundimos con el pasado. Así como, también y con la misma frecuencia, confundimos la premonición con el futuro. Esto es riesgoso y peligroso. El recuerdo no es el pasado, así como la imaginación no es el futuro. Pasado y futuro, son espacios temporales. Recuerdo e imaginación, son ejercicios dimensionales.
Pero eso no los hace incompatibles. Por eso, puede mezclarse la imaginación con el pasado y así suponer cómo sucedió el pretérito. Eso lo llamamos deducción y lo recibimos como regalo de la lógica. También, por eso, podemos combinar el recuerdo con el futuro y, así, adivinar cómo sucederá el porvenir. Eso se llama previsión y lo recibimos como obsequio de la experiencia.
Es por eso que, en estas horas de preguntas y de respuestas, me atrevo a adivinar algo del pasado, así como a recordar algo del futuro. Me queda en claro que el oficio de profeta hoy está muy desprestigiado, sobre todo en la política. Pero todos tenemos derecho a las adivinanzas, mientras éstas no sean meras charadas.

Muchos decimos que ha sido muy malo que haya partido. Pero también qué bueno que lo tuvimos. Más aún, en el gozo de haberlo tenido reside la tristeza de ya no tenerlo.
Porque, como bien dijo Gibran Jalil Gibran, la dicha y la tristeza no son más que impostores enmascarados. Por eso cuando miramos hacia el fondo del alma y vemos nuestra alegría nos damos perfecta cuenta de que ella proviene de lo que algún día fue nuestra tristeza. Por ello, también, cuando miramos nuestra tristeza nos damos cuenta de que ella proviene de lo que algún día fue nuestra alegría.
Frente a lo irremediable de la muerte sólo el recuerdo, que es la verdadera herencia de la vida, puede llevarnos al consuelo. Los hombres duran solamente lo que dura su vida. Pero su nombre es para siempre.
Nosotros, sus amigos, sentimos una pérdida por su ausencia. Como siempre, pareciera que la muerte sigue siendo invencible. Pero, yo no estoy tan seguro de que la muerte siempre gane. De verdad, ¿qué es lo que realmente se lleva?, como diría San Pablo. No se lleva el recuerdo, ni la amistad, ni la obra, ni la virtud, ni el alma, ni el regalo de la vida. Lo que se lleva la muerte no es nada en comparación con lo que nos dejó su vida.
Nos da gusto que nuestras vidas y la de don Olegario Vázquez Raña se hubieran cruzado y, sobre todo, que lo hubiéramos aprovechado. De verdad, yo no creo que la muerte siempre gana y que la vida siempre pierde.
Yo no sé si en el universo de la amistad existe una doble cuenta, como en el mundo de la contabilidad. No sé si allí existan acreedores y deudores. Si haya amigos para cobrar lo que otros les deben y amigos para pagar en lo que están endeudados. No creo que sea así.
Pero si así no fuera y yo estuviera equivocado, me queda en claro que mi cuenta con mi amigo ausente es una cuenta deudora. Que yo y muchos de nosotros recibimos de él mucho más y mejor de lo que él recibió de nosotros. Que él siempre dio y siempre compartió. Pero que nunca cobró y que nunca reclamó. Que nosotros nos hemos quedado más tiempo que él para recordarlo y para preservar su recuerdo. Para hablar de él, como ahora, y para escribir sus elegías, como ésta que escribí para contarle a todos, que él fue mejor que yo.
La muerte tiene una aliada. La tristeza, que nos hace creer que la muerte es victoriosa. La vida tiene un aliado. El tiempo, que nos convence de que la vida es invencible. Hoy, estamos siendo testigos de que la vida sigue venciendo a la muerte y eso nos conforta y nos consuela.
Cuando muere un gran hombre, siempre nos deja el grave problema de que nunca estaremos muy seguros de que realmente haya muerto. Quizá por eso, seguiré creyendo que don Olegario Vázquez Raña aún está vivo.
CONSULTA AQUÍ LAS NOTICIAS DE ÚLTIMA HORA
*mcam
EL EDITOR RECOMIENDA



