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El vaticano está en un maremoto

El papa Francisco es acusado de encubrir a religiosos pedófilos, por lo que sacerdotes exigen su renuncia

Cynthia Rodríguez / Especial | 09-09-2018
El Vaticano está al borde de una durísima crisis por las denuncias que hiciera hace unos días el exarzobispo Carlo María Viganò contra el Papa. Fotos: Reuters y Especial/Archivo

MILÁN.

Había una vez un Papa santo, un Papa emérito y un Papa en funciones que, cuando comenzó su pontificado, en marzo de 2013, la Iglesia atravesaba uno de los peores momentos de su historia moderna debido, en gran parte, a los escándalos sexuales hacia menores cometidos por el clero.

Un día, un exnuncio apostólico denunció a los tres por encubridores de pedófilos, y como el primero ya estaba muerto y el segundo vivía ya alejado de la política eclesiástica, pidió la renuncia del tercero, que justo había llegado después de la dimisión de su antecesor al que luego convirtieron en emérito.

Éste podría ser el comienzo de la historia que en los últimos días ha mantenido al Vaticano al borde de una durísima crisis por las denuncias que hiciera hace unos días el exarzobispo Carlo María Viganò contra Francisco en una extensa carta publicada por algunos medios por, supuestamente, haber encubierto desde hace al menos cinco años a Theodore McCarrick, exarzobispo de la ciudad de Washington, EU, y por el cual, más de uno cree en Roma que la dimisión de otro Papa no es descabellada.

Y es que el nombre de McCarrick ha servido como puente para culpabilizar a los tres últimos pontífices, pues este hombre por el que ahora Jorge Mario Bergoglio está en el ojo del huracán, había sido denunciado desde 1994 por abusos sexuales. Eran los tiempos de Juan Pablo II y, como solía pasar en aquella época, en lugar de haberlo investigado, su carrera creció con Karol Wojtyla, quien en 2000 lo promovió como arzobispo en la capital estadunidense. Las denuncias continuaron, pero no pasó nada y desde 2005 forma parte también del colegio cardenalicio, donde se elige a Joseph Ratzinger como sucesor de Juan Pablo II.

Y aunque en julio pasado, McCarrick presentó su renuncia como miembro del Colegio cardenalicio al papa Francisco, quien no sólo la aceptó, sino que también lo suspendió para cualquier ejercicio en un ministerio público y le ordenó estar en una casa para llevar una vida de rezos y penitencias, las críticas no han parado, pues poco antes se daba a conocer el informe de Pensylvania, en el que se narraban más de mil casos de abusos a menores a cargo de 300 sacerdotes de ocho diócesis de Estados Unidos.

De hecho, las últimas semanas han sido una cascada de acontecimientos negativos para Bergoglio.

El primer aviso le llegó desde el 24 de mayo, cuando anuncia su decisión de realizar el Encuentro Mundial de las Familias en Dublín del 22 al 26 de agosto a pesar de las muchas recomendaciones de que no pisara Irlanda, donde los escándalos de abusos sexuales por parte del clero y la separación forzada de niños de los brazos de sus madres solteras explotaron, sobre todo, en las últimas décadas.

Y es que la iglesia irlandesa, que hasta hace unos 40 años, había sido cimiento del catolicismo europeo, que exportaba curas a todo el mundo y donde su cultura, su identidad y hasta sus leyes se basaban en esta religión, hoy en día todo eso se ha prácticamente esfumado.

En 1979, cuando Juan Pablo II visitó por última vez esa isla, el divorcio, la homosexualidad y el aborto eran ilegales. Desde entonces ningún Papa había vuelto. Pero Francisco, cinco años después de haber comenzado su pontificado lo quiso así y esta vez le tocó llegar al país que fue el primero en Europa en legalizar el matrimonio igualitario por consenso popular, que tiene un primer ministro gay y que en mayo pasado votó abrumadoramente para eliminar la prohibición del aborto de su Constitución.

Muchos creían que era la ocasión para decir con todas sus letras “I am sorry”, pues los abusos sexuales hacia niños por parte de sacerdotes en Irlanda se cuentan por miles y desde hace muchísimos años, sin embargo y, aunque Jorge Mario Bergoglio no evitó hablar del tema en sus homilías, así de claras, las excusas nunca llegaron ni tampoco se estableció un tribunal para juzgar a las jerarquías eclesiásticas responsables de sus pedofilias como demandaban las víctimas.

Así, después de 36 horas en Irlanda, Francisco se fue casi como llegó: con una Iglesia, cuya imagen, al menos ahí, no pudo resucitar, pero sí enardecer más la ira por esos abusos.

