Caso Bryan Kohberger: de la masacre en Idaho al insólito acuerdo de culpabilidad

El autor de la masacre estudiantil en Idaho acordó a principios de mes con la fiscalía le evita la pena de muerte, y le impone cadena perpetua; el caso conmocionó a Estados Unidos.

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Bryan Kohberger admitió ser culpable del asesinato en Moscow, Idaho. (Reuters)

A principios de julio, Bryan Kohberger se declaró culpable del asesinato de cuatro estudiantes universitarios en Moscow, Idaho, un caso que ha cautivado y perturbado a la sociedad estadunidense desde noviembre de 2022. Kohberger, de 30 años, aceptó un acuerdo con la fiscalía pocos meses antes del juicio, que estaba programado para comenzar en agosto.

El exestudiante de posgrado en criminología enfrentaba la posibilidad de ser condenado a muerte —posiblemente por fusilamiento, método recientemente autorizado en Idaho—, pero con el acuerdo evitó la pena capital. A cambio de admitir su culpabilidad en los cuatro cargos de asesinato en primer grado (y uno de robo) renunció a su derecho a apelar y recibió cuatro cadenas perpetuas consecutivas sin posibilidad de libertad condicional.

Algunos familiares de las víctimas se opusieron al pacto, alegando que se les mantuvo al margen de las negociaciones y que el acuerdo se precipitó sin considerar su deseo de ir a juicio. No obstante, otras familias expresaron alivio al evitarse un largo proceso judicial, seguros de que el culpable pasará el resto de sus días en prisión. Este desenlace inesperado dejó perplejos incluso a quienes preparaban proyectos mediáticos sobre el caso.

Un nuevo libro del popular autor James Patterson, The Idaho Four: An American Tragedy (Los cuatro de Idaho: una tragedia estadounidense), coescrito con la periodista Vicky Ward, y una serie documental de cuatro episodios en Amazon Prime Video basada en el libro (One Night in Idaho: The College Murders | Una noche en Idaho: Los asesinatos de la universidad) habían sido anunciados para coincidir con la esperada fecha del juicio.

Estos lanzamientos —junto a otros libros ya publicados sobre el asesinato de los estudiantes de Idaho, innumerables videos en TikTok, Instagram y YouTube, y extensos hilos de comentarios en Reddit— forman parte del enorme interés que despertó el caso. Sin embargo, todo ese contenido resultaba narrativamente insatisfactorio, porque nadie sabía con certeza por qué Kohberger cometió el crimen del que ahora se ha declarado culpable.

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Bryan Kohberger escoltado por agentes al tribunal en su juicio. (Reuters)

¿En qué consiste el crimen de Bryan Kohberger?

El 13 de noviembre de 2022, cuatro estudiantes de la Universidad de Idaho —Kaylee Goncalves, Madison “Maddie” Mogen, Xana Kernodle y Ethan Chapin— fueron asesinados a puñaladas mientras dormían en una casa de alquiler ubicada fuera del campus universitario, en la pequeña ciudad de Moscow.

Dos compañeras de cuarto sobrevivieron al ataque. La policía encontró una escena estremecedora: las autopsias revelarían luego que las víctimas probablemente estaban dormidas en el momento del ataque; algunas presentaban heridas defensivas, y cada una de ellas fue apuñalada múltiples veces.

El cuádruple homicidio fue un hecho sin precedentes en Moscow —una comunidad agrícola y universitaria que no había registrado un solo asesinato en cinco años— y conmocionó a sus habitantes, quienes inicialmente no tenían ningún sospechoso identificado. La brutalidad del crimen “sacudió al pequeño pueblo universitario” y rápidamente captó la atención nacional de los medios estadunidenses.

En las semanas posteriores, investigadores locales, estatales y federales emprendieron una intensa búsqueda del responsable. Las autoridades pidieron ayuda al público para localizar un sedán Hyundai Elantra blanco captado por cámaras de seguridad rondando repetidamente la zona de la casa en la madrugada del crimen.

Esta pista resultó crucial: gracias a un elaborado esfuerzo de seguimiento del vehículo y a técnicas de genealogía genética, la policía logró identificar a Bryan Kohberger como posible sospechoso. Kohberger, por entonces estudiante de posgrado en criminología en la vecina Universidad Estatal de Washington (WSU) en Pullman —a solo 15 kilómetros, cruzando la frontera estatal con Washington—, encajaba en el perfil y se había mudado recientemente a esa zona por sus estudios.

El rastro digital de su teléfono celular}, según los documentos judiciales.

¿Cómo hallaron a Kohberger?

Tras centrar sus sospechas en Kohberger, los investigadores lo detuvieron el 30 de diciembre de 2022 en la casa de sus padres en Pennsylvania, adonde había viajado semanas después del crimen. Entre las pruebas que apuntaban en su contra destacaba un hallazgo forense: su ADN coincidía con el material genético encontrado en una funda de cuchillo tipo militar abandonada junto a uno de los cuerpos.

Las pruebas contra Kohberger resultaron abrumadoras. Además del rastro genético, se recopiló evidencia circunstancial y documental: imágenes de video mostraban un vehículo similar al suyo merodeando la escena; registros de compras en línea revelaron que había adquirido un cuchillo de combate y una funda semejante meses antes del ataque; y hasta el momento de su arresto no presentó una coartada creíble sobre dónde se hallaba la noche de los asesinatos.

Sus propios abogados defensores, según los informes, solo atinaron a decir que Kohberger “conducía solo” en la madrugada en que ocurrieron los hechos. El entonces acusado fue extraditado a Idaho a principios de enero de 2023 para enfrentar cuatro cargos de asesinato en primer grado y uno de robo por allanamiento.

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La casa de King Road en Moscow, Idaho, donde ocurrió el cuádruple asesinato, acordonada por la policía. (Reuters)

En medio de un fuerte interés mediático, un jurado investigador lo inculpó formalmente en mayo de 2023, allanando el camino para un juicio. Los fiscales anunciaron su intención de solicitar la pena de muerte, algo posible en Idaho y para lo cual incluso se contempla el fusilamiento como método alternativo de ejecución.

El juicio, inicialmente previsto para el otoño de 2023, terminó postergándose debido a la complejidad del caso y a la acumulación de pruebas y testimonios periciales. Finalmente se fijó la selección del jurado para agosto de 2025, pero la decisión de Kohberger de confesar su culpabilidad semanas antes alteró por completo el curso del proceso.

¿Por qué Kohberger hizo su crimen?

Desde un inicio, más allá de la contundencia de las pruebas materiales, lo que intrigaba tanto a la policía como al público era la ausencia de un motivo claro o de una relación identificable entre Kohberger y las víctimas.

Kohberger, originario de Pensilvania, se había graduado en psicología y criminología y cursaba un doctorado en justicia penal en WSU. Descrito por conocidos como un joven inteligente pero socialmente aislado, con históricos problemas de salud y adicciones superadas, encajaba mal en el estereotipo del entorno festivo de la Universidad de Idaho.

Por su parte, Goncalves, Mogen, Kernodle y Chapin —dos mejores amigas de la infancia, una pareja de novios y todos integrantes activos de fraternidades y sororidades— representaban la vibrante vida estudiantil de Moscow: compartían una casa con otros compañeros, disfrutaban de fiestas, deportes y de la camaradería típica de un campus pequeño y seguro.

A pesar de la proximidad geográfica entre Pullman (donde vivía Kohberger) y Moscow, las experiencias universitarias de unos y otro difícilmente podían ser más diferentes. Moscow es descrito como un apacible enclave estudiantil con la atmósfera de “burbuja” protectora, donde muchos solían dejar la puerta sin llave y era común ver caras conocidas en cada esquina.

El hecho de que cuatro jóvenes fueran brutalmente asesinados en ese contexto —en una casa donde incluso aquella noche habían entrado y salido amigos de manera informal— desafió la sensación de seguridad de la comunidad.

“No podíamos creer que estos asesinatos hubieran sucedido aquí; esto no es la Costa Este”, recuerdan haber pensado algunos residentes, aliviados al saber que el sospechoso no era de Idaho sino un forastero venido de lejos.

Hasta el día de hoy, no han emergido indicios de que Kohberger conociera previamente a las víctimas o tuviera relación alguna con ellas. Las autoridades confirmaron que el teléfono de Kohberger estuvo al menos doce veces en las cercanías de la casa de King Road en los tres meses previos al crimen, y que esa misma noche su vehículo volvió a circular por el área.

Pero, incluso con esos datos, sigue sin saberse qué lo llevó a elegir esa casa y a esos estudiantes como blancos.

La falta de un motivo claro alimentó la especulación. En ausencia de explicaciones oficiales, analistas y aficionados al true crime exploraron hipótesis diversas sobre qué pudo impulsar a Kohberger. Una de las teorías más discutidas fue la del móvil misógino tipo “incel” (célibe involuntario): la idea de que Kohberger habría actuado por odio y resentimiento hacia mujeres jóvenes que lo habrían rechazado.

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Las cuatro víctimas –Ethan Chapin, Xana Kernodle, Madison Mogen y Kaylee Goncalves– sonrientes en una foto publicada días antes de su muerte

Esta hipótesis es desarrollada extensamente en el libro de Patterson y Ward, que señala que Kohberger estudió en sus clases los crímenes del asesino en masa Elliot Rodger —misógino reivindicado en foros incel— y que en los meses previos mostraba un comportamiento cada vez más errático.

Según conocidos entrevistados por los autores, Kohberger se había transformado en “un virgen que odia a las mujeres”, que lidiaba con su soledad a través de los videojuegos, salidas solitarias de madrugada e intentos fallidos de coquetear con mujeres en bares locales.

Patterson y Ward incluso plantean la conjetura de que Kohberger pudo haber visitado el restaurante Mad Greek en Moscow —donde dos de las víctimas, Mogen y Kernodle, trabajaban como meseras y donde servían platos veganos aptos para la estricta dieta de Kohberger— y que allí se habría obsesionado con Maddie Mogen, a quien pudo ver como el epítome de las chicas que nunca le prestaban atención.

“En cuanto entra, se fija en la camarera rubia... Con su pelo largo y sus ojos azules de esfinge, sin duda sería marcada como una ‘Stacy’ por los incels. Es el epítome de las mujeres que rechazaron a Elliot Rodger”, describen los autores especulando sobre los pensamientos de Kohberger al observar a Mogen en ese local.

“La teoría entre los amigos de Maddie es que ella lo rechazó. Así que él observaba. Esperando”, escriben Patterson y Ward en un pasaje donde imaginan al sospechoso rondando sigilosamente a la joven. Cabe destacar que la policía de Moscow ha confirmado que el celular de Kohberger estuvo varias veces en las inmediaciones de la vivienda de King Road en semanas anteriores al crimen, lo que sugiere que pudo haber estado vigilando la casa y conociendo las rutinas de sus residentes.

¿Debemos dar crédito a esta teoría? Tal vez sí, tal vez no. Al igual que otras hipótesis sobre el caso, esta interpretación nunca ha sido comprobada. Con el juicio cancelado por la declaración de culpabilidad, es posible que nunca sepamos con certeza el verdadero motivo que llevó a Kohberger a cometer un acto tan atroz.

Los libros publicados sobre los asesinatos terminaban hasta ahora con variaciones de una misma idea: “Descubriremos más en el juicio”. Ahora, salvo que surjan revelaciones inesperadas (por ejemplo, si Kohberger decide confesar públicamente los detalles o si las autoridades divulgan información adicional), lo más probable es que la historia concluya sin una respuesta definitiva sobre el “por qué”.

¿Cómo terminaron los cercanos a las víctimas?

La serie documental de Amazon Prime estrenada esta semana, pese a basarse en el libro de Patterson y Ward, evita mayoritariamente este tipo de conjeturas. One Night in Idaho: The College Murders adopta un tono sobrio y se centra en las vidas de las víctimas, sus familias y amigos, relegando al asesino confeso a un segundo plano.

Este enfoque pone el acento en el duelo y en preservar la memoria de los jóvenes. “Creo que es un fracasado del que no se debería hablar para nada”, afirma una de las amigas del grupo entrevistada en el documental refiriéndose a Kohberger.

“Creo que la única historia verdadera debería ser sobre sus vidas”, añade, resumiendo el sentir de muchos en la comunidad.

Los realizadores construyen así una narrativa donde las anécdotas y recuerdos pintan un retrato vívido de las víctimas: en un pasaje especialmente conmovedor, un amigo de Ethan Chapin cuenta entre lágrimas que hoy, cada vez que pide comida rápida, abre todos los sobres de salsa picante Taco Bell antes de empezar a comer, tal como hacía Ethan, para no tener que interrumpir la comida más adelante.

En otra escena, la madre de Maddie Mogen muestra la sudadera recortada con la palabra “IDAHO” que su hija solía usar; señala que las mangas aún permanecen arremangadas, exactamente como las dejó Maddie la última vez que se la puso.

Este caso criminal, ocurrido en 2022 pero desarrollado en plena era de las redes sociales, ha exhibido también cómo las plataformas digitales amplificaron cada aspecto de la tragedia y sus consecuencias.

Los cuatro estudiantes asesinados dejaron tras de sí un abundante rastro de fotos, videos y publicaciones en redes que han sido replicados en medios y documentales, convirtiendo su cotidianidad alegre en material de escrutinio público. Al mismo tiempo, familiares y amigos de las víctimas se vieron inmersos en un torbellino mediático sin precedentes.

Maizie Chapin, la hermana de Ethan, confesó en la serie documental que pasó semanas “desvanecida en TikTok” viendo videos de asesinos seriales durante horas al día, entumecida por la negación y buscando entender lo incomprensible. “Creo que todavía estaba en negación”, reflexiona sobre aquella etapa, reconociendo que esa sobreexposición virtual era una forma de evadirse del dolor real.

En Internet, miles de personas comentaban cada giro de la investigación. Algunos llegaron incluso a entrometerse de formas inquietantes.

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El asesinato en Moscow dejaría una conmoción en la sociedad estadunidense. (Reuters)

Administradores de una página de Facebook dedicada a discutir el caso recuerdan en el documental cómo debieron lidiar con un usuario anónimo apodado “Pappa Rodger”, quien hacía publicaciones escalofriantes aparentemente con información privilegiada sobre el crimen (“Siento que la sangre corrió por algunos lugares... La cocina goteaba sangre, pero no lo admitirán”, escribió en una ocasión).

La comunidad en línea notó que el avatar de ese usuario guardaba un extraño parecido con Kohberger, lo que disparó especulaciones —nunca confirmadas— de que pudiera tratarse del propio asesino interactuando en grupos de Facebook antes de ser detenido.

Si bien podría tratarse solo de un macabro impostor, la mera duda subraya hasta qué punto este caso se volvió objeto de obsesión en redes sociales. Muchos de los jóvenes del círculo de amigos de las víctimas han optado desde entonces por hacer privadas sus cuentas de Instagram y otras plataformas, tras ver expuesta su vida personal sin permiso.

En cierto modo, justa o injustamente, el asesinato terminó sirviendo también como advertencia sobre los peligros de la sobreexposición en redes: la felicidad exhibida sin reservas puede atraer una atención no deseada y, en el peor de los casos, a individuos siniestros.

¿Qué incógnitas quedan?

Ni el libro de Patterson y Ward ni la serie documental incluyen el testimonio directo de Dylan Mortensen, una de las dos jóvenes sobrevivientes que estaban en la casa de King Road la madrugada de los asesinatos. Mortensen, de 21 años, ha permanecido en silencio público debido a una orden de silencio impuesta por la investigación.

Según los documentos judiciales, alrededor de las 4:00 de la mañana de aquel 13 de noviembre, Dylan se despertó al oír ruidos extraños y el llanto de su compañera. Al asomarse desde su habitación en el piso inferior, alcanzó a ver fugazmente a una figura en negro, alta y delgada, con cejas pobladas –descripción que luego coincidiría con la de Kohberger– saliendo de la casa.

Confundida y atemorizada, la joven cerró la puerta y, convencida de que tal vez solo había sido un incidente aislado o producto de su propio miedo, no llamó a la policía en ese momento. Ella y la otra compañera sobreviviente se reunieron, se refugiaron en una habitación y, en estado de shock, tardaron aproximadamente ocho horas en alertar a otros amigos sobre lo sucedido.

Fue hasta casi mediodía cuando finalmente llegó una llamada al 911 y las autoridades descubrieron la macabra escena. Este prolongado lapso sin aviso ha sido objeto de intenso debate y especulación en foros de Internet y redes sociales.

Incluso tras conocerse la declaración de culpabilidad de Kohberger, algunos comentarios en Reddit —en particular de autodenominados “Pro-Kohberger” que insinúan la inocencia del acusado— volvieron a cuestionar la reacción de las sobrevivientes.

“Sé que cada persona reacciona de forma diferente al peligro y que el cerebro puede bloquear imágenes traumáticas; no las culpo en absoluto; simplemente encuentro la situación extraña”, escribió un usuario, reflejando la perplejidad que ha rodeado este aspecto del caso. Psicólogos consultados han explicado que las respuestas disociativas y la negación no son inusuales en situaciones de trauma extremo, especialmente entre jóvenes que nunca imaginaron enfrentar un peligro así.

Lejos de culpar a las sobrevivientes, muchos en la comunidad sienten empatía por Dylan Mortensen y reconocen la tragedia adicional que implica llevar ese recuerdo y la inevitable pregunta de si algo podría haberse hecho diferente.

Esas ocho horas de incertidumbre antes de la llegada de la policía se perciben con el tiempo como un detalle dolorosamente humano: reflejan la “sensación de invulnerabilidad” que a veces acompaña a la juventud y la vida en una burbuja de seguridad, donde lo impensable simplemente no parece real. Fueron, en definitiva, las últimas ocho horas de paz para Dylan Mortensen.

Con la aceptación del acuerdo de culpabilidad, es probable que nunca escuchemos públicamente a Dylan relatar lo ocurrido ni aclarar ese vacío en la cronología de la tragedia –y eso está bien, coinciden familiares de las víctimas. El caso de Idaho ha llegado a su fin judicialmente, pero queda el largo proceso de duelo y recuerdo.

“Es lo que es. No podemos cambiar el resultado de esto. No podemos traer de vuelta a Ethan”, declaró Stacy Chapin, la madre de Ethan, explicando por qué la familia decidió no asistir al frustrado juicio.

Sus palabras, recogidas en el documental, resuenan como una lección de entereza y aceptación ante lo irreversible. En Moscow, Idaho, la vida en el campus poco a poco busca recuperar su normalidad perdida, aunque el recuerdo de cuatro vidas jóvenes truncadas —y el enigma de por qué fueron arrebatadas— permanecerán presentes en la memoria colectiva durante muchos años.

bm