El día y medio que el Papa pasó en Irlanda fue un calvario. Aguantó las críticas por parte de las víctimas de los abusos, luego, cuando oficiaba su misa en el Phoenix Park de Dublín, miles de personas se manifestaban contra el papel de la Iglesia en la histórica Parnell Square de la capital, y en la localidad de Tuam, donde se encontró una fosa común con los cadáveres de cerca de mil recién nacidos, hijos de madres solteras.

El colmo fue cuando, estando aún en Irlanda, justo el 25 de agosto, se dio a conocer la publicación de la carta abierta del arzobispo ultraconservador Carlo María Viganò, exnuncio apostólico en Estados Unidos y para muchos, enemigo personal del actual Papa, pidiendo su dimisión y acusándolo (sin presentar pruebas) de haber silenciado y encubierto los delitos del cardenal McCarrick, desde el 23 de junio del 2013, porque él mismo le habría comunicado que McCarrick invitaba a jóvenes seminaristas
a su cama.

Sin embargo, Francisco hizo de él su fiel consejero junto con Madariaga (Óscar Andrés Rodríguez, cardenal de Honduras). Sólo cuando ha sido obligado por la denuncia de un menor, y siempre en función del aplauso de los medios de comunicación, ha tomado medidas para, así salvaguardar su imagen mediática”, acusó Viganò.

 

“Una bomba programada”

Para los analistas expertos en temas del Vaticano, la carta de Viganò es una bomba de relojería programada por el sector tradicional para hacer explosión en el momento que más daño puede causar.

Han pasado poco más de 15 días de que Viganò publicó su carta pidiendo la renuncia del papa Francisco y para muchos, las cuentas no cuadran y lo han calificado como un ataque mediático que coincidía con su difícil viaje a Irlanda donde había dos temas decisivos: la lucha a los abusos a menores en la Iglesia y el cambio que intenta hacer Francisco con relación a las familias abriendo la puerta a los divorciados y a las parejas irregulares.

Para el vaticanista Marco Politi, la atmósfera que se respira actualmente en la Santa Sede es medieval, porque repentinamente se presentan enfrentamientos abiertos sobre la persona del pontífice, a quien ya no se le critican ciertos daños, sino que se le reclama públicamente la dimisión. Además, afirma, la petición no llega de personajes externos a la Iglesia, sino de un funcionario de rango de la institución eclesiástica. En el último medio milenio no había pasado algo así.

Con la clamorosa carta del exnuncio la situación en el Vaticano vuelve a pleno medievo y hace un salto de calidad la guerra civil en curso desde hace años alrededor del pontificado de Francisco”, opina Politi.

Y es que Viganò, quien trabajó durante 25 años en el Vaticano y en 2011 originó el escándalo Vatileaks al filtrar cartas incendiarias enviadas a Benedicto y a su segundo, el cardenal Tarcisio Bertone, esta vez disparó a matar contra casi todos quienes fueron sus superiores: acusó a dos exsecretarios de Estado (Bertone y Angelo Sodano), a uno en funciones (Pietro Parolin) y a muchos otros cardenales, de la vieja y nueva guardia, de haber sido cómplices de encubrir los abusos del cardenal norteamericano Theodore McCarrick.

Además removió las aguas de un pantano al denunciar incluso la existencia de una “corriente filo-homosexual favorable a subvertir la doctrina católica con respecto a la homosexualidad”.

Alentado por grupos ultraconservadores que conoció durante sus cinco años como nuncio en Washington, nadie duda de que Viganò, de 77 años, participó de una nueva operación para atacar a Francisco. Forman parte de ese mismo grupo los cuatro cardenales conservadores que le escribieron a Francisco a fines de 2016 una carta pidiéndole aclarar cinco “dudas” respecto de la interpretación del capítulo octavo de la exhortación apostólica Amoris Laetitia, que le abrió las puertas a los divorciados vueltos a casar.

Se trata del italiano Carlo Caffarra, arzobispo emérito de Bolonia (que luego murió); el norteamericano Raymond Burke, y los alemanes Walter Brandmüller y Joachim Meisner (también fallecido). El Papa nunca respondió esa carta, algo que hizo que se redoblaran los ataques, siempre muy abiertos, desde la misma facción.

No es casual que la carta apareciera en forma simultánea en medios de derecha afines, que atacan sistemáticamente al Papa: los norteamericanos National Catholic Register y LifeSiteNews, el español Infovaticana y el italiano La Verità.

Desde que fue jubilado por Francisco, en 2016, Viganò participó en convenios y seminarios organizados por estos mismos sectores financiados por grupos de derecha estadunidenses y contrarios a la línea reformista de Francisco.

Francisco ha dicho que, cuando las aguas se calmen, quizá hable. Por lo pronto, el maremoto sigue dentro de los muros vaticanos.

